Nos levantamos temprano con la
idea de ver el amanecer desde la duna. No voy a repetir los calificativos que
ya manifesté sobre el atardecer para evitar ser pesado y reiterativo, pero
después de esta experiencia estoy convencido de que en la medida que la vida me
lo permita, volveré a dormir en el desierto y es algo que todo el mundo debe
hacer al menos una vez en la vida.
Ya desayunando empiezo a llamar a
España para intentar solucionar el tema de la moto, la grúa y transporte. Para
ello cuento con la inestimable colaboración de mi mujer a la que pido que haga
la gestión para evitar el coste excesivo que me provocarían las múltiples
llamadas desde Marruecos (pese a ello, a la vuelta me encontraré con un cargo
extra de casi 300 €). Gracias cariño ;-)
Para la vuelta nos montamos de nuevo en el 4x4 pero esta vez hacemos el recorrido directo a través de la duna sobre la que nuestro conductor, jaleado por los pasajeros, que todo hay que decirlo, vuela y nos ofrece una experiencia divertidísima en la que en varias ocasiones estamos a milímetros de volcar y rodar duna abajo tal y como nos señalarían después desde el otro coche. Mereció la pena.
Ya en el hostel entro en modo
tramitador y empiezo a ver las posibilidades que tengo. Mi primera intención es
mandar la moto en grúa a Córdoba y pedir que me pongan medio de transporte a
casa, pero casi me pegan mis compañeros al decírselo. Insisten en que habiendo
cinco motos no van a permitir que me vaya a medio viaje y que si hemos venido
juntos nos tenemos que volver juntos. Es Antonio el que termina de convencerme
al decirme que tras la caída de ayer está muy dolorido y no se ve con fuerzas
para conducir la moto y que hasta le viene bien que yo me haya quedado sin moto
para que coja la suya y lo lleve de paquete. Al final me convencen y repartimos
mis maletas entre las restantes motos y pactamos seguir el viaje con cinco
motos.
En esta situación y ya con todo
decidido, hablo con Antonio y les pedimos que vayan ellos iniciando la ruta ya
que no tiene sentido que seis personas se queden esperando a una grúa,
emplazándonos a encontrarnos en la ruta cuando la grúa se lleve mi moto,
esperamos que en poco rato. Conseguimos vencer su inicial negativa y al final
nos quedamos los dos solos en el hostel en el que Mustapha nos ofrece un te
mientras esperamos noticias del seguro.
A toro pasado llegaríamos al
convencimiento de que no fue una buena idea. La verdad es que quedarse dos
personas solas en Marruecos con una moto que hace muy poco ha sufrido una
aparatosa caída no es lo más razonable, sobre todo si, como comprobamos
después, la burocracia marroquí te puede jugar malas pasadas. Menos mal que no
tuvimos que arrepentirnos de esa decisión, pero para la próxima lo meditamos
mejor.
El día se sucede en una
reiteración de tics asumidos que van desde mirar el reloj, comprobar que hay
cobertura en el móvil o preguntarle la hora al otro intentando con ello que los
minutos vayan más rápidos, pero evidentemente no conseguimos nada.
La tramitadora de mi seguro nos
dijo que en seguida daba el parte a la corresponsal en Marruecos y que en breve
vendrían a recogernos, pero lo cierto es que estábamos tirados en medio del
desierto viendo con impotencia mi maravillosa moto pero consciente de que en
esta ocasión no me sacaría del atolladero.
Las horas pasan y nos tenemos que
cambiar de ubicación ya que el sol empieza a dar en la zona en que estamos
sentados. Al principio la conversación es animada comentando las anécdotas del
viaje pero poco a poco el ánimo decae y el silencio y la desesperación nos
abraza. Son las doce del medio día y desde las nueve llevamos esperando una
grúa que nunca llega y de la que no tenemos la más mínima noticia.
Al final y con el fin de intentar
presionar un poco al seguro le pido a mi mujer que vuelva a llamar diciendo que
estamos en medio del desierto esperando y es cuando compruebo que me estoy
quedando sin batería y los cargadores viajan en alguna moto dirección a
Uarzazate. Lo que me faltaba, que el de la grúa llame y no me pueda localizar.
