Nos levantamos temprano, como suele ser habitual, y empieza la rutina de viaje. Primeras bromas, ducha, recoger las cosas, cada una en su sitio para encontrarlas rápido, vestirte con la ropa de moto y bajar a montar maletas mientras todos van llegando. Cómo lo echaba de menos…
La mañana está fresquita. Nada que ver con lo que tiene que
ser ahora mismo Córdoba. La gran diferencia entre Córdoba (el valle del
Guadalquivir en general) y el resto de España es que a medio día hace mucho
calor en cualquier sitio, pero mientras que en el resto del país la temperatura
baja cuando se va el sol, nosotros no tenemos esa tregua. Y desde luego es una
bendición para nosotros esta temperatura.
Cuando estamos todos preparados salimos por unas calles poco
transitadas y al poco nos encontramos circulando por un pinar en el que la
temperatura desciende abruptamente hasta el punto de hacernos parar para
ponernos algo de abrigo. Afortunadamente no nos hemos dejado llevar por la
temperatura de casa y, conscientes de hacia donde nos dirigíamos, hemos echado
ropa térmica.
A poco más de una hora de circular por carreteras bastante
solitarias se presenta ante nosotros la imponente mole del Castillo de Coca,
una impresionante construcción de ladrillo que pasa por ser una de las más
bellas muestras del arte gótico – mudéjar en nuestro país. Es curioso que un
emplazamiento defensivo como este no esté situado sobre un cerro, como suele
ser habitual, pero aprovecha muy bien la orografía del terreno y se asienta
sobre un fantástico foso que facilita su defensa. Nos paramos a hacer unas
fotos y desistimos de hacer una visita por el interior donde se ubica una
escuela de capacitación forestal en activo. Yo ya lo he visitado otras veces,
así que no insisto y seguimos ruta.
Optamos, como siempre, por el camino menos transitado y
evitando en la medida de las posibilidades las autovías, así que seguimos
nuestro recorrido por carreteras secundarias y tras una pausa para desayunar y
descansar, llegamos a otro de nuestros destinos del día, Orbaneja del Castillo.
Es éste un precioso y recogido pueblecito que se presenta abrazado por una
cascada y que ofrece una imagen idílica, de esas que ves en una película y
piensas que es un decorado porque es imposible que exista. Lo malo de este
pueblo es que ha sido descubierto recientemente y ahora mismo es un hervidero
de turistas. Lo malo para nosotros, claro. Supongo que para la población local
habrá supuesto un impulso económico importante y no lo verán de la misma
manera, aunque tal vez echen de menos la tranquilidad de su localidad hace unas
décadas. En cualquier caso, y aunque en julio la cascada lleva poca agua y
pierda la espectacularidad que tiene en otra época, es un destino muy
recomendable.
Tomamos las fotos de rigor y decidimos no internarnos por
las callejuelas del pueblo por la gran masificación turística que presenta, y
seguir camino, ya que nos esperan carreteras y paisajes espectaculares.
Orbaneja está enclavado en el Parque Natural de las Hoces de Alto Ebro y Rudrón
y tanto la llegada al pueblo como la salida discurre por un magnífico cañón por
el que transita una agradable carretera desde la que ver un paisaje muy bonito
que bien merecerá un viaje más pausado y en familia para descubrirlo en profundidad.
Pero el viaje en moto es así, y no podemos pararnos a conocerlo todo en profundidad. Disfrutamos desde la moto de este entorno y poco a poco nos acercamos a Cantabria, y eso se nota en el cambio de paisaje, clima y temperatura. En cuanto comenzamos a ascender el cambio es evidente, hasta el punto de buscar de nuevo algo de abrigo en una de las paradas que hacemos para descansar, fumar un pitillo o simplemente para admirarnos con las imágenes que se presentan tras cada curva. Evidentemente, España es un país de contrastes y cada territorio presenta una magia diferente, pero a nosotros que venimos de Andalucía, donde en esta época el color predominante es el marrón, nos maravilla vernos rodeados de verde disfrutando de la moto sin sudar.
