MARRUECOS 2023.- Punto y seguido

 

MARRUECOS 2023.- Punto y seguido.-

Creo que todos en nuestros viajes tenemos un día en que nos embarga la sensación de que todo ha acabado y que lo que te queda hasta que vuelves a casa no es más que una lenta agonía. Por eso a mi me gusta planificar los viajes de tal forma que sea tan interesante la ida como la vuelta y, aunque sepas que vas de regreso, lo disfrutes como los primeros días.

No es el caso. Hoy esa sensación se acrecienta porque no solamente es que hoy sea el último día de viaje, sino que lo que tengo por delante me recuerda todo lo malo que ha pasado en ruta y que hasta ahora prefería olvidar. Hoy se tienen que cuadrar los astros para que mi moto esté en el puerto con hora de embarcar de vuelta a España y que cuando lleguemos a Tarifa me esté esperando una grúa que la lleve a casa. Hoy cae de nuevo sobre mi con todo su peso el conocimiento de que probablemente mi moto tendrá una avería bastante gorda y que eso en BMW no va a ser cuestión barata.

Ante el conocimiento de todas las cosas que pueden salir mal, decidimos que vamos a coger el camino directo por autopista hasta Tánger con la idea de estar con tiempo en destino y tener margen de maniobra. Aun así, son unos 250 kilómetros que tardaremos en recorrer unas tres horas, dejando de lado un posible paseo por la costa descubriendo nuevos pueblos y paisajes.

Desayunamos tranquilamente, recogemos y nos vamos, sin decirlo, con la inquietud en el cuerpo de si el seguro cumplirá su parte o nos encontraremos un problema. Antes de salir hablo con la responsable de la agencia que me asegura que la moto estará en su hora en el puerto, pero aun así le digo una hora antes de la prevista para que zarpe el barco. Cruzo los dedos y continuamos camino.


Del camino hay poco que decir. Una autopista es igual en cualquier parte del mundo y aquí por lo menos no notamos una conducción especialmente temeraria por parte de los locales que nos haga temer por nuestra integridad. A medio camino paramos para descansar un rato y aprovecho para volver a hablar con el gestor de seguro marroquí que me garantiza una vez más que todo saldrá bien. Cuando llegue a España me va a doler el bolsillo con la factura de teléfono, seguro.

Entramos a Tánger por unas amplias avenidas en las que desemboca la autopista y en las que el tráfico es intenso con ese puntito de locura que tienen los marroquíes al conducir. Cada uno hace lo que puede y por momentos nos perdemos de vista para poco después recuperar la formación. Lo que nos faltaba, que alguno se perdiera en este caos.

Al final y tras un tedioso paseo por las vías principales, llegamos al puerto y todos buscamos ansiosos con la mirada y antes de bajarnos de la moto, la grúa con su preciada carga. Nada. Allí no hay grúa ni moto encima. Un primer pinchazo de temor me sacude la espalda, pero me consuelo pensando que no pasa nada, que hemos llegado con tiempo y que seguro que mi moto estará al llegar. Joder, que han tenido casi una semana para traerla, tampoco va a ser tan complicado, ¿no?




Aparcamos y nos bajamos de las motos, nos quitamos cascos y chaquetas y nadie dice nada. Mientras recopilamos los billetes y resto de documentación para gestionar la vuelta ya empiezan las primeras coñas, pero con la boca chiquita, vaya a ser que se hagan realidad.

Nos sentamos en un chiringuito a tomar un refresco y hacer tiempo y Salva, el único que se defiende en francés, llama al de la grúa para ver qué pasa y nos dice que ha habido un problema y se retrasan, pero que no nos preocupemos que están antes de que salga el barco. La cara de todos es un poema, pero fingimos no estar preocupados, convencidos en apariencia de que la moto llegará.

Los minutos pasan lentos, muy lentos, y cuando estamos a una hora de la salida del barco me decido a empezar a gestionar una posible tragedia. Hablo con la administrativa de la naviera para explicarle la situación y me dice que no hay problema, que si la moto no ha llegado me cambia el billete para el siguiente barco o para el día siguiente. En esta tesitura le digo a mis compañeros que si llegado el momento no hay moto, que ellos se vayan y yo me quedo a esperarla y si es necesario paso la noche en un hotel y ya empieza la discusión. Todos dicen que eso es imposible, que hemos llegado juntos y nos vamos juntos y todas esas cosas que se dicen de corazón, pero poca cabeza. Yo les explico que es absurdo que todos pierdan la vuelta con los problemas que ello conlleva en el trabajo y asuma un gasto superior para pasar la noche allí, y como es lógico no nos ponemos de acuerdo.



Llega la hora de empezar a embarcar y mi moto no ha llegado. Un encargado de la naviera se nos acerca, consciente del problema, y nos dice que no nos preocupemos porque el barco lleva un retraso de media hora y que seguro que llega la grúa. Con que tranquilidad ve esta gente la vida, cojones.