En ese momento nos damos cuenta de que la chica canadiense con la que
compartimos cena está dormitando en un sofá dentro del hostel y cruzo los dedos
al pedirle su cargador. Bien, tiene USB C y me lo deja.
A respuesta de la llamada me dice
Rosa que la grúa va de camino, lo que es motivo más que suficiente para que
Antonio y yo nos fundamos en un abrazo confiados en dejar pronto el hostel y
seguir nuestro camino. Tendremos que renunciar a la etapa programada e ir
directos al alojamiento, pero podemos comer de camino y llegar temprano. Animados
por las perspectivas le preguntamos a nuestra amiga canadiense qué hacía allí
acostada y nos cuenta que va a pasar de nuevo la noche en el desierto y que
como no se puede quedar en el campamento se queda allí durmiendo hasta que
vuelva al desierto. Antonio y yo decidimos que la chica en cuestión es algo
rarita, ella sola en el desierto y perdiendo un día de esa manera, así que la
dejamos dormir y nos sentamos de nuevo a la sombra.
En la confianza de que la grúa
llegará pronto no se nos ocurre hacer planes para comer y como mucho le pedimos
al anfitrión agua o algún refresco. Aún así, la mañana se transforma en medio
día y la grúa no da señales de vida. Llamamos varias veces y no obtenemos
respuesta hasta que por fin, ya cerca de las tres recibo una llamada de mi
seguro de España. Una amable y resolutiva gestora me dice que de lo que me han
ido diciendo hasta entonces que me olvide. Que no hay ninguna grúa de camino y
que ella se va a hacer cargo de mi situación y no se va a su casa hasta que no
esté todo solucionado, pero que le cuente que ha pasado para empezar con todo
el trámite.
No me lo puedo creer. Siete horas
esperando para que me digan esto. Lo primero que me pregunta la gestora es
sobre la posibilidad de buscar un taller a lo que me niego y le digo que el
motor está jodido y que me quiero llevar mi moto a casa. Ella me entiende pero
me explica las complejidades del trámite administrativo que todo ello conlleva.
Cuando entras en Marruecos con tu
vehículo te sellan el pasaporte y te dan un permiso de importación temporal del
vehículo que tienes que entregar a la salida. Ojo porque es una cartulina muy
pequeña que te meten en el pasaporte sin explicarte nada y no es difícil que se
pierda. La cuestión es que la moto no puede salir de Marruecos si no la
conduces tú, y claro, en el estado de mi moto esto es imposible.
Me comenta que para poder hacer
esto tendría que ir a Casablanca a gestionar una documentación que habilita la
salida de la moto y que tendría que pedir cita previa ya que no me garantiza
que eso se pueda hacer en el puerto de Tanger. Además de eso me cuenta que el
tema de la grúa en Marruecos no es como en Europa. Si aquí rompes tu vehículo
en Berlín, por ejemplo, la moto se monta en una grúa y viene para España, pero
allí eso no es posible. En Marruecos las licencias administrativas para la
actividad de grúa son territoriales y eso implica que una misma grúa no puede
coger mi moto en Merzouga y llevarla a Tanger, sino que habrá que ir llevándola
en diferentes vehículos que cambiarán por cada territorio administrativo.
Menos mal que estaba solo y nadie
pudo ver la cara que se me puso cuando escuché esto, pero tuvo que ser un
poema. Ante esta situación, desesperado por las noticias y con la cabeza
echando humo barajando opciones para todo lo que me decía, sin vehículo y sin
querer joderle también el viaje a Antonio, se me ocurre un plan. Le cuento que
mi moto arranca aunque no anda bien y le pregunto si podríamos llevar la moto
en grúa hasta el puerto de Tanger dentro de cinco días que tengo el ferry de
vuelta, montarla yo mismo y salir sin problema de Marruecos, y que me espere
otra grúa en Tarifa para subirla y traerla a Córdoba.
Se queda un rato callada,
pensando en las opciones, supongo, y me contesta que podría ser, que como idea
es brillante y evitamos todo el trámite que me ha contado, pero que le deje
tiempo para ponerse en contacto con la oficina de Casablanca para ver si en ese
plazo sería posible que la moto esté en Tanger. Me pide que quede a la espera
porque solamente lo hace si le aseguran que la moto está en el sitio y fecha
indicada. En cuanto lo tenga todo claro me llama.
