MARRUECOS 2023.- El día que cambió el viaje

En comparación con la cama de Chaouen esto es lo más parecido a dormir en una nube que he conocido, y si a eso le unes que nadie nos ha llamado a oración por la noche, el resultado es que nos levantamos descansados y con una mañana soleada que nos hace soñar con guardar definitivamente los trajes de agua.

Aunque el día esté despejado, un pequeño nubarrón cruza por mi mente nada más levantarme y es que noto un pequeño retortijón en el estómago y me acuerdo de lo mal que estuvo ayer Manolo y, sobre todo, que el sábado mi sobrino estuvo con diarrea en su comunión y temo lo peor; que ahora me haya tocado a mi. Por fortuna es una falsa alarma y empezamos el día preguntando al enfermo qué tal ha dormido.

Nos cuenta que está mejor pero no se encuentra bien y que ha pensado irse solo hacia Casablanca por autovía para evitarse la etapa más larga hasta Merzouga de casi 400 kilómetros y hacer allí tiempo para reunirse con nosotros en Marrakech. Antonio y yo nos miramos sorprendidos del argumento al querer justificar hacer 300 kilómetros y pasar dos días solo por evitarse hacer 400 con el grupo, hasta el punto que empezamos a sospechar que o bien la fiebre le ha afectado el cerebro o tiene un lio en Marruecos y no quiere confesarlo.

Al final con la ayuda del doctor y su magnífica farmacia lo convencemos del absurdo de su planteamiento, recogemos los bártulos y cargamos las motos.

Salimos en una estupenda mañana con una temperatura algo fresca atravesando una carretera que serpentea entre bosques y paisajes que nunca adivinaríamos como marroquíes con un ritmo muy agradable y disfrutón saboreando la aventura que estamos viviendo. Poco a poco el paisaje se ensancha y con la pérdida de los árboles vemos mucho más territorio que paulatinamente va pasando del verde al marrón. No nos cruzamos con grandes poblaciones y el paisaje empieza a predominar sobre el hombre. Los arcenes se alargan hasta el horizonte y empezamos a asimilar la magnitud del territorio por el que avanzamos.

Al rato vemos al fondo la silueta de los Atlas con sus cumbres nevadas y aprovechamos la primera población que vemos para pararnos, hacer unas fotos y refrescarnos un poco. Se va notando que la temperatura sube por estos lares.



Estos primeros kilómetros por estas llanuras me hacen reflexionar sobre algunos aspectos de este país que confirmaré en el resto del viaje al repetirse por todas las carreteras que atravesaremos. Lo primero que me sorprende es la exagerada cantidad de burros que pueblan los arcenes de este país, y me refiero a cuadrúpedos. Cada poco tiempo ves a estos animales pastando tranquilamente y esperas que estén amarrados porque si no sería un problema de seguridad vial tremendo.

Lo segundo que aprecio es que a la vez que los burros, pero no junto a ellos, te podrás encontrar a gente vagando o sentada sin hacer nada por cualquier sitio. Da igual que hayas pasado un poblado hace varios kilómetros y te falte otro tanto para el próximo, que verás a un marroquí sentado en el arcén o andado por la vera de la vía. Muchas veces te piensas qué coño hace aquí este tío o cómo ha llegado hasta aquí, pero es una estampa que se repite constantemente. El día que esta gente se ponga a trabajar, con el potencial que tiene el país, mejor que nos preparemos.

Por último y no menos importante, me asombra la cantidad de basura que puebla las carreteras. No me refiero a la basura que se genera en una ciudad o poblado y que se amontona por todas partes menos en papeleras o contenedores. Son toneladas de bolsas de plástico, envases y residuos de todo tipo que llenan ambos márgenes de las carreteras muchos kilómetros alejados de los poblados. Esto es un problema grave que te hace temer por la salud del planeta. En Europa eso no lo vemos, pero si este es el reflejo de lo que puede ocurrir en África, Asia o Sudamérica es para hacérselo mirar.