El retraso de media hora se extiende hasta las dos horas y dan la orden de empezar a embarcar vehículos sin que mi moto haya dado señales de vida ni el tipo de la grúa se digne a coger el teléfono. En esas estamos, con el último aviso de embarque sonando por megafonía y yo implorando a mis amigos que cojan el ferry cuando alguien lo dice:

-          ¡ahí viene!

-          Venga, dejaros de coña que no tiene gracia y subiros al barco.

-          Que sí, joder, que allí viene una grúa amarilla con una moto encima…

No quiero ni mirar por temor a que sea una coña, pero efectivamente, a lo lejos y muy despacio como consecuencia del tráfico se acerca la que espero que sea mi moto (no vamos a tener tan mala suerte de que haya dos motos iguales dando vueltas por Marruecos encima de una grúa) y corriendo vamos a hablar con el personal de la naviera para pedirles unos minutos mostrándoles la moto que cada vez está más cerca. Nos dicen que la hora de salida es la que es y no se puede esperar a nadie, pero que si no tardamos nos dará tiempo.

Al final llega la grúa y el guarda de la puerta empieza a poner problemas para dejarle entrar. Todos hechos un manojo de nervios empezamos a increparle e intentar explicarle lo que pasa y nos mira con cara de muy pocos amigos. Mejor nos contenemos porque lo único que nos faltaría sería tener moto y dormir en el calabozo.

Al final, con una tranquilidad pasmosa la grúa entra en el parking del puerto y por fin me bajan la moto. Firma del papeleo y corriendo para el control de pasaportes todos muy nerviosos y casi levantando a mano la barrera. Cuando le doy los papeles al policía me doy cuenta que la matrícula de la tarjeta de embarque no es la mía sino la de Manolo que ya ha pasado y se dirige a la bodega del barco. No digo nada y cruzo los dedos para que no nos pongan problemas y por fin algo sale bien y nos permiten pasar.

Con las motos ya aseguradas en la bodega subimos a un ferry atestado de gente en el que no encontramos ni un asiento libre. Compramos unas cervezas en el bar y nos preparamos unos bocatas con el último resto de jalufo que nos queda que nos tenemos que comer de pie al lado de unos locales que, arrodillados, elevan sus plegarias a Alá. Vaya tela.

Si no es porque el ferry ha salido muy tarde me tengo que quedar allí y pelearme con mis amigos para que vuelvan a casa. Eso es lo bonito de viajar, que no puedes dar nada por seguro y que tienes que estar preparado para cualquier eventualidad y afrontar las cosas como llegan.


Cuando estamos casi llegando a Tarifa me llama el operario de la grúa española para quedar conmigo. Le digo la hora prevista de llegada y me dice que allí estará, pero que la moto la tengo que sacar del control de pasaportes. Ok, allí nos vemos.

Cuando llegamos me encuentro con que la moto ya no arranca y me tengo que poner a empujarla. Menos mal que las maletas van vacías, pero aun así me cuesta un trabajo enorme mover la moto porque algo en el motor se ha debido quedar encasquillado. Es como si tuviera que mover la moto con el freno cogido y la verdad es que me supone un esfuerzo titánico, más después del desgaste anímico de las cuatro horas esperándola. Esto no pinta bien.

Al final llego al puesto de control y detrás me espera la grúa. Explicaciones al funcionario de Policía y al gruista, montarla y volver a despedirme de ella. Es tarde y en la cara de todos se ve el cansancio acumulado, así que sin mayor trámite nos montamos en las motos y enfilamos el camino de vuelta.


Un rato después de arrancar nos paramos a tomar un necesario café y repostar y aprovechamos para llamar a casa y avisar de que llegaremos tarde. Seguimos la marcha y ya casi anocheciendo nos paramos en Los Potros a descansar y comernos uno de sus fantásticos bocadillos y relajarnos sabiendo que ya no llegamos a cenar a casa. Al rato, ya de noche y bajo un cielo que amenaza lluvia hacemos el reparto de equipajes (mis cosas todavía están divididas entre todas las motos) y nos despedimos todos conscientes de que cuando lleguemos a Córdoba no habrá más trámites y cada uno tirará para su casa.

Llegamos pasadas las 11 con algo de lluvia. Voy a mi casa donde me quedo y, ahora sí, le devuelvo su moto a Antonio que se marcha cansado. Entro y la única que está despierta es mi hija a la que doy un abrazo y un beso y le pido que se acueste, igual que hago yo con mucho cuidado de no despertar a mi mujer. Mañana habrá tiempo de contar todo.

Tumbado en la cama a oscuras, en la paz del hogar, noto que todos los músculos de mi cuerpo empiezan a relajarse y cómo el cansancio se apodera de mi. Cierro los ojos y empiezo a recordar algunos de los momentos del viaje y se dibuja una enorme sonrisa en mi cara. Es la sonrisa más pura que nadie pueda tener, ya que nadie puede verla, no es fingida. Cómo me gusta viajar en moto…

 




 



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