Es una lástima que no recuerde el
nombre de la gestora, porque sería de justicia reconocerle la gran labor que
hizo conmigo. Aunque mi primera reacción fue de inmenso cabreo al decirme que
había que empezar de nuevo, la seguridad y confianza que me trasladó y sobre
todo, lo claro que me lo dijo todo me hicieron ver una luz al final del túnel.
Pasó al menos hora y media hasta
que me volvió a llamar para decirme que el plan se aprobaba. Que el traslado,
con la complejidad de los diferentes cambios de grúa, era posible y me
garantizaba que la moto estaría en el puerto de Tanger antes de la salida y que
me mandaban inmediatamente una grúa para recoger la moto. El problema era que
en Merzouga y alrededores no había ese servicio y tenían que mandarla desde la
base en Er Rachidia y me iba a tardar al menos dos horas. También me comentó
que su turno terminaba a las seis pero que no pensaba dejar su puesto hasta que
todo estuviera resuelto y con mi moto en la grúa. Tras miles de gracias por mi
parte y compromiso de vigilancia por la suya nos despedimos a las cuatro y
media de la tarde.
Me reúno de nuevo con Antonio y
le doy las noticias. Calculamos que con algo de suerte para las siete podemos
estar saliendo y empezamos a planificar qué vamos a hacer. Evidentemente la
ruta que teníamos prevista, pasando por las gargantas de Todra y Dades se nos
ha ido al carajo. Miramos la ruta más rápida para llegar a nuestro destino en
Uarzazate y Google nos dice que al menos son cinco horas y media. Contando con
que la grúa llegue a las siete y con al menos una parada en el trayecto y
teniendo en cuenta que estamos en Marruecos, decidimos que es una locura
intentar llegar después de todo el día y teniendo que conducir por esas
carreteras de noche. Me pongo a buscar y encuentro un hostel a medio camino, en
Tinerhir, con una valoración de 9.5 en Booking que por 17 € nos da habitación a
los dos con desayuno y no lo pensamos más. Hago la reserva y nos ponemos a
llamar a todos los que están preocupados por nosotros a contarle las buenas
nuevas y nuestra decisión.
Cuando acabamos de poner todo en
orden nos derrumbamos de nuevo en los sofás del hostel y empezamos a soñar con
el fin de la jornada mientras empiezan a llegar los viajeros que esa noche
pernoctarán en el campamento. A todo esto, Mustaphá ha entrado y salido del
hostel media docena de veces para hacer gestiones por el pueblo y a cada vez que
se marcha nos despide muy amable y berebermente. A la séptima vez que vuelve a
entrar se sorprende de vernos todavía por allí. Le contamos la epopeya y nos
pregunta si hemos comido algo. En ese momento nos damos cuenta que son las seis
de la tarde y más allá de agua y te no nos hemos metido nada en el estómago.
Qué cara de hambre pondríamos que nuestro anfitrión nos dijo que no nos
preocupáramos que nos iba a preparar algo y un rato después aparece con un
plato con un bocadillo de tortilla con verdura y una salsa picante que nos supo
mejor que un cochinillo de Arévalo. Mientras los devoramos mi gestora me llama
para confirmarme que la grúa estará en destino entre las siete y media y las
ocho. Le agradezco el interés con la salsa chorreándome hasta el codo y nos
relajamos en el sofá. Ha sido buena idea reservar a medio camino.
Con esa información calculamos
que podremos estar en destino sobre las once u once y media. Algo tarde para
cenar y le pedimos un nuevo favor a Mustapha para que llame al hostel y le diga
al gerente que vamos a llegar a esa hora y por si nos pueden tener algo de
cenar para cuando lleguemos. No hay problema. Nos espera y además nos prepara
un Tajín para cenar.