Se me ocurren varias alternativas para combinar los tres factores y mejorar el país, pero creo que ninguna va a tener mucho recorrido.

Nuestra ruta nos lleva por una carretera que poco a poco va subiendo las montañas que hace un rato estaban en el horizonte, atravesando poblados en los que se hacen más frecuentes las construcciones de adobe y en los que cada vez somos más objeto de atención, aunque no sea infrecuente cruzarte con otros motoristas que vuelven del desierto.

Los paisajes son sobrecogedores, atravesando valles y cañones y algún que otro palmeral que nos sorprenden por su belleza y contrates, demostrando lo dura que tiene que ser la vida en esta zona cuando no cuentes con los privilegios que nosotros damos por sentados. Vemos niños alegres que van caminando al colegio y que nos saludan sonriendo esperando que les respondamos con un golpe de gas, aunque alguno opta por tirar alguna piedra a nuestras motos. Qué le habrán enseñado a ese chiquillo sobre los europeos o qué mala experiencia habrá tenido en el pasado para actuar así.





Es una lástima que esta etapa sea la de mayor distancia del viaje y la enfoquemos como un poco de transición ya que hay que estar temprano en Merzouga para organizar el traslado al campamento, porque estamos pasando por unos paisajes espectaculares que con otro plan más tranquilo hubiéramos disfrutado mucho más relajados.

Llegada la hora paramos a prepararnos un buen bocadillo de jamón a la salida de un poblado y nos convertimos en la atracción momentánea de la zona acudiendo varias niñas a vernos a una prudencial distancia hasta que el padre las llama a capítulo y las mete para casa. Nada de contacto con los infieles vaya a ser que se os pegue algo.






El día avanza y llegamos a Erfoud desde donde ya se pueden ver a lo lejos las dunas y la arena empieza a acercarse a la calzada, y por fin cogemos el camino que nos señala nuestro destino, Merzouga, a unos cincuenta kilómetros. Nos paramos en el arcén a refrescarnos antes de este último tirón y se nos paran varias personas para preguntarnos si tenemos algún problema y ofrecer su ayuda y orientación. La verdad es que la gente por aquí es muy amable y hospitalaria.

Enfilamos el camino con un horizonte ocre y temperatura alta del medio día que nos recuerda que estamos a las puertas del desierto. No sé si será por el calor, pero en este tramo se empieza a hacer más frecuente un ruido que llevo apreciando en la moto desde que la tengo hace menos de dos semanas. Desde que la cogí, escucho un traqueteo en el motor cuando acelero que no me gusta un pelo. Lo comenté con Pepe, su anterior propietario y le pedí que la cogiera para ver si era normal pero no lo apreció, la muy jodida se guardaba estas cosas para mi.  Lo comenté con el mecánico del concesionario y me dijo que era normal, que la 1250 suena más que mi antigua 1200 de aire y que es cosa de acostumbrarme. Anoche comentando en tema con Pepe y Cristóbal, éste me decía que a él le pasó lo mismo al principio de tenerla y que es normal, pero yo mantenía que no me parece normal que una moto que vale lo que vale tenga ese ruido.

Y al final se ve que normal, lo que se dice normal, no era. Voy avanzando por la carretera y el ruido va a más hasta que llega un momento en que directamente se oye un crujido en el motor y se reduce inmediatamente la potencia y el ruidito pasa a ser un estrépito de picado de biela.

No me vi la cara pero supongo que me puse blanco, verde, amarillo y morado en un momento. No, por Dios, que me he cargado la moto.

En ese momento reduzco por narices la marcha a la vez que veo que una lengua de arena ha cruzado la vía. Recuerdo las instrucciones del último curso de off road, analizo la arena, identifico la zona donde menos altura tiene, me dirijo a ella y la cruzo con la moto recta y sin acelerar.

