Por fin amanece y comienza el
viaje. Una ducha rápida y me visto repasando mentalmente que todo está en su
sitio. Compruebo que llevo toda la documentación necesaria de viaje tanto mía
como del grupo (billetes de ferry, seguros, reservas de hoteles…) y me despido
de mis dos niñas que se van rumbo al cole. Hoy es lectivo y eso le fastidia
bastante a mi hija que ve cómo su padre se va de viaje y ella tiene que
aguantar tres días más hasta coger vacaciones.
Con algo de incertidumbre por si
ayer alguno pisó el cable y se fue a despedir la feria vamos hacia el punto de
reunión y afortunadamente en pocos minutos nos reunimos todos. Abrazos, caras
de ilusión y preguntas y recordatorios de última hora. Organizamos más o menos
el orden de marcha, programamos una parada para repostar viendo quién tiene
menos autonomía y cogemos autovía dirección Tarifa. Hoy toca acercarse rápido
al puerto para coger el ferry y no hacer ruta, así que elegimos el camino más
directo. Ya disfrutaremos cuando lleguemos a Marruecos.
El día se presenta fresquito con
el cielo bastante nublado y con una temperatura más que agradable para rodar en
moto, cosa que todos agradecemos. Ya vendrán temperaturas más altas cuando
lleguemos a África. Es el momento de hacernos al grupo y conocer la forma de
conducir de cada uno, sobre todo las nuevas incorporaciones, pero vamos
tranquilos y expectantes de lo que nos espera.
Al final y tras una tediosa
marcha en autovía, llegamos a Tarifa con bastante margen para coger el ferry,
así que paramos a repostar con la idea de llenar depósitos confiando más en la
calidad de la gasolina española que la marroquí. Justo enfrente de la
gasolinera vemos un Lidl y decidimos comprar algo para hacernos unos bocatas
para el ferry y emplear en algo la hora de camino, así que hacia allá nos
dirigimos. Al final salimos con unas barras de pan que rellenaremos con ese
fantástico jamón loncheado que trae Pepe, un par de paquetes de patatas fritas,
cacahuetes y dulces para el postre y unas sesenta latas de cerveza que hemos
decidido echar para asegurarnos el suministro en los días siguientes. Metemos
las cervezas que caben en la nevera y el resto las repartimos como podemos
entre las maletas cruzando los dedos para que no nos las revisen en la frontera
y nos quedemos sin ellas.
Vamos al puerto, pasamos los
controles de salida y nos subimos al ferry. Conseguimos una mesa para los seis
y comprobamos que en el barco venden cervezas, así que mientras unos hacen los
bocatas, otros vamos a por unas cuantas latas frías y echamos la primera ronda
en el trayecto con las primeras risas. Queda poco tiempo más y lo empleamos en
comprar algunas cosas en el duty free y hacer la cola para la documentación de
entrada en Marruecos y en menos de lo que pensamos estamos atracando en Tanger
y bajando las motos.
Ya en la cola de entrada a Marruecos tengo la mala idea de sacar la cámara para hacer una foto del grupo entrando en el país y acuden prestos dos policías a decirme que no podía hacer fotos ni grabar video. Me exigen que les enseñe lo que he grabado y me piden que borre un archivo a lo que accedo sin problema. Supongo que por ese motivo nos controlan algo más las maletas buscando si llevamos drones, pero nos escapamos por los pelos de que nos vean las cervezas. Conseguimos salir y lo primero que hacemos es buscar divisa y tarjetas de móvil para todos. Lo que en condiciones normales tardaría quince o veinte minutos, en Marruecos se dilata enormemente, sobre todo por la picaresca local y el inevitable regateo. Ya nos acostumbraremos, pero este primer contacto nos pilla desprevenidos y no lo llevamos con la necesaria agilidad ni dignidad.
Por fin, y tras poner las nuevas
tarjetas en el móvil para disponer de datos, podemos salir del puerto y
empezamos a rodar por las calles de Tanger. Estos primeros metros son de pura
alegría. Hemos llegado en moto a Marruecos y nos espera una semana por delante
para disfrutar de paisajes y costumbres muy distintas a las que conocemos y eso
se nota en la cara que llevamos todos.
En un primer momento nos
sorprende Tanger como una ciudad muy cosmopolita con su buen paseo marítimo,
edificios modernos y grandes hoteles, con buenas avenidas en las que circulan
no pocos coches de alta gama para el estándar europeo y una aparente sensación
de no ser muy diferente de Europa, salvando algunas mujeres con pañuelo en la
cabeza, los rasgos de los transeúntes y las muchas banderas marroquíes que
ondean por todos lados. De hecho, hasta el tráfico parece muy civilizado y no
tenemos problema en avanzar por la ciudad buscando la salida que nos marca el
navegador para dirigirnos a nuestro destino de hoy, Chefchaouen.
