MARRUECOS 2023.- ¿Día perdido o noche ganada?

 

Nos levantamos temprano con la idea de ver el amanecer desde la duna. No voy a repetir los calificativos que ya manifesté sobre el atardecer para evitar ser pesado y reiterativo, pero después de esta experiencia estoy convencido de que en la medida que la vida me lo permita, volveré a dormir en el desierto y es algo que todo el mundo debe hacer al menos una vez en la vida.

Ya desayunando empiezo a llamar a España para intentar solucionar el tema de la moto, la grúa y transporte. Para ello cuento con la inestimable colaboración de mi mujer a la que pido que haga la gestión para evitar el coste excesivo que me provocarían las múltiples llamadas desde Marruecos (pese a ello, a la vuelta me encontraré con un cargo extra de casi 300 €). Gracias cariño ;-)

Para la vuelta nos montamos de nuevo en el 4x4 pero esta vez hacemos el recorrido directo a través de la duna sobre la que nuestro conductor, jaleado por los pasajeros, que todo hay que decirlo, vuela y nos ofrece una experiencia divertidísima en la que en varias ocasiones estamos a milímetros de volcar y rodar duna abajo tal y como nos señalarían después desde el otro coche. Mereció la pena.





Ya en el hostel entro en modo tramitador y empiezo a ver las posibilidades que tengo. Mi primera intención es mandar la moto en grúa a Córdoba y pedir que me pongan medio de transporte a casa, pero casi me pegan mis compañeros al decírselo. Insisten en que habiendo cinco motos no van a permitir que me vaya a medio viaje y que si hemos venido juntos nos tenemos que volver juntos. Es Antonio el que termina de convencerme al decirme que tras la caída de ayer está muy dolorido y no se ve con fuerzas para conducir la moto y que hasta le viene bien que yo me haya quedado sin moto para que coja la suya y lo lleve de paquete. Al final me convencen y repartimos mis maletas entre las restantes motos y pactamos seguir el viaje con cinco motos.

En esta situación y ya con todo decidido, hablo con Antonio y les pedimos que vayan ellos iniciando la ruta ya que no tiene sentido que seis personas se queden esperando a una grúa, emplazándonos a encontrarnos en la ruta cuando la grúa se lleve mi moto, esperamos que en poco rato. Conseguimos vencer su inicial negativa y al final nos quedamos los dos solos en el hostel en el que Mustapha nos ofrece un te mientras esperamos noticias del seguro.

A toro pasado llegaríamos al convencimiento de que no fue una buena idea. La verdad es que quedarse dos personas solas en Marruecos con una moto que hace muy poco ha sufrido una aparatosa caída no es lo más razonable, sobre todo si, como comprobamos después, la burocracia marroquí te puede jugar malas pasadas. Menos mal que no tuvimos que arrepentirnos de esa decisión, pero para la próxima lo meditamos mejor.

El día se sucede en una reiteración de tics asumidos que van desde mirar el reloj, comprobar que hay cobertura en el móvil o preguntarle la hora al otro intentando con ello que los minutos vayan más rápidos, pero evidentemente no conseguimos nada.

La tramitadora de mi seguro nos dijo que en seguida daba el parte a la corresponsal en Marruecos y que en breve vendrían a recogernos, pero lo cierto es que estábamos tirados en medio del desierto viendo con impotencia mi maravillosa moto pero consciente de que en esta ocasión no me sacaría del atolladero.

Las horas pasan y nos tenemos que cambiar de ubicación ya que el sol empieza a dar en la zona en que estamos sentados. Al principio la conversación es animada comentando las anécdotas del viaje pero poco a poco el ánimo decae y el silencio y la desesperación nos abraza. Son las doce del medio día y desde las nueve llevamos esperando una grúa que nunca llega y de la que no tenemos la más mínima noticia.

