Que bien he dormido. Me despierto y salgo al balcón de la habitación para respirar el aire de montaña y notar el fresquito del amanecer. Así da gusto empezar la jornada.
Evitamos el paseo a Fuente Dé ya que no
vamos a subir al teleférico y tomamos directos la N621
directos a Asturias y pasando por el Puerto de San Glorio. Es temprano y no hay
mucho tráfico y creo que eso hace que nos vengamos un poco arriba y, tras
calentar un poco los neumáticos, empezamos la subida enlazando
curva tras curva por esta estupenda carretera.
El día está nublado, completamente cubierto. Este nublado
que tanto conocen por allí y que desaparecerá cuando estemos más cerca de las
cumbres, o al menos eso esperamos, pero que hace que la mañana esté fresca
aunque estemos en julio.
Para este viaje casi todos hemos montado las Trail Atack III
y ninguno conocíamos cómo iban, pero en cuanto que empezamos a coger ritmo
comprobamos que son unas gomas espectaculares que te dan una confianza brutal y
que agarran como si fueras en circuito. Una pasada.
Tras estirar el grupo para que cada uno vaya a su ritmo,
llegamos al mirador del Corzo (uno de los miradores con estatua de corzo que hay en Cantabria), que mucha gente cree que es el propio puerto de
San Glorio, y aprovechamos para hacer la primera parada del día. Conforme nos
vamos juntando vemos la cara de felicidad que llevamos tras la primera mano de
curvas y las buenas sensaciones de las ruedas nuevas, que en seguida se
convierte en el único tema de conversación. Lamentablemente, y por culpa de las
nubes no podemos ver el magnífico paisaje que se puede ver desde allí, así que
no nos demoramos mucho, tonteamos un poco y seguimos ruta.
Justo cuando llegamos al puerto, donde se separan las Comunidades de Cantabria y Castilla y Léon, y al superar el último repecho, salimos de las nubes y aparecemos en un paisaje soleado de verano con el “mar de nubes” a la espalda. Es impresionante esa sensación de pasar de un cielo encapotado a uno libre de nubes en un segundo.
Subimos al collado de Llesba por una vía de poco más de tres
kilómetros que no es ni pista ni carretera ni camino y que nos lleva a una
explanada habilitada para dejar los coches y desde donde se pueden iniciar
rutas de senderismo, todo acompañados por las numerosas vacas que pastan a sus anchas
por allí haciendo sonar sus cencerros y que, una vez que apagamos los motores
de las motos, te transportan a otra época o tal vez otro mundo. Esto, junto con
el impresionante mar de nubes que tenemos en frente nos invita a hacer mil
fotos y acercarnos andando al monumento al oso pardo para seguir disfrutando la
mañana.
Seguimos nuestra ruta hasta llegar a Riaño y tras bordear su pantano seguimos hacia el puerto del Pontón dirección a Asturias y continuamos disfrutando de la carretera, el paisaje, el clima, la compañía… He estado varias veces por aquí en moto (también en coche), pero cada vez que pienso en un destino ideal para ir en moto, el primero que me salta a la mente es este.
Saboreando cada curva atravesamos el desfiladero de los
Beyos, un estrecho cañón horadado por el río Sella antes de convertirse en el
protagonista del descenso fluvial más famoso de nuestro país y que sobrecoge
por momentos ante la cercanía de sus altas paredes. Como es lógico, en julio
está muy frecuentado y hay que extremar la precaución ya que la carretera es en
general muy estrecha y las curvas cerradas, y no es difícil que alguien que
viene de frente se despiste admirando el recorrido y puede invadir tu carril.
Afortunadamente no es nuestro caso y tenemos un plácido paseo.
Al poco de terminar el desfiladero cruzamos a la izquierda
para subir a Casielles por una estrechísima, reviradísima y empinadísima
carretera que pone a más de uno en un brete. La mayor parte del recorrido se
hace en curvas de 180 grados con una pendiente muy alta que te obligan a meter
primera y se hace muy difícil el ascenso, sobre todo si te encuentras un coche
bajando que, afortunadamente no sucede más que un par de veces. A esta
carretera se le llama el Stelvio asturiano y la verdad es que no lo entiendo.
No me gustan las comparaciones y menos en este tipo de cosas. Parece que
menosprecias lo tuyo al compararlo con el famoso o que pretendas atraer
visitantes aprovechando la fama del Stelvio. Yo he subido los dos y no tiene
absolutamente nada que ver uno con otro. Como mucho el trazado curvo en el
mapa, pero nada más.
Tras la difícil subida llegamos a un pequeño caserío de no
más de cinco o seis casas en el que no hay casi espacio para poder dejar las motos y
que aprovechamos para parar y disfrutar del magnífico paisaje que ofrece el
emplazamiento. Aquí alguno se queja de la subida y lo mal que lo ha pasado,
pero pronto se le olvida al ver las vistas.
