Con independencia de los
sentimientos religiosos de cada uno, el escuchar la llamada a oración que hace
el muecín desde la mezquita te transporta a otro mundo, a otra cultura
diferente a la nuestra. Te hace sentir el exotismo de lo desconocido. Te evoca
paisajes de las mil y una noches y te lleva a sentirte inmerso en cuentos y
leyendas, de misterios detrás de ojos oscuros y arena dorada.
Eso hasta que el muy cabrón canta
con megáfono en mano al lado de tu ventana a las cinco de la mañana. ¿Qué pasa,
que esta gente no duerme? ¿No tendrán más horas para rezar en el día nada más
que a las cinco de la mañana? Ahora entiendo las cruzadas
Si a eso le unes que he dormido
en suelos mucho más blandos que la cama que me ha tocado en suerte, el
resultado es que ya no puedo volver a conciliar el sueño y el resto de la noche
pasa en un agitado duermevela deseando que amanezca y levantar a todo el mundo
para irnos ya de ruta.
Al final amanece y tras la
pertinente ducha y rápida recogida de enseres empaquetamos todo de nuevo en la
moto y nos preparamos para la marcha previo desayuno en el bar que hay junto al
apartamento. Manolo nos dice que no desayuna porque no se encuentra muy bien,
que tiene el estómago chungo y que no tiene cuerpo de moto. Esperamos que se le
pase en un ratito.
Están cayendo unas gotillas de
agua que nos hacen dudar si ponernos el traje de agua, pero tras la experiencia
de ayer decidimos no correr riesgos y salimos preparados para lo peor. Cogemos
carretera y la ruta prevista nos lleva por unos paisajes muy diferentes de lo
que esperábamos por estos lares. La vegetación es abundante y circulamos gran
parte del recorrido entre bosques que ayudan a refrescar el ambiente haciendo
que estas primeras horas de marcha se conviertan en una delicia.
Sin previo aviso, en medio de una
recta Manolo nos adelanta a todos y tira para adelante como si lo estuviera
persiguiendo la Guardia Civil, perdiéndose enseguida de vista. Tampoco nos
preocupa en exceso porque este muchacho tiene esas cosas. De vez en cuando le
apetece un cigarro y tira a carajo sacado para pararse más adelante a fumar y
cuando lo alcanzamos nos dice que sigamos que ya nos cogerá, o decide que tiene
frío/calor y hace lo mismo para quitarse/ponerse ropa. Vamos que salvo la
sorpresa inicial y el ruido del escape acelerando a tope, tampoco nos
descoloca. Tal vez Salva y Cristóbal lo vean raro, pero ya se lo explicaremos.
El problema viene cuando hemos
recorridos varios kilómetros y no conseguimos encontrarlo. Al rato decidimos
parar y llamarlo pero nos damos cuenta de que las tarjetas de teléfono
marroquís que compramos ayer dan para exactamente dos minutos de conversación y
en ese sitio no hay cobertura de datos para llamar por whastapp. Al final, más
de media hora más tarde paramos a tomar un té y localizarlo y nos dice que ha
tirado porque no se encuentra bien y necesitaba parar en el arcén…
Según nos dice, estamos por
delante suya y como tenemos pensado parar en Volubilis para visitar las ruinas
lo emplazamos allí. Como más tarde comprobaremos, el problema es que al
separarse de nosotros su navegador tomó una carretera diferente de la que
llevábamos el resto y eso hizo que no nos encontráramos.
Aprovechamos la parada para quitarnos el traje de agua y refrescarnos ya que el día ha abierto y tras hacer todos los comentarios que fueron necesarios y convenientes sobre la actitud del cuñao, seguimos nuestra ruta para llegar a nuestra primera parada del día, las ruinas de Volubilis. Esta ciudad romana, declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco, es una de las mejor conservadas del norte de África y contiene numerosos restos arqueológicos entre los que destaca el foro, el templo de Júpiter, arco del triunfo y un buen número de residencias que conservan magníficos mosaicos que acreditan que estos romanos vivían muy bien. Aunque está excavada menos de la mitad, la visita merece mucho la pena y la verdad es que echamos un rato muy agradable entre las ruinas paseando y haciendo fotos. Me reservo para el futuro una visita más pausada con la ayuda de un guía local que nos explique lo que vemos, pero el viaje en moto no admite demoras.
Tras la visita, y siguiendo el plan establecido nos desplazamos a la cercana ciudad de Meknes para visitar la medina y la muralla con sus puertas monumentales y aprovechamos para comer. La primera decepción es que las puertas están en proceso de restauración y no pudimos verlas, pero al final cogimos a un buscavidas de los que abundan en este país y nos hizo una visita por la medina recomendándonos un restaurante para comer en el que descansamos e intentamos de nuevo contactar con Manolo. Al final, y ante el cuadro gástrico que presenta ha decidido ir directo al hotel y acostarse, así que el grupo se divide por primera vez en el viaje (y no será la última) y ya sin prisa comemos, nos damos un paseo por la medina y retomamos camino.
La medina de Meknes no es tan
espectacular como la de otras ciudades imperiales, pero vemos los mayores
atractivos turísticos al alegre ritmo que nos lleva el guía y al final acabamos
en una tienda con la que tiene concertada su comisión, donde nos intentan colar
especias y jabones a precio de oro. Es lo que tiene ser turista europeo y
parecerlo, que se creen que somos ricos y nos la pretenden colar.