Al final y con el fin de intentar presionar un poco al seguro le pido a mi mujer que vuelva a llamar diciendo que estamos en medio del desierto esperando y es cuando compruebo que me estoy quedando sin batería y los cargadores viajan en alguna moto dirección a Uarzazate. Lo que me faltaba, que el de la grúa llame y no me pueda localizar. En ese momento nos damos cuenta de que la chica canadiense con la que compartimos cena está dormitando en un sofá dentro del hostel y cruzo los dedos al pedirle su cargador. Bien, tiene USB C y me lo deja.

A respuesta de la llamada me dice Rosa que la grúa va de camino, lo que es motivo más que suficiente para que Antonio y yo nos fundamos en un abrazo confiados en dejar pronto el hostel y seguir nuestro camino. Tendremos que renunciar a la etapa programada e ir directos al alojamiento, pero podemos comer de camino y llegar temprano. Animados por las perspectivas le preguntamos a nuestra amiga canadiense qué hacía allí acostada y nos cuenta que va a pasar de nuevo la noche en el desierto y que como no se puede quedar en el campamento se queda allí durmiendo hasta que vuelva al desierto. Antonio y yo decidimos que la chica en cuestión es algo rarita, ella sola en el desierto y perdiendo un día de esa manera, así que la dejamos dormir y nos sentamos de nuevo a la sombra.

En la confianza de que la grúa llegará pronto no se nos ocurre hacer planes para comer y como mucho le pedimos al anfitrión agua o algún refresco. Aún así, la mañana se transforma en medio día y la grúa no da señales de vida. Llamamos varias veces y no obtenemos respuesta hasta que por fin, ya cerca de las tres recibo una llamada de mi seguro de España. Una amable y resolutiva gestora me dice que de lo que me han ido diciendo hasta entonces que me olvide. Que no hay ninguna grúa de camino y que ella se va a hacer cargo de mi situación y no se va a su casa hasta que no esté todo solucionado, pero que le cuente que ha pasado para empezar con todo el trámite.

No me lo puedo creer. Siete horas esperando para que me digan esto. Lo primero que me pregunta la gestora es sobre la posibilidad de buscar un taller a lo que me niego y le digo que el motor está jodido y que me quiero llevar mi moto a casa. Ella me entiende pero me explica las complejidades del trámite administrativo que todo ello conlleva.

Cuando entras en Marruecos con tu vehículo te sellan el pasaporte y te dan un permiso de importación temporal del vehículo que tienes que entregar a la salida. Ojo porque es una cartulina muy pequeña que te meten en el pasaporte sin explicarte nada y no es difícil que se pierda. La cuestión es que la moto no puede salir de Marruecos si no la conduces tú, y claro, en el estado de mi moto esto es imposible.

Me comenta que para poder hacer esto tendría que ir a Casablanca a gestionar una documentación que habilita la salida de la moto y que tendría que pedir cita previa ya que no me garantiza que eso se pueda hacer en el puerto de Tanger. Además de eso me cuenta que el tema de la grúa en Marruecos no es como en Europa. Si aquí rompes tu vehículo en Berlín, por ejemplo, la moto se monta en una grúa y viene para España, pero allí eso no es posible. En Marruecos las licencias administrativas para la actividad de grúa son territoriales y eso implica que una misma grúa no puede coger mi moto en Merzouga y llevarla a Tanger, sino que habrá que ir llevándola en diferentes vehículos que cambiarán por cada territorio administrativo.

Menos mal que estaba solo y nadie pudo ver la cara que se me puso cuando escuché esto, pero tuvo que ser un poema. Ante esta situación, desesperado por las noticias y con la cabeza echando humo barajando opciones para todo lo que me decía, sin vehículo y sin querer joderle también el viaje a Antonio, se me ocurre un plan. Le cuento que mi moto arranca aunque no anda bien y le pregunto si podríamos llevar la moto en grúa hasta el puerto de Tanger dentro de cinco días que tengo el ferry de vuelta, montarla yo mismo y salir sin problema de Marruecos, y que me espere otra grúa en Tarifa para subirla y traerla a Córdoba.