Sobre las siete Mustapha se
marcha con sus huéspedes hacia el campamento y desea fervientemente no volver a
vernos, sentimiento al que nos unimos. A las siete y media me llama mi gestora
para ver si ya nos ha recogido la grúa y le digo que todavía no. Me dice que no
me preocupe que ha comprobado que estaba llegando y que en media hora me vuelve
a llamar porque me repite que no se va a casa hasta que esté todo solucionado.
Le digo que espero no poder contestar su llamada porque eso será signo de que
voy en la moto y nos despedimos esperando no volver a hablar con ella.
Finalmente cerca de las ocho
llegó la grúa. De ella se baja un muchacho que se queda como dos minutos
mirando en silencio mi moto, quizá pensando a ver cómo va a subir ese burraco
en su grúa. Se pone manos a la obra, hace una revisión exhaustiva de la moto y
si tiene algún arañazo apuntando en el parte todo lo que ve tras señalármelo a
mi, apunta hasta los litros de combustible que le quedan y procede a subir con
nuestra ayuda la moto al remolque. Tras eso me pide las llaves de la moto y la
documentación, nos da copia de todo y se marcha. Nunca he visto en Europa un
operario de grúa tan concienzudo y eficaz.
Nos quedamos Antonio y yo mirando
cómo se marcha la grúa con mi moto encima dirección al ocaso y sin perderla de
vista me dice:
-
¿Sabes que le acabas de dar tu moto con las
llaves y los papeles a un moro?
No sin agradecerle el aporte nos
ponemos en marcha. Nos vestimos de moteros rápidamente, cargamos las maletas y
nos montamos. No me cuesta hacerme con la moto de Antonio porque hace dos
semanas tenía otra igual y salimos con más prisa que ganas a nuestro destino. A
ver si se acaba ya de una vez esta pesadilla de día. Solamente soñamos con
llegar y acostarnos. Mañana será otro día.
Empezamos a devorar kilómetros
con la única idea de recorrer la mayor distancia posible mientras haya luz
solar. Me aterra conducir por Marruecos por la noche. Puede que se nos cruce
cualquier animal, de dos o cuatro patas, o incluso que nos encontremos otra
lengua de arena en la vía como ayer y todo eso sin más luz que los faros de la
1200 no me gusta un pelo.
Avanzamos a buen ritmo en medio
de un paisaje espectacular atravesando un desierto rocoso con unas montañas al
fondo que con la luz del atardecer nos ofrece unas imágenes impresionantes.
Además la carretera está desierta durante todo el trayecto lo que lo hace más
increíble, pero no nos podemos parar a hacer fotos. Si alguna vez vuelvo por
esta parte del mundo tengo que recorrer de nuevo esta carretera.
Atravesamos un par de pueblos más
grandes de lo que esperábamos pero la carretera sigue desierta y no vemos
ningún animal y al dejar atrás las dunas tampoco obstáculos en la vía que por
otra parte es bastante buena. Ya cerrada la noche nos paramos en un pueblo
anónimo en el que todos sus pobladores invaden las calles y comercios como si
fuera una feria y donde lógicamente somos el centro de atención. No creo que
este pueblo sea nada de turístico y ver aparecer a dos tipos como nosotros
montados en esa moto enorme es la comidilla del pueblo. Mientras nos bebemos
una botella de agua y descansamos un poco varios chavales se acercan para
pedirnos hacerse fotos con la moto. Si ese grupo se te acerca aquí en España
para pedirte fuego te acojonas y sales corriendo, pero ya estamos medio
acostumbrados a que los turistas somos nosotros y charlamos con ellos sin
problemas.
Rápidamente seguimos marcha para
intentar llegar a una hora prudente y sobre las once llegamos al destino. El hostel
está justo en la entrada de la garganta de Todra y siguiendo el navegador no
vemos nada y nos pasamos el punto que indicaba. Mal asunto comentamos. Lo que
nos faltaba ahora es no encontrar el sitio. Damos la vuelta y a unos
trescientos metros nos encontramos a un marroquí en medio de la carretera
haciéndonos gestos. Aquí va a ser.
Paramos la moto y nos bajamos, se
nos presenta como Rachid y con una gran sonrisa nos da la bienvenida a su casa.