Volvemos a las motos que se
encuentran “custodiadas” por uno de los buscavidas que proliferan por estos
sitios y allí montadas en una pequeña acera se han convertido en una pequeña
atracción turística ya que mucha gente las observa con esa mirada que hemos
aprendido a identificar como de envidia de poder vivir lo que para ellos les
parece una aventura inalcanzable en su esfera de seguridad. Unos españoles nos
preguntan de dónde venimos y les parece un mundo haber llegado hasta allí desde
Córdoba sin pararse a pensar que los poco más de quinientos kilómetros que
hemos recorrido en carretera es el equivalente a un viaje de Madrid a Málaga y
eso no les parece mucho. Es el halo de aventura que desprende el viajero en
moto, ver estas motos grandes con maletas y pegatinas de banderas en sus
maletas y sobre todo el espíritu de camaradería que desprende el grupo lo que
seguramente les produce envidia, no la distancia. Me encanta viajar en moto.
Como tenemos a Manolo malo en la
habitación del hotel en la que al final le han dejado entrar pese a no ser el
titular de la reserva, decidimos que nos vamos a ir directos hacia el destino
para no dejarlo solo, renunciando así a un desvío que nos llevaría por
carreteras más reviradas y pequeños hitos del viaje. La tarde anima a rodar en
moto aunque muy lejos en el horizonte se ven unas nubecillas que no nos van a
incomodar.
No que va. Llevamos poco más de
media hora cuando esas nubecillas se han convertido en un manto gris oscuro que
cubre el cielo y que empieza a descargar agua justo cuando estamos atravesando
una carreterilla por la que nos lleva el GPS en la que no hay ningún sitio
donde pararse y ponerse el traje de agua. Nos miramos y decidimos seguir para
buscar un sitio aparente para cubrirnos pero es tal la cantidad de agua que cae
que decido pararme en el mismo arcén para ponerme el traje de agua ya que estoy
calado de verdad. El resto que van delante siguen su camino y Antonio se para
conmigo. Vaya odisea ponernos el trajecito en un llano lloviendo a mares y sin
sitio donde apoyarte más allá de la moto.
Unos kilómetros más adelante nos
reunimos todos ya vestidos de agua y bajo la tormenta seguimos nuestro camino
hacia Azrú con mucho cuidado y pensando todos que este no es el Marruecos que
esperábamos encontrar. Poco más adelante, ya casi llegando a destino llegamos a
una glorieta hacia la que llega un verdadero río de agua de una calle en
pendiente. Al principio dudamos si seguir o no, pero viendo que aprieta
decidimos seguir, y menos mal porque, aunque costó trabajo y hubo que echar los
pies al suelo, en unos minutos la cosa empeoró y seguro que ese río incrementó
su caudal.
Finalmente llegamos a Azrú justo
cuando estaba dejando de llover. A esta ciudad, y la vecina Ifrane, se las
conoce como la Suiza marroquí y la verdad es que al circular por sus amplias y
arboladas avenidas podemos entender el motivo. Es una ciudad vacacional al
gusto europeo en al que casi no se ve nadie en las avenidas (tal vez por el
reciente aguacero) y en la que todas las edificaciones son hoteles y
urbanizaciones de gran nivel. Además, se encuentra situada a gran altura, más
de 1500 metros, con lo que la temperatura es bastante fresca, sobre todo
después de la lluvia.
El GPS nos envía a una calle en
la que no hay ningún hotel y nos cuesta un poco encontrarlo, pero al llegar nos
encontramos con un complejo que perfectamente podría estar ubicado en el país
alpino por la arquitectura y espacios comunes ajardinados y vallados. Nos dan
las llaves de nuestros dos apartamentos y nos encontramos a Manolo metido en la
cama durmiendo una fiebre altísima que le ha dejado hecho polvo. Lo dejamos
dormir y comprobamos que el alojamiento es genial. Disponemos de dos
apartamentos cada uno con dos dormitorios, dos baños, cocina y salón con
terraza que da a una zona de piscina estupenda que de no ser por el día que
hacía la hubiéramos disfrutado muchísimo.
Aquí fue la primera ocasión en
que agradecimos que Salva viniera en el grupo ya que le administró al enfermo
un compendio de pastillas y le recetó que se acostara para reponerse, cosa que
hizo sin protestar. Nosotros nos cambiamos y tendemos lo mejor que podemos toda
la ropa empapada y nos sentamos a tomar unas cervezas, que nos la habíamos ganado.
Merecería una entrada aparte el
análisis de lo fácil que puede resultar a un grupo de moteros dejar
completamente desordenada y caótica una habitación de hotel a los cinco minutos
de llegar. Todo son prendas de moto, cascos, botas, bolsas, maletas y demás
pertenencias multiplicadas por tres que dejamos allá donde nos va apeteciendo
sin un aparente orden ni sentido hasta el punto que resulta difícil una vez
duchados encontrar un sitio libre para sentarse.
Ya duchados y cambiados, viendo
el estado que presenta Manolo decidimos que no debemos salir a cenar y dejarlo
solo, así que hacemos una excursión al centro comercial del pueblo y nos
proveemos frutos secos, bebida y unos cuatro kilos de carne que cocinamos en el
apartamento la mar de a gusto para después de la cena dar buena cuenta de unos
combinados al gusto europeo. Justo cuando nos vamos a acostar se levantó Manolo
y ya mucho mejor nos contó sus peripecias del día con una gastroenteritis
fulminante, viajando solo por un país desconocido y carreteras secundarias
teniendo que parar cada poco tiempo en el arcén para aliviarse y pertrechado
con el traje de agua. Yo creo que si se presta atención, todavía deben oírse
los ecos de las risas que nos pegamos a su costa, tras las cuales le dimos algo
ligerito de cena y nos acostamos para terminar el día.
Está comprobado, por muy mal que vaya el día, si estás con amigos todos los problemas tienen solución, y si además te lo tomas con humor, la peor de las experiencias se puede convertir en una divertida anécdota que contar a los nietos.
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