Se queda un rato callada, pensando en las opciones, supongo, y me contesta que podría ser, que como idea es brillante y evitamos todo el trámite que me ha contado, pero que le deje tiempo para ponerse en contacto con la oficina de Casablanca para ver si en ese plazo sería posible que la moto esté en Tanger. Me pide que quede a la espera porque solamente lo hace si le aseguran que la moto está en el sitio y fecha indicada. En cuanto lo tenga todo claro me llama.

Es una lástima que no recuerde el nombre de la gestora, porque sería de justicia reconocerle la gran labor que hizo conmigo. Aunque mi primera reacción fue de inmenso cabreo al decirme que había que empezar de nuevo, la seguridad y confianza que me trasladó y sobre todo, lo claro que me lo dijo todo me hicieron ver una luz al final del túnel.

Pasó al menos hora y media hasta que me volvió a llamar para decirme que el plan se aprobaba. Que el traslado, con la complejidad de los diferentes cambios de grúa, era posible y me garantizaba que la moto estaría en el puerto de Tanger antes de la salida y que me mandaban inmediatamente una grúa para recoger la moto. El problema era que en Merzouga y alrededores no había ese servicio y tenían que mandarla desde la base en Er Rachidia y me iba a tardar al menos dos horas. También me comentó que su turno terminaba a las seis pero que no pensaba dejar su puesto hasta que todo estuviera resuelto y con mi moto en la grúa. Tras miles de gracias por mi parte y compromiso de vigilancia por la suya nos despedimos a las cuatro y media de la tarde.

Me reúno de nuevo con Antonio y le doy las noticias. Calculamos que con algo de suerte para las siete podemos estar saliendo y empezamos a planificar qué vamos a hacer. Evidentemente la ruta que teníamos prevista, pasando por las gargantas de Todra y Dades se nos ha ido al carajo. Miramos la ruta más rápida para llegar a nuestro destino en Uarzazate y Google nos dice que al menos son cinco horas y media. Contando con que la grúa llegue a las siete y con al menos una parada en el trayecto y teniendo en cuenta que estamos en Marruecos, decidimos que es una locura intentar llegar después de todo el día y teniendo que conducir por esas carreteras de noche. Me pongo a buscar y encuentro un hostel a medio camino, en Tinerhir, con una valoración de 9.5 en Booking que por 17 € nos da habitación a los dos con desayuno y no lo pensamos más. Hago la reserva y nos ponemos a llamar a todos los que están preocupados por nosotros a contarle las buenas nuevas y nuestra decisión.

Cuando acabamos de poner todo en orden nos derrumbamos de nuevo en los sofás del hostel y empezamos a soñar con el fin de la jornada mientras empiezan a llegar los viajeros que esa noche pernoctarán en el campamento. A todo esto, Mustaphá ha entrado y salido del hostel media docena de veces para hacer gestiones por el pueblo y a cada vez que se marcha nos despide muy amable y berebermente. A la séptima vez que vuelve a entrar se sorprende de vernos todavía por allí. Le contamos la epopeya y nos pregunta si hemos comido algo. En ese momento nos damos cuenta que son las seis de la tarde y más allá de agua y te no nos hemos metido nada en el estómago. Qué cara de hambre pondríamos que nuestro anfitrión nos dijo que no nos preocupáramos que nos iba a preparar algo y un rato después aparece con un plato con un bocadillo de tortilla con verdura y una salsa picante que nos supo mejor que un cochinillo de Arévalo. Mientras los devoramos mi gestora me llama para confirmarme que la grúa estará en destino entre las siete y media y las ocho. Le agradezco el interés con la salsa chorreándome hasta el codo y nos relajamos en el sofá. Ha sido buena idea reservar a medio camino.

Con esa información calculamos que podremos estar en destino sobre las once u once y media. Algo tarde para cenar y le pedimos un nuevo favor a Mustapha para que llame al hostel y le diga al gerente que vamos a llegar a esa hora y por si nos pueden tener algo de cenar para cuando lleguemos. No hay problema. Nos espera y además nos prepara un Tajín para cenar.

