MARRUECOS 2023.- Rumbo a la capital

 

Abro los ojos a un nuevo día y lo primero que noto es la increíble suavidad que todavía tengo en el pelo después del masaje y lavado de ayer. Alucinante. Descansado y feliz bajo a desayunar en torno a una mesa bien surtida donde terminamos de perfilar la jornada de hoy.

La comitiva de viajeros, carromato y maletas nos lleva de nuevo al parking donde montamos todo y nos subimos de nuevo a nuestras compañeras de viaje. Insisto de nuevo en que Antonio lleve su propia moto, pero se niega argumentando que va muy cómodo de pasajero. Espero que no se acostumbre y pretenda que lo lleve en su moto a trabajar cuando volvamos.

Todavía no sabemos cuál va a ser nuestro destino de hoy y dudamos entre Casablanca y Rabat. Dependiendo de lo que tardemos en llegar cogeremos una u otra opción. Como no tenemos prisa nos decantamos por una carreterilla que va cerca de la costa, mejor que la tediosa autopista, y allá que nos vamos en una soleada y agradable mañana.

La ruta discurre por una vía no muy transitada que, aunque bastante cerca del mar, se alza sobre la costa, por lo que las vistas son extraordinarias. Al principio se ven desde la altura bastantes casitas y villas diseminadas a lo largo de la playa y nos hace plantearnos que puede ser una buena opción para vacaciones de verano en familia ya que suponemos que los precios no serán ni parecidos a los que actualmente se reclaman en cualquier zona costera andaluza, con el añadido de que puedes hacer excursiones muy agradables por la zona. Me lo apunto para el futuro.

La carretera va tomando altura por momentos y nos ofrece unos paisajes extraordinarios, asomándose en algunos puntos a magníficos acantilados en los que no podemos evitar parar para hacer la fotito de rigor, mientras que en otras ocasiones atraviesa pueblecitos pequeños y muy humildes que se ven completamente diferentes de las poblaciones que hemos pasado días atrás en el interior del país. Se nota la influencia del mar en las caras y forma de vestir de estas gentes.







Aunque agradable por las vistas y paisaje, y sin mucho tráfico, la carretera no ofrece mucho más ya que es muy rectilínea y, hasta cierto punto, aburrida. Siguiendo su trazado de repente nos encontramos con una imagen que no esperábamos en esta zona supuestamente abandonada del mundo. Al margen de la carretera nos topamos con una impresionante planta térmica que se ve muy nueva y con unas dimensiones colosales. Se trata de la mayor planta eléctrica de Marruecos y tiene capacidad para generar hasta el 25% de la demanda nacional de electricidad. Una mole junto al mar que rompe el tranquilo paisaje que venimos disfrutando.

Junto a la planta y para garantizar las comunicaciones y transporte de materiales se ha construido un nuevo puerto que también resulta espectacular, sobre todo por lo inesperado y enorme que se ve en medio de este páramo desértico. Evidentemente, desde aquí y hasta la cercana ciudad de Safi, han proliferado más industria y polígonos comerciales, lo que ha dado gran vida a la zona y lo notamos en las calles de la ciudad, abarrotadas y bulliciosas, lo que nos hizo abortar la idea de parar a dar una vuelta, sobre todo después de, por error, acabar metidos en medio del mercado con nuestras motos.

Es alucinante este pueblo. Eso nos hubiera ocurrido en España, colarte sin querer por medio de un mercadillo en moto, y se hubiera liado muy gorda. Los tenderos nos hubieran apaleado y los compradores insultado, pero allí, tras la primera mirada de sorpresa de todo el mundo, se resuelve con naturalidad. Vas despacito, ellos se apartan, te intentan vender algo, te sonríen y todo fluye. Genial.


Seguimos ruta por la misma carretera, una interminable línea de asfalto que bordea el mar desde los acantilados y nos devuelve estampas de tranquilidad y belleza, hasta que llegamos a El Yadida, otra encantadora ciudad marroquí donde, esta vez sí, hacemos parada para visitarla. Es una ciudad bastante grande, de unos 130.000 habitantes en la que se ven grandes avenidas y modernas construcciones invadidas por multitud de viandantes, vendedores, compradores y el resto de esta fantástica fauna marroquí.