Es un tipo alto, sobre metro ochenta y cinco o noventa, joven, de menos de
treinta, y espigado. Es ese tipo de personas que nada más verlo te cae bien y
nos guía al interior del local, que está un poco escondido, y a través de diferentes
escaleras que conectan varios edificios a distinta cota, nos acompaña a nuestra
habitación. Es un cuarto muy básico sin servicio, con tres camas y muebles que
más recuerdan a un piso de estudiantes de los noventa que a un hostel, pero nos
da igual. Hemos llegado, vamos a cenar y a dormir.
Mientras llamo a mi mujer para
darle el parte de la jornada escucho a Antonio que le dice a Rachid que hay
ropa sobre una cama y él tan tranquilo y con su sonrisa tatuada en la cara le
dice que sí, que es del otro huésped con el que compartimos habitación.
Mientras se va hacia la terraza nos dice que nuestro Tajín ya está listo y que
bajemos a cenar cuando queramos.
Totalmente desconcertados nos
miramos sin saber cómo reaccionar. Sabemos que la gente joven suele viajar así,
pero nosotros ya tenemos los cincuenta y dormir con un extraño no es algo que
estuviera previsto cuando salimos de casa. Además el sitio es súper cutre
aunque limpio, y no somos capaces de entender cómo ha obtenido un 9.5 en
Booking.
Tras la inicial sorpresa nos
empezamos a reir y nos decimos que peor para el compañero de cuarto que nos va
a tener que aguantar. Nos quitamos la impedimenta de moto para bajar a cenar y
me salgo de la habitación para llamar a Manolo y contarle que hemos llegado
bien. En ese momento veo salir a una muchacha muy joven y aparentemente tímida
del baño común con su bolsa de aseo y toalla y avanzando por el pasillo se mete
en nuestra habitación. No me lo puedo creer.
La cara de la chica era un poema
cuando se ve en el cuarto rodeada por esos dos mastuerzos. Tendría poco más de
veinte años la muchacha y creo que por muy acostumbrada que estuviera a
compartir habitación en sus viajes no estaría preparada para estos compañeros
de cuarto. Además lo arreglamos empezando por pedirle en nuestro inglés de cercanías,
cargadores para los móviles y contándole que se prepare porque si uno ronca, el
otro va fino por los bajos. La dejamos sin palabras y sin haber podido siquiera
soltar la bolsa de aseo y nos vamos a cenar.
Las risas que nos dimos por el
pasillo compensaron todo el día que llevábamos. Nada más ver a Rachid le
preguntamos si no tendrá otra habitación para nosotros, más que nada por la
pobre muchacha y nos dice que tiene otra, pero es más cara. Le pedimos verla y
nos lleva a un cuarto con dos camas de matrimonio y un baño privado por 35 €.
Ni nos lo pensamos, vamos a la habitación recogemos nuestras cosas y dejamos a
la pobre muchacha llorando de agradecimiento y sacando de debajo de la almohada
un martillo que había puesto allí para algo.
Ya de vuelta Antonio ve que
Rachid está haciendo pinchitos en la barbacoa con una pinta espectacular y le
pide unos. Rachid no llega a comprender cómo teniendo el tajin vamos a pedir
más comida pero al final lo convencemos. Hay que decir que la conversación
entre nosotros es en inglés porque él no habla ni palabra de español, y
entonces es cuando en mi macarrónico inglés mantuve con él la conversación que cambiaría
el día e incluso el viaje:
-
Do you have beer?
-
Yes
-
But, real beer or fake beer?
-
…. I can’t understand you
-
Alcoholic beer or non alcoholic beer?
-
Alcoholic beer, of course
-
How many beers do you have?
-
I have one hundred beers
-
Give me two, please
Nos pasa a una agradable terraza
junto al río en que nos sirve nuestras cervezas y la posterior cena. Al abrir
la cerveza, comprobar que está helada y que es de verdad, nos miramos Antonio y
yo y nos decimos que puede que esa sea la noche del viaje. Tenemos la teoría de
que en cada viaje hay una noche en la que los astros se alinean, te tomas un
par de cervezas y la risas fluyen, y después del día que llevamos esta pinta
bien. Y más que va a pintar. Al traernos la segunda ronda de cervezas Rachid
nos dice que cenemos tranquilos y que cuando acabemos nos espera en la terraza
para la fiesta. Nos miramos los dos descolocados y le preguntamos de qué fiesta
habla y él nos dice tan tranquilo que todas las noches organiza una fiesta con
sus huéspedes y que nosotros estamos invitados.