Sobre las siete Mustapha se marcha con sus huéspedes hacia el campamento y desea fervientemente no volver a vernos, sentimiento al que nos unimos. A las siete y media me llama mi gestora para ver si ya nos ha recogido la grúa y le digo que todavía no. Me dice que no me preocupe que ha comprobado que estaba llegando y que en media hora me vuelve a llamar porque me repite que no se va a casa hasta que esté todo solucionado. Le digo que espero no poder contestar su llamada porque eso será signo de que voy en la moto y nos despedimos esperando no volver a hablar con ella.

Finalmente cerca de las ocho llegó la grúa. De ella se baja un muchacho que se queda como dos minutos mirando en silencio mi moto, quizá pensando a ver cómo va a subir ese burraco en su grúa. Se pone manos a la obra, hace una revisión exhaustiva de la moto y si tiene algún arañazo apuntando en el parte todo lo que ve tras señalármelo a mi, apunta hasta los litros de combustible que le quedan y procede a subir con nuestra ayuda la moto al remolque. Tras eso me pide las llaves de la moto y la documentación, nos da copia de todo y se marcha. Nunca he visto en Europa un operario de grúa tan concienzudo y eficaz.

Nos quedamos Antonio y yo mirando cómo se marcha la grúa con mi moto encima dirección al ocaso y sin perderla de vista me dice:

-          ¿Sabes que le acabas de dar tu moto con las llaves y los papeles a un moro?



No sin agradecerle el aporte nos ponemos en marcha. Nos vestimos de moteros rápidamente, cargamos las maletas y nos montamos. No me cuesta hacerme con la moto de Antonio porque hace dos semanas tenía otra igual y salimos con más prisa que ganas a nuestro destino. A ver si se acaba ya de una vez esta pesadilla de día. Solamente soñamos con llegar y acostarnos. Mañana será otro día.

Empezamos a devorar kilómetros con la única idea de recorrer la mayor distancia posible mientras haya luz solar. Me aterra conducir por Marruecos por la noche. Puede que se nos cruce cualquier animal, de dos o cuatro patas, o incluso que nos encontremos otra lengua de arena en la vía como ayer y todo eso sin más luz que los faros de la 1200 no me gusta un pelo.

Avanzamos a buen ritmo en medio de un paisaje espectacular atravesando un desierto rocoso con unas montañas al fondo que con la luz del atardecer nos ofrece unas imágenes impresionantes. Además la carretera está desierta durante todo el trayecto lo que lo hace más increíble, pero no nos podemos parar a hacer fotos. Si alguna vez vuelvo por esta parte del mundo tengo que recorrer de nuevo esta carretera.

Atravesamos un par de pueblos más grandes de lo que esperábamos pero la carretera sigue desierta y no vemos ningún animal y al dejar atrás las dunas tampoco obstáculos en la vía que por otra parte es bastante buena. Ya cerrada la noche nos paramos en un pueblo anónimo en el que todos sus pobladores invaden las calles y comercios como si fuera una feria y donde lógicamente somos el centro de atención. No creo que este pueblo sea nada de turístico y ver aparecer a dos tipos como nosotros montados en esa moto enorme es la comidilla del pueblo. Mientras nos bebemos una botella de agua y descansamos un poco varios chavales se acercan para pedirnos hacerse fotos con la moto. Si ese grupo se te acerca aquí en España para pedirte fuego te acojonas y sales corriendo, pero ya estamos medio acostumbrados a que los turistas somos nosotros y charlamos con ellos sin problemas.

Rápidamente seguimos marcha para intentar llegar a una hora prudente y sobre las once llegamos al destino. El hostel está justo en la entrada de la garganta de Todra y siguiendo el navegador no vemos nada y nos pasamos el punto que indicaba. Mal asunto comentamos. Lo que nos faltaba ahora es no encontrar el sitio. Damos la vuelta y a unos trescientos metros nos encontramos a un marroquí en medio de la carretera haciéndonos gestos. Aquí va a ser.

