Los ánimos están por todo lo alto y estamos deseando de empezar el viaje. No es solamente por la ruta en si, que siempre es un buen plan con amigos, sino la liberación que nos supone a todos dejar atrás la extraña sociedad en que estamos viviendo, todos con miedo, sin querer acercarte al resto de personas, con barreras, distancias de seguridad, mascarillas…
Pero que nadie piense que vamos a incumplir las normas.
Vamos a usar mascarilla (el casco tiene esa consideración para nuestros
gobernantes), vamos a estar en espacios abiertos y con distancia de seguridad
entre nuestras motos, pero seguro que va a ser más divertido.
Tenemos tantas ganas de viaje que quedamos el día previo
Antonio y yo para llevar las motos a lavar y así salir relucientes, y es en ese
momento cuando veo que la rueda trasera de su moto está en las últimas. Se lo
hago ver y confirmamos que con esa rueda no se puede ir de viaje, así que llama
inmediatamente al taller para que se las cambie. Como es lógico no tienen
existencias de ese modelo y tras varias gestiones le dicen que no se la pueden
poner antes del día siguiente a medio día como mucho. Primer problema del
viaje.
Nos ponemos todos en contacto para intentar buscar una
solución o retrasar la salida, pero Antonio se niega en redondo y no para hasta
que le confirmamos que saldremos según el plan previsto y lo esperamos en Ávila,
nuestro primer destino, donde tenemos previsto comernos uno de sus famosos
chuletones.
Con esa primera contrariedad salimos en una muy calurosa
mañana del julio cordobés pero contentos y conscientes de que no es más que una
anécdota que en nada va a empañar nuestro viaje. Quedamos temprano para
desayunar juntos y pronto cogemos la N502 que en principio habría de llevarnos
hasta Ávila. Hacemos varias paradas para refrescarnos por el camino y en una de
ellas decidimos que, para ponerle un poquito más de aliciente a la ruta, nos vamos
a desviar por el Puerto de Mijares y disfrutar de unas magníficas curvas y
vistas por una carretera totalmente solitaria que nos permite disfrutarla a
tope. Para ello además contamos con el asesoramiento de Sergio que hace años
estuvo destinado por aquí y conoce bastante bien la zona.
Tampoco podemos pararnos mucho en el camino ya que tenemos que estar en Ávila a la hora del almuerzo y buscar un sitio para comer, ya que los restaurantes que tenía controlados de otras visitas estaban cerrados por Covid. De hecho, el hotel que hemos podido reservar está a las afueras de la ciudad, por lo que tenemos que sumar el tiempo de desplazarnos hasta el centro, así que hacemos un par de fotos y seguimos ruta.
Llegamos al restaurante donde trabajan con menú del día a un precio cerrado. Todos tenemos claro que queremos chuletón, así que el segundo plato está decidido. Para los primeros optamos por compartirlos a modo de entrantes y pedimos papas revolconas, jamón y otras delicias de la zona, todo ello regado con un vinito de la Ribera del Duero.
Después del paseo, y aprovechando que la tarde va cayendo, nos sentamos en una terraza a la sombra en la Plaza del Mercado Chico a tomarnos un refrigerio y a esperar a Antonio, que ya ha llegado al hotel, y se reunirá con nosotros tras la imprescindible ducha.
Una vez todos juntos nos ponemos al día de las andanzas de la jornada y ya relajados brindamos con otra copita para más tarde volver al hotel dando un agradable paseo. Cenamos en la terraza del restaurante del hotel con unas magníficas vistas a la muralla y con una temperatura mucho más agradable de la que hemos tenido el resto del día. Tomamos unas raciones y charlando nos damos cuenta de que ya es tarde y debemos retirarnos para poder levantarnos temprano al día siguiente.
Mañana nos espera otra magnífica ruta dirección al norte. Esperemos que haga algo más de fresquito
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