Lo malo de viajar en moto, sobre todo cuando lo haces en grupo, es que no dispones de todo el tiempo que necesitas para visitar cosas. El plan es el plan y el calendario hay que cumplirlo. Por ese motivo decidimos que vamos a limitarnos a ver la antigua fortaleza portuguesa ya que de medinas y mezquitas vamos bien sobrados. Dejamos las motos en una zona de aparcamiento cercano a la entrada de la fortaleza y nos quitamos toda la ropa que podemos ya que el calor empieza a ser asfixiante.

Nos adentramos en la zona monumental y descubrimos unas callejuelas muy agradables en las que se ven algunas tiendas de recuerdos pero que no están masificadas y te llevan poco a poco hasta las murallas y el mar. Allí, aprovechando una zona en sombra, comimos y descansamos y mientras algunos practicaban su dominio del árabe con algún vendedor ambulante, otros nos fuimos a recorrer la muralla y hacer unas fotos que demostraran que estuvimos allí. La verdad es que el paseo fue muy agradable y te hace entender que éste sea uno de los mayores destinos vacacionales de la población local en Marruecos.

En la sobremesa, y entre risas, decidimos que vamos a pernoctar en Rabat ya que Casablanca está bastante cerca y así aprovechamos algo más el día y nos dejamos menos carga de kilómetros para el día siguiente en que tendremos que llegar con tiempo al puerto de Tanger y cruzar los dedos para que mi moto esté allí. Sobre la marcha elegimos un apartamento con buena pinta y mejor precio en Booking y nos dirigimos a la capital esta vez sí por la autopista para ganar tiempo, en uno de cuyos peajes Cristóbal nos deleita con una de las caídas del viaje ya que al bajarse de la moto accidentalmente metió primera sin coger embrague y el mastodonte de la Adventure salió volando con él encima. Vaya susto que nos llevamos…











Tras dos horas de viaje por las autopistas marroquíes y con la dirección del apartamento en el GPS, llegamos a una ciudad que a todos nos sorprende en cuanto circulamos por sus avenidas. No, esto no es Marruecos, pensamos. Esto no tiene absolutamente nada que ver con los pueblos y ciudades que hemos cruzado hasta ahora. Rabat, si no fuera por la profusión de banderas nacionales que hay por todos lados, sería una gran ciudad europea con amplias avenidas, edificios modernos y cuidados jardines. Se nota que aquí vive el rey y no quiere estar rodeado de pobreza y basura, pero creo que así no va a conocer nunca a su pueblo.

No digo que no me guste, es una gran ciudad y en su estilo muy bonita, pero a mi me gusta más el bullicio caótico de Marrakech o la indolencia decadente de Essauira, por no hablar de los pueblos del desierto. Tal vez si yo viviera aquí elegiría una casa en Rabat, pero lo bonito, lo auténtico, es el resto del país. Al menos lo que hemos visto al entrar, claro.

Llegamos al apartamento, dejamos las motos en el parking y subimos a una amplia vivienda en la que nos repartimos cómodamente por las habitaciones. Tenemos el espíritu de la última noche de viaje y eso se nota en las risas y comentarios mientras programamos qué hacer en las siguientes horas. En la terraza del apartamento nos vamos ubicando para acabar con las últimas reservas de cervezas y buscamos un restaurante con buenas referencias para darnos un homenaje de pescado que entendemos será bueno en esta zona.






Al final, entre que es algo tarde, las ganas de cervezas que tenemos y que hemos reservado en un restaurante frente al mar, decidimos relajarnos e ir directos a cenar dejando la visita a la ciudad para otra ocasión. Cogemos un par de taxis que nos llevan hasta nuestro destino descubriéndonos una muy apetecible ciudad con mucho patrimonio que explorar y nos encontramos con un magnífico establecimiento donde somos los únicos clientes y nos deleitamos con algunas especialidades locales que nos hacen pasar una estupenda velada regada con abundantes cervezas. A la vuelta al apartamento nos montamos en otros dos taxis que nos demuestran la habilidad de este pueblo con el volante hasta el punto de pasar auténtico miedo y desear llegar lo antes posible. Están zumbados estos taxistas.

Compramos algo de hielo para tomar una copa en el apartamento pero, aunque tenemos ganas, el cansancio se nota y no tardamos mucho en ir desfilando hacia la cama donde nos entregamos a un reparador sueño. Es inevitable al acostarte recordar los días que hemos pasado y las aventuras que hemos corrido hasta que caemos en los brazos de Morfeo con una sonrisa dibujada en la cara.

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