Se nos ha echado un poco la hora encima con las paradas y decidimos para a comer en una venta de carretera donde damos debida cuenta de esos menús del día que tanto me gustan cuando salgo de viaje en moto. Creo que es un producto nacional que tenemos que mantener y proteger, y un ejemplo más de la magnífica gastronomía de nuestro país. Es asombroso que por un precio muy contenido, casi siempre rondando los diez o quince euros, puedas disfrutar de dos platos con postre y bebida asegurándote que vas a comer comida casera, de temporada y recién hecha.
Seguimos nuestra ruta y hacemos una imprescindible parada en el Mirador de Santa Catalina que se abre como un balcón sobre el desfiladero de la Hermida y los cerros que lo contemplan. Si tienes suerte, como nosotros, y pillas un día soleado, podrás disfrutar de la plataforma colgante sobre el abismo y las impresionantes vistas que ofrece. Y si además lo visitas en temporada baja podrás asombrarte con el silencio de la naturaleza, cosa que en julio es verdaderamente complicado. Cada vez que paso por esta zona no puedo evitar pararme en este lugar y disfrutar sus vistas, aunque lo haya visitado muchas veces. Por eso no entiendo que ya con las motos aparcadas Manolo nos diga que no sube la cuesta y se queda abajo fumando un cigarro. Él se lo pierde.
Como no nos queda otra opción, seguimos ruta y nos dirigimos hacia la angosta carretera que hemos visto a vista de pájaro y pronto estamos en el desfiladero de la Hermida tras una impresionante bajada por una preciosa carretera de las que nos gustan a los aficionados a la moto.
Cada vez que circulo por el desfiladero de la Hermida recuerdo la primera vez que vine aquí en moto y la profunda impresión que me produjo. Es el desfiladero más largo de España con más de 20 kilómetros de recorrido y discurre junto al rio Deva y encajonado entre impresionantes paredes de piedra que alcanzan los 600 metros de altura en partes de su trazado. Pero eso no son más que datos y hay que recorrerlo en moto (o andando o en bici) para sentir su majestuosidad y su belleza natural.
Me gusta recorrer el desfiladero despacio, meciéndome con cada curva y oliendo cada salto de agua del río pensando siempre que algún día lo tengo que recorrer andando y disfrutar de cada rincón. Algún día será…
Al final llegamos a nuestro destino de hoy, Potes, un precioso pueblo rodeado de montañas y enclavado en el valle de Liébana con un patrimonio muy atractivo que le ha hecho ganarse el sobrenombre de la villa de los puentes y las torres, pero todo eso, y el hecho de que sea puerta de acceso a Picos de Europa, lo ha convertido en uno de los enclaves más turísticos de esta zona, lo que hace que esté masificado.
Llegamos al hotel, soltamos las motos y nos registramos en ese ambiente alegre que siempre se produce cuando llegamos a destino a media tarde después de una gran jornada de moto. Nos tomamos la inevitable cerveza y tras subir a las habitaciones y asearnos nos vamos a dar una vuelta por el pueblo y a cenar. Lamentablemente no vamos a poder disfrutar de uno de los platos estrella de la localidad, el cocido lebaniego, ya que es un plato muy contundente para la noche, pero seguro que podremos disfrutar de otras delicias de la zona como sus carnes y quesos. Para eso hemos venido, ¿no?
Tras la cena nos volvemos dando un paseo cuando nos sorprende que el coqueto bar del hotel donde tomamos la cerveza tiene un ambientazo tremendo y, como si fuera una señal, una única mesa libre con cinco taburetes. A estos signos del destino hay que hacerles caso, así que allí que nos acoplamos, nos pedimos unas copas y terminamos un fantástico día de moto, prolegómeno de lo que nos espera mañana que, ya sí, entramos en Picos de Europa.
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