Paramos la moto y nos bajamos, se nos presenta como Rachid y con una gran sonrisa nos da la bienvenida a su casa. Es un tipo alto, sobre metro ochenta y cinco o noventa, joven, de menos de treinta, y espigado. Es ese tipo de personas que nada más verlo te cae bien y nos guía al interior del local, que está un poco escondido, y a través de diferentes escaleras que conectan varios edificios a distinta cota, nos acompaña a nuestra habitación. Es un cuarto muy básico sin servicio, con tres camas y muebles que más recuerdan a un piso de estudiantes de los noventa que a un hostel, pero nos da igual. Hemos llegado, vamos a cenar y a dormir.

Mientras llamo a mi mujer para darle el parte de la jornada escucho a Antonio que le dice a Rachid que hay ropa sobre una cama y él tan tranquilo y con su sonrisa tatuada en la cara le dice que sí, que es del otro huésped con el que compartimos habitación. Mientras se va hacia la terraza nos dice que nuestro Tajín ya está listo y que bajemos a cenar cuando queramos.

Totalmente desconcertados nos miramos sin saber cómo reaccionar. Sabemos que la gente joven suele viajar así, pero nosotros ya tenemos los cincuenta y dormir con un extraño no es algo que estuviera previsto cuando salimos de casa. Además el sitio es súper cutre aunque limpio, y no somos capaces de entender cómo ha obtenido un 9.5 en Booking.

Tras la inicial sorpresa nos empezamos a reir y nos decimos que peor para el compañero de cuarto que nos va a tener que aguantar. Nos quitamos la impedimenta de moto para bajar a cenar y me salgo de la habitación para llamar a Manolo y contarle que hemos llegado bien. En ese momento veo salir a una muchacha muy joven y aparentemente tímida del baño común con su bolsa de aseo y toalla y avanzando por el pasillo se mete en nuestra habitación. No me lo puedo creer.

La cara de la chica era un poema cuando se ve en el cuarto rodeada por esos dos mastuerzos. Tendría poco más de veinte años la muchacha y creo que por muy acostumbrada que estuviera a compartir habitación en sus viajes no estaría preparada para estos compañeros de cuarto. Además lo arreglamos empezando por pedirle en nuestro inglés de cercanías, cargadores para los móviles y contándole que se prepare porque si uno ronca, el otro va fino por los bajos. La dejamos sin palabras y sin haber podido siquiera soltar la bolsa de aseo y nos vamos a cenar.

Las risas que nos dimos por el pasillo compensaron todo el día que llevábamos. Nada más ver a Rachid le preguntamos si no tendrá otra habitación para nosotros, más que nada por la pobre muchacha y nos dice que tiene otra, pero es más cara. Le pedimos verla y nos lleva a un cuarto con dos camas de matrimonio y un baño privado por 35 €. Ni nos lo pensamos, vamos a la habitación recogemos nuestras cosas y dejamos a la pobre muchacha llorando de agradecimiento y sacando de debajo de la almohada un martillo que había puesto allí para algo.

Ya de vuelta Antonio ve que Rachid está haciendo pinchitos en la barbacoa con una pinta espectacular y le pide unos. Rachid no llega a comprender cómo teniendo el tajin vamos a pedir más comida pero al final lo convencemos. Hay que decir que la conversación entre nosotros es en inglés porque él no habla ni palabra de español, y entonces es cuando en mi macarrónico inglés mantuve con él la conversación que cambiaría el día e incluso el viaje:

-          Do you have beer?

-          Yes

-          But, real beer or fake beer?

-          …. I can’t understand you

-          Alcoholic beer or non alcoholic beer?

-          Alcoholic beer, of course

-          How many beers do you have?

-          I have one hundred beers

-          Give me two, please

 

Nos pasa a una agradable terraza junto al río en que nos sirve nuestras cervezas y la posterior cena. Al abrir la cerveza, comprobar que está helada y que es de verdad, nos miramos Antonio y yo y nos decimos que puede que esa sea la noche del viaje. Tenemos la teoría de que en cada viaje hay una noche en la que los astros se alinean, te tomas un par de cervezas y la risas fluyen, y después del día que llevamos esta pinta bien. Y más que va a pintar. Al traernos la segunda ronda de cervezas Rachid nos dice que cenemos tranquilos y que cuando acabemos nos espera en la terraza para la fiesta. Nos miramos los dos descolocados y le preguntamos de qué fiesta habla y él nos dice tan tranquilo que todas las noches organiza una fiesta con sus huéspedes y que nosotros estamos invitados.