Seguimos tranquilamente con
nuestra cena y recordando con desesperación el día que llevamos cuando Rachid
vuelve a acercarse para traernos otra ronda y nos dice que no están tocando la
guitarra para no molestarnos en nuestra cena, pero que cuando acabemos podemos
bajar a la terraza y comienza la fiesta, todo esto con una sonrisa en la cara,
y se va para la terraza con otro buen cargamento de cervezas.
Terminamos de cenar y entre
curiosidad y agradecimiento decidimos acercarnos a esa supuesta fiesta y
bajando unas escaleritas llegamos a una pequeña terracita sobre el río en que
se escuchan millones de ranas croar y que al día siguiente veremos que tiene
unas vistas maravillosas de la garganta de Todra. Allí nos recibe con los
brazos abiertos Rachid junto con cuatro amigos suyos marroquíes y un grupo heterogéneo
de viajeros y viajeras de diversas procedencias y nacionalidades que se están
comunicando en inglés mientras consumen muchas latas de cervezas. Nos
presentamos al grupo que decide llamarnos los Antonios y nos piden que le
contemos qué tal nuestro día y cómo nos sentimos. Para ello nos obsequian con
otras dos cervezas y ese sí es el momento en que nos miramos a los ojos y entre
risas decimos que sí, que esa sin duda va a ser la noche del viaje.
A esas cervezas sucedieron otras
hasta que Rachid trae varias bebidas espirituosas que nos ofrece muy
amablemente junto con otros productos de la zona mientras sus amigos empiezan a
tocar la guitarra y empezar a cantar. En muestra de agradecimiento nosotros
volvemos a la habitación y bajamos una botella de Matusalén que traíamos en la
moto que trasegamos entre todos con exclamaciones de asombro ante la calidad
del ron al que invitamos.
Ya más relajados nos sentamos
entre el grupo y empezamos a comentar nuestro día y las aventuras que nos han
llevado hasta allí. En ese momento me doy cuenta de que llevo con las botas de
la moto puestas desde las ocho de la mañana y comienzo a quitármelas. Me quito
la izquierda y cuando me iba a quitar la derecha Rachid me pregunta algo y
comienzo a charlar con él sin quitarme la otra por pura educación mientras me
sirve un whisky y ya todo se lio.
No puedo entrar en más detalles,
entre otras cosas porque seguramente habré olvidado más de la mitad de lo que
ocurrió esa noche. Lo que sí puedo decir es que me volví para la cama a las
seis de la mañana caminando con una bota puesta y la otra en la mano después de
haber acabado entre todos al menos ocho botellas de alcohol. Recuerdo haber
estado hablando toda la noche en inglés con franceses, belgas y canadienses,
además de los amigos marroquís de Rachid, de temas tan variopintos como el problema
catalán o el descubrimiento de América ante la sorprendida y descojonada cara
de Antonio que en ese momento comenzaba a ponerse borroso. Al final de la noche
le pregunté a Rachid el motivo de esa fiesta y él me comentó que es bereber y
que su pueblo es hospitalario por naturaleza y disfruta conociendo a sus
huéspedes para aprender de su cultura y vivencias. Todos los días organiza
estas veladas a las que están invitados todos los clientes de su hostel y sus
amigos y es feliz con eso.
Finalmente y tras separarme del
infinito abrazo de amistad y agradecimiento que me ofreció nuestro anfitrión
pude llegar a mi cuarto y más que dormirme me desmayé no sin antes
hacer balance de este día tan extraño con una sonrisa en la cara. No se si será
el karma, los espíritus del desierto o una potra increíble, pero lo que empezó
el día de antes con un accidente y una avería gorda de moto ha terminado hoy de
la forma más increíble y divertida posible.
Cierro los ojos recordando
escenas del día y el cansancio y seguramente también el medio litro de whisky
me llevan en brazos para terminar la jornada. Gracias Universo por estas cosas…
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