La he pasado sin ningún problema cuando veo que a mi derecha me adelanta Antonio rodando sobre la arena mientras su moto se pierde en el arcén. Ya la hemos liado.

Aparco mi carraca en el arcén y paro el motor para ir corriendo, como todos, a socorrerle esperando que no le haya pasado nada porque la caída ha sido muy fea y estrepitosa. Menos mal que ha caído en arena y algo habrá amortiguado.

Le preguntamos qué tal está y nos comenta algo aturdido que no ha visto la arena y que menos mal que yo he reducido porque así se ha forzado él a bajar el ritmo. Lo levantamos con cuidado y recogemos su moto para colocarnos en el guarda raíl para hacer balance de daños cuando vemos que Manolo y Salva vuelven al ver que no les seguíamos.

Antonio tiene un fuerte golpe en el costado además de unos raspones bastante feos en las zonas donde no han funcionado las protecciones como el codo o donde directamente no tenía como la cadera. La rodilla sí la ha protegido la rodillera del pantalón. Viendo las heridas que tiene todos sabemos que mañana le va a doler mucho.

Por segundo día consecutivo el doctor tiene que desplegar todo su arte y procede a la desinfección, vendaje y suministro de fármacos para el dolor, avisándole que lo peor está por llegar. Menos mal que después del susto nos lo empezamos a tomar un poco a broma. Por lo menos nadie ha trivializado tanto el tema como para grabarlo o hacer fotos.

La moto tampoco ha salido tan mal parada. Una maleta descuadrada pero que conserva su funcionalidad, un foco pendiente de un hilo, nunca mejor dicho, y la cúpula algo tocada, pero mantiene íntegra su capacidad de pantalla, y arranca con un suave ronroneo al accionar el botón como queriendo pedir perdón por la falta.

Decidimos que como estamos a unos quince kilómetros de Merzouga, lo mejor es llegar a destino y allí ya descansar y analizar todo con calma, cuando aprovecho para decir que mi moto no va.

Todos se miran con cara de sorpresa y la caravana se traslada de la moto de Antonio a la mía para ver qué ocurre. Arranco y todo sigue igual, la moto suena a tractor averiado pero no aparece ningún aviso de error de motor en el cuadro, así que decidimos seguir, en mi caso más despacio que el resto, y soltar por hoy las motos. En dos segundos se ha podido joder el viaje, si no algo más, pero seguimos adelante.

Llegamos a nuestro destino y nos encontramos con una especie de hotel de adobe regentado por Mustapha, un bereber ataviado con su túnica y turbante azul que nos recibe con pocas palabras, pero mucha amabilidad y té. Nos ofrece una habitación del hotel para que podamos cambiarnos y dejar nuestras cosas en ella toda la noche para ir al campamento solamente con lo necesario. Ya en bermudas y algo más frescos salimos a la parte trasera del hotel que da directamente a la duna de Erg Chebi y donde reposan a la espera de los viajeros los camellos que han de llevarles al campamento. La estampa es espectacular, intensa, increíble. Hemos llegado al desierto pese a todo.





Le preguntamos a Mustapha por algún sitio para comer y se ofrece a prepararnos un Tajin que aceptamos sin duda. Mientras lo preparan en cocina le contamos el problema que hemos tenido y nos propone llamar a un sobrino que es mecánico por si nos puede echar una mano. Además acordamos con él que para ir al campamento preferimos la opción de viaje largo por el desierto para conocer algunos de los puntos turísticos de la zona. Ya que estamos allí lo vemos todo, ¿no?

El tajin y la ensalada que nos sirve están buenísimos y ya con la calma de la sobremesa analizamos la mala y buena suerte que hemos tenido unas horas antes. Antonio se podía haber hecho mucho daño y ha salido más o menos ileso y yo podía haber gripado y bloquear la moto y salir despedido. Al final superamos con buen humor las pruebas que nos hemos encontrado en el camino. Mañana ya veremos si tengo moto o no, pero hoy ya está aparcada.



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