Seguimos tranquilamente con nuestra cena y recordando con desesperación el día que llevamos cuando Rachid vuelve a acercarse para traernos otra ronda y nos dice que no están tocando la guitarra para no molestarnos en nuestra cena, pero que cuando acabemos podemos bajar a la terraza y comienza la fiesta, todo esto con una sonrisa en la cara, y se va para la terraza con otro buen cargamento de cervezas.

Terminamos de cenar y entre curiosidad y agradecimiento decidimos acercarnos a esa supuesta fiesta y bajando unas escaleritas llegamos a una pequeña terracita sobre el río en que se escuchan millones de ranas croar y que al día siguiente veremos que tiene unas vistas maravillosas de la garganta de Todra. Allí nos recibe con los brazos abiertos Rachid junto con cuatro amigos suyos marroquíes y un grupo heterogéneo de viajeros y viajeras de diversas procedencias y nacionalidades que se están comunicando en inglés mientras consumen muchas latas de cervezas. Nos presentamos al grupo que decide llamarnos los Antonios y nos piden que le contemos qué tal nuestro día y cómo nos sentimos. Para ello nos obsequian con otras dos cervezas y ese sí es el momento en que nos miramos a los ojos y entre risas decimos que sí, que esa sin duda va a ser la noche del viaje.

A esas cervezas sucedieron otras hasta que Rachid trae varias bebidas espirituosas que nos ofrece muy amablemente junto con otros productos de la zona mientras sus amigos empiezan a tocar la guitarra y empezar a cantar. En muestra de agradecimiento nosotros volvemos a la habitación y bajamos una botella de Matusalén que traíamos en la moto que trasegamos entre todos con exclamaciones de asombro ante la calidad del ron al que invitamos.

Ya más relajados nos sentamos entre el grupo y empezamos a comentar nuestro día y las aventuras que nos han llevado hasta allí. En ese momento me doy cuenta de que llevo con las botas de la moto puestas desde las ocho de la mañana y comienzo a quitármelas. Me quito la izquierda y cuando me iba a quitar la derecha Rachid me pregunta algo y comienzo a charlar con él sin quitarme la otra por pura educación mientras me sirve un whisky y ya todo se lio.

No puedo entrar en más detalles, entre otras cosas porque seguramente habré olvidado más de la mitad de lo que ocurrió esa noche. Lo que sí puedo decir es que me volví para la cama a las seis de la mañana caminando con una bota puesta y la otra en la mano después de haber acabado entre todos al menos ocho botellas de alcohol. Recuerdo haber estado hablando toda la noche en inglés con franceses, belgas y canadienses, además de los amigos marroquís de Rachid, de temas tan variopintos como el problema catalán o el descubrimiento de América ante la sorprendida y descojonada cara de Antonio que en ese momento comenzaba a ponerse borroso. Al final de la noche le pregunté a Rachid el motivo de esa fiesta y él me comentó que es bereber y que su pueblo es hospitalario por naturaleza y disfruta conociendo a sus huéspedes para aprender de su cultura y vivencias. Todos los días organiza estas veladas a las que están invitados todos los clientes de su hostel y sus amigos y es feliz con eso.

Finalmente y tras separarme del infinito abrazo de amistad y agradecimiento que me ofreció nuestro anfitrión pude llegar a mi cuarto y más que dormirme me desmayé no sin antes hacer balance de este día tan extraño con una sonrisa en la cara. No se si será el karma, los espíritus del desierto o una potra increíble, pero lo que empezó el día de antes con un accidente y una avería gorda de moto ha terminado hoy de la forma más increíble y divertida posible.

Cierro los ojos recordando escenas del día y el cansancio y seguramente también el medio litro de whisky me llevan en brazos para terminar la jornada. Gracias Universo por estas cosas…




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