El día se despierta completamente despejado y con una temperatura bastante fresca. Como nos acostamos temprano, nos hemos levantado con toda la mañana por delante, lo que nos hace tomarnos la salida con algo de calma. Eso y no estar en habitaciones de hotel y disponer de cocina y jardín para disfrutar el desayuno. En cualquier caso, cuando empezamos el protocolo de partida el sol todavía no nos da de lleno, escondido detrás de los picos que nos rodean.
Una vez que tenemos las maletas colocadas en las motos nos
damos cuenta de que lo que ayer nos pareció muy sencillo, meter las motos en la
casa y dejarlas en el jardín, no va a ser igual de fácil en la operación inversa,
ya que el relente y la cuesta complican bastante la operación de sacarlas. Pero
para eso viajamos en grupo, así que nos ponemos manos a la obra y entre todos sacamos las motos en un momento.
Hoy tenemos por delante un recorrido aparentemente sin sentido por el interior de Asturias. No es un trazado recto hacia el destino el que vamos a seguir, sino que hemos ideado un track que se limita a recorrer las carreteras asturianas con el simple requisito de que sean muy reviradas.
Para mi la ruta de hoy tiene un sabor muy especial porque
voy a recorrer en moto una zona por la que hice el Camino de Santiago en 1993
en lo que a la postre se convertiría en mi primera aventura con amigos. Guardo
muy buenos recuerdos de ese viaje por Asturias caminando por el margen de
carreteras espectaculares y el solo hecho de leer el nombre de algunos de los
pueblos que cruzaremos me surca una sonrisa en la cara recordando aquellos años
de juventud.
Cuando estamos listos cogemos el camino que ayer recorrimos
al llegar en dirección a Entrago por una deliciosa carretera muy curveada y con
un firme excelente. Hay que tener cuidado porque en esta zona se cruza varias
veces el trazado de la Senda del Oso (ruta muy recomendable si se visita esta zona en familia) y te puedes ver a un grupo de paseantes en
medio de la calzada sin previo aviso. No obstante, la ruta es muy agradable y
como es temprano no nos cruzamos con nadie. Al llegar a San Martín cogemos el
desvío hacia la AS 265 que tras un sinuoso recorrido nos lleva hasta el Puerto
de San Lorenzo donde paramos para admirar el paisaje y hacer fotos para seguir
con este magnífico recorrido por otra carretera que parece que la han diseñado
para el disfrute de los motoristas.
En el cruce, en vez de seguir hacia Somiedo, cogemos la AS 227 dirección norte y vamos recorriendo una carreteras y unos paisajes sencillamente increíbles. Supongo que será nuestro propio temperamento español, pero tenemos mitificados destinos como los Alpes y creo que no valoramos en su justa medida lo que tenemos en nuestra tierra. No creo que esta zona de Picos de Europa, Asturias o los Pirineos tengan mucho que envidiarle a los Alpes en cuanto a paisaje o carreteras. En lo que sí que es evidente que ganamos por goleada es en la gastronomía, y el que haya estado en los Alpes sabe de lo que hablo.
Y así, buscando las vías más retorcidas y menos concurridas
nos adentramos en unas auténticas postales en las que no dejamos de ser unos
intrusos para los habitantes de esta zona rural que cuando nos oyen acercarnos
se retiran al son de su cencerro para, amablemente, dejarnos seguir nuestro camino.
De verdad que recorriendo estas zonas te dan ganas de bajarte de la moto y
tumbarte en un “prao” a ver la vida pasar. Disfrutar de ese paisaje y
tranquilidad dejando de lado el estrés diario, los problemas propios y ajenos,
y disfrutar de verdad la vida.
Presa de la Barca sobre el Narcea, Tineo, Pola de Allande,
Grandas de Salime… nombres de pueblos que
me llevan al pasado unidos por carreteras de ensueño casi vacías que nos hacen
disfrutar cada minuto de conducción y en las que tienes que parar a menudo para
impregnarte del paisaje. Es difícil describir la jornada sin caer en la reiteración
ya que las palabras no dan para contar todos y cada uno de los momentos que
pasamos en esa jornada a lomos de nuestras motos. Cuando alguien te pregunte por
qué te gusta viajar en moto solamente tienes que llevarle a esta zona y darle
una vuelta en un día soleado. Sobran la palabras.
Y así, poco a poco, la mañana va avanzando y como el plan es el de parar para el homenaje culinario con las motos aparcadas, nos dirigimos a nuestro destino de hoy, Canero, una pequeña localidad cerca de Luarca donde hemos encontrado un hotel con buen precio.
A decir verdad, no estamos en Canero, sino en un hotel de
carretera fuera de la localidad por cuya puerta pasamos varias veces buscándolo
sin verlo y en el que dejamos las motos en una zona de aparcamiento junto al
hotel y carretera especialmente pensado para motos. No es mala señal. El
problema, pensamos, es que al estar retirado va a ser complicado comer sin
coger las motos pero nos tranquilizamos al ver que el establecimiento tiene un
pequeño restaurante.