Si mala es la subida, la bajada no es mucho mejor, sobre
todo porque en medio del tramo y sin duda por el calentón que le estaba dando,
me quedé sin freno delantero. Estamos hablando de una carretera que en poco
menos de cuatro kilómetros salva un desnivel de 467 metros, lo que hace que
tenga una inclinación media del 12% con máximas del 21%. No creo haber pasado
más miedo montado en moto en mi vida, en primera, clavando el freno de atrás y
rezando para que éste no acompañara a su hermano y me dejara volar libre cuesta
abajo.
Al final la sangre no llegó al río y tras una parada para dejar enfriar el freno pudimos seguir camino sin problemas. Desandamos parte del camino, lo que nos permite volver a cruzar los Beyos y nos dirigimos hacia nuestro destino de hoy, Proaza, ubicada junto a la Senda del Oso en un enclave precioso de Asturias (¿hay alguno feo?). Cruzamos el parque natural de Redes, el embalse de Tanes, y curva tras curva llegamos a Pola de Lena donde por otra increíble carretera nos dirigimos a nuestro destino, no sin antes hacer un pequeño desvío para intentar coronar el Alto del Gamoniteiru a 1790 metros de altura. Se sube por una estrecha carretera que no está en sus mejores condiciones y acompañados por un motón de vacas que pacen a su libre albedrío en los arcenes y que curiosas nos miran al pasar a su lado.
Digo que intentamos subir el pico porque a media subida
empezamos a meternos en una inmensa nube que nos impedía ver nada a poco más de
nuestra rueda y, aplicando la lógica, y aprovechando que ya íbamos tarde para
comer, decidimos dar la vuelta y dejar la cima para otra ocasión. Desde luego
que las vistas desde arriba en un día claro son impresionantes y merece mucho
la pena la subida.
Desde allí ya nos queda un corto pero divertido trayecto hasta Proaza donde tenemos reservada una casa rural para todos y una mesa para comer en un restaurante cercano. Quedamos con nuestro anfitrión que nos recibe y nos da las llaves y explica lo básico de la casa pero nos vamos rápido al restaurante porque no llegamos y él se ofrece a volver a la tarde para no hacernos perder tiempo. Que tío más cojonudo.
Llegamos a comer casi sobre la bocina, pero ya tenemos
nuestra mesa preparada y como no puede ser de otra forma, tras unos entrantes
para abrir boca, el dueño nos pone un lebrillo de fabada acompañado de esa
socarronería asturiana al decirnos:
-
Ahí tenéis. Si hay huevos lo termináis…
Madre mía que buena que estaba y que mano de fabes nos
dimos. No recuerdo si me comí tres o cuatro platos, pero lo que era evidente es
que ahí no podía quedar nada, aunque solamente fuera por recoger el guante.
Todo por ver la cara de sorpresa que puso el tipo al retirar los trastos y comprobar
que, efectivamente, si no de huevos, por lo menos de estómagos íbamos bien
servidos.
Esa opípara comida merecía un buen postre, así que no tuve
otra idea que pedir arroz con leche que, aunque estaba tremendo, no tardó en
pujar en mi estómago junto a las fabes y dejarme, literalmente, sin habla. En
la sobremesa pedimos unas copas y nos encendimos unos habanos, y llegó un
momento en que lo único que podía hacer era echar humo. Menos mal que la casa
estaba muy cerca y, aunque con mucho esfuerzo, pude llegar y acostarme bajo la
ventana abierta por la que entraba el fresco de la montaña y me pegué una de
las mejores siestas de mi vida.
Por cierto, el restaurante es L’esbardu, en Proaza. Recomendable si estáis por la zona. De la casa no digo nada porque está muy chula y me guardo el secreto.
Me despierto con esa sensación de haber dormido quince horas y no saber dónde estás. Abro un ojo, miro alrededor y recuerdo no sin esfuerzo que estoy en Asturias y se me aparece la imagen de las fabes. Me recuesto de nuevo en la cama recordando el festín y me quedo otros diez minutos disfrutando del frescor que entra por la ventana hasta que me levanto y decido bajar a ver qué hacen estos. Ha sido hora y media de siesta, pero me siento nuevo.
Cuando llego abajo veo a mis compañeros tomándose una copa y
les pregunto sorprendido de dónde la han sacado cuando me cuentan que el dueño
de la casa ha ido a cobrar y se ha ofrecido a llevar a Manolo a comprar los
avíos de las copas y traerlo de vuelta. Lo dicho, este hombre es un cielo.
Y así transcurrió el resto de la tarde, siendo objeto de las bromas de mis amigos por mi empacho, las comparaciones con diversas especies animales por la forma de desplazarme hacia la casa, además de otras bromas y recuerdos de la impresionante jornada que hemos echado. Evidentemente nadie quería cenar, así que apuramos los licores y poco a poco, a la vez que se iba el sol, nos fuimos acomodando, espaciando cada trago del siguiente y pensando más en programar el día siguiente y dormir para reponer fuerzas.
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