Hacemos el check in, subimos a las habitaciones para refrescarnos y cambiarnos de ropa y en un rato nos emplazamos en el restaurante en el que esperamos a estar todos tomando una cerveza bien fría. Comprobamos que lo que desde fuera parecía un pequeño restaurante, es más grande de lo que pensábamos, con bastante afluencia de gente y una carta más que apetecible regentado por una amable señora que nos acepta para comer aunque ya sea algo tarde. Ventaja de estar alojados allí.
Ya sentados a la mesa, y como esto es un viaje gastronómico,
nos decantamos por otras de las estrellas culinarias de la región y pedimos
cachopo y chuletón. Nos estamos relamiendo cuando parece que nos echan una jarra
de agua helada por el cuello al decirnos que como estamos a última hora del
almuerzo no le quedan cachopos y solamente tiene dos chuletones. Nos puede poner
dos chuletones y tres chuletas y si tenemos mucho interés en el cachopo nos lo
hace para la cena. Qué le vamos a hacer…
Menos mal que le hicimos caso. Cuando nos trae la carne se
nos hace muy complicado distinguir las chuletas de los chuletones, teniendo
ambas piezas un tamaño muy similar. Vienen los dos muy bien acompañados de
patatas, pimientos y ensalada y nos damos un festín de los buenos tras una mañana intensa
de moto.
Tras el postre, Pepe decide que se va a subir a la habitación a echar una siesta y Manolo me dice que se quiere llegar un rato a la playa que indica un cartel junto al parking, que si le acompaño. Le contesto que si quiere voy un rato con él, pero que primero, y para bajar la comida, deberíamos tomarnos un espirituoso en lo que al final todos estamos de acuerdo y nos salimos a una mesa en la terraza donde nos sirven nuestras copas. Ya no nos levantaríamos de esa mesa hasta el día siguiente…
No es una terraza al uso, sino una carpa gigante, de esas de feria, en la que nos acoplamos y se está mejor que en brazos con la brisa que llega del cercano Cantábrico. Estamos solos en la terraza y sin temor a molestar a nadie comenzamos con las bromas y las risas y claro, una copa lleva a la otra y ya con la tercera en la mano el tiempo cambió de repente y se puso a diluviar. Menos mal que no nos fuimos a la playa.
Hemos perdido la cuenta de los combinados que llevamos cuando intentamos convencer a Antonio de que cambie de moto. No es de recibo que todos vayamos con GS (menos Manolo con su KTM, que le vamos a hacer) y él siga con la naked de 800. Le hablamos de las bondades de las maxi trail intentando convencerle de lo que él ya sabe y al final nos vemos buscando motos de segunda mano que cuadren con sus necesidades. Al final encontramos una GS 1200 de doble árbol de levas cerca de Córdoba que tiene muy buena pinta e, impulsados por el momento, llamamos al vendedor.
Estamos enfrascados en la conversación con el chico cuando baja Pepe de su siesta y mientras Antonio habla por teléfono le ponemos en antecedentes de la tarde. En esas le pide el teléfono y se identifica como el padre del comprador y empieza a negociar el precio. El resto, como es lógico, descojonados ante la surrealista situación que estamos viviendo.
Cerrado el trato con el dueño de la moto nos queda el principal escollo para este tipo de situaciones que no es otro que el permiso de la autoridad con mando en plaza, y ahí es de nuevo Pepe el que, amparado por la autoridad que le confiere ser el mayor del grupo, coge el toro por los cuernos, llama a Cristina, la mujer de Antonio, y suelta la célebre frase que siempre recordaremos y que aparece en cada una de nuestras reuniones:
- ¡Cristi!, qué guapa estás hoy…
- ¿Qué habéis hecho, cabrones?
El resto es historia. No se cómo, pero convencimos a Cristina de que lo mejor para su marido era cambiar de moto y que la que habíamos reservado era cojonuda, así que confirmamos el trato y quedamos en recogerla diez días después porque estábamos de ruta por Asturias (el tío flipaba). Para celebrarlo seguimos tomando copas y a la hora de la cena la dueña del local nos ofreció los prometidos cachopos que más bien parecían toallas, y dos fuentes de percebes que estaban espectaculares.
Para la cena cambiamos el whisky por sidra y vino y así fuimos agotando la noche cobijados de la lluvia por la carpa hasta que, prudentemente, y no sin algún que otro traspiés, nos fuimos retirando a las habitaciones para descansar o algunos incluso para desmayarse.
Es curioso como la más mínima decisión en cuestiones banales te puede cambiar la vida. Si nos hubiéramos ido a la playa como quería Manolo seguramente nos habríamos mojado (por fuera) y Antonio no se hubiera comprado su moto. Hubiéramos echado la tarde de otra forma que seguro que la hubiéramos disfrutado, pero a lo mejor todavía tendría su F800. Eso me enseña que las cosas hay que disfrutarlas como vienen. Tomar decisiones y asumir el resultado, pero siempre intentar sacar el mayor partido posible de cada situación.
De eso al fin y al cabo se trata la vida.
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