Justo cuando estamos enfilando
hacia las afueras de la ciudad y se vislumbra otro perfil urbano mucho más
modesto, comento en un cruce con Antonio que parece que el cielo se está
oscureciendo mucho y muy deprisa. Seguimos adelante y en apenas cinco minutos
el cielo, ya negro, se abre sobre nosotros y empieza a diluviar dejándonos
completamente fuera de juego a todos. Estamos en una avenida sin edificios
alrededor y decidimos meternos en un barrio para buscar algún refugio a esta
tempestad. Al final no encontramos otra opción que guarecernos bajo una terraza
a esperar que pare la lluvia asombrados de la virulencia del aguacero. Al rato
empieza a bajar la intensidad pero no tiene pinta de parar, así que decidimos
ponernos los trajes de agua y seguir ruta. Hemos venido a la aventura, ¿no?
Ya vestidos de agua volvemos por
nuestros pasos y al llegar a la avenida que dejamos para buscar cobijo vemos
con asombro que ha desaparecido y en su lugar baja un río de agua embravecida
que nos hace dudar. Los coches circulan despacio al límite y desplazando olas
de agua marrón mientras un par de ciclomotores avanzan por la acera, lo que me
hace intentar subir al bordillo. Es una misión imposible para una moto tan
pesada y con tanta agua. La rueda patina al intentar subir y lo mejor que
podemos hacer es abandonar esa idea y lanzarnos a la aventura por el torrente.
Avanzamos lo mejor que podemos
con casi media rueda en el agua y lloviendo fuerte hasta que meto la rueda en
un hueco enorme que casi me lleva al suelo, salvando la caída de milagro.
Espero que los que vienen detrás se hayan dado cuenta y lo eviten. Al final
pasamos esta primera prueba y por fin podemos rodar por asfalto solamente
mojado. Poco a poco empieza a dejar de llover pero decidimos dejarnos de
filigranas y tomar la vía principal porque el día amenaza agua.
Discurrimos por una carretera
nacional o su equivalente en Marruecos que sin ser muy revirada sí que nos
lleva por un trazado sinuoso muy agradable. El día parece que abre y la luz que
se filtra entre las nubes junto con el frescor que ha dejado el chaparrón nos
dibuja un paisaje muy bonito con unos cerros verdes y la compañía de un río y
sucesivos embalses a la derecha de la carretera que nos hacen disfrutar mucho
de la ruta. Lástima las continuas obras en la zona que no permiten una marcha
más continua.
Aunque en el ferry nos hayamos
comido un bocata, eso fue a las una de la tarde, y entre que apretaba el
hambre, que había que parar a descansar y que teníamos que reposar las
emociones que llevamos acumuladas, nos paramos a comer en un restaurante de
carretera que nos sorprende por sus instalaciones y variedad de platos en la
carta, la mayoría carne a la parrilla.
Nos acomodan en una mesa a los
seis sin importar que fuera una hora un poco rara para comer, y nos pedimos
unos pinchos, chuletas de cordero, patatas y ensalada para tomar un bocado
rápido y continuar la marcha. Aunque hayamos pedido poco nos damos cuenta de
que las raciones son abundantes, igual que la guarnición, y al final nos damos
un homenaje de los buenos regado con cocacolas, ya que lo de la cerveza no deja
de ser una entelequia. Tiempo al tiempo, alguno recordará esta como la mejor
comida del viaje…
La sorpresa viene a la hora de
pagar ya que todo nos sale por menos de cincuenta euros, incluido el té, y es
que todavía tenemos el chip español y no nos hacemos al coste de la vida por
aquí.
Aunque nos habíamos quitado el
traje de agua para comer, decidimos volver a ponérnoslo y tomamos rumbo a
nuestro destino. Menos mal porque casi llegando a Chaouen nos vuelve a llover
un rato, pero nada en comparación con el aguacero de primera hora.
Llegamos al apartamento que hemos
alquilado para esta noche y nos encontramos con una casita digna con un patio
interior para todas las motos y un complaciente anfitrión que se presta a
traernos hielo y refrescos por si nos da por tomar un refrigerio antes de
dormir. Ahora sí que nos lanzamos sobre la nevera y sacamos unas cervezas bien
frías de nuestra reserva que trasegamos con ansia mientras esperamos
reagruparnos junto a las motos.
Nos vamos a dar una vuelta por el
pueblo a conocer sus famosas calles y rincones pintadas de azul, pero lo
primero que nos sorprende es la vida que hay en la calle y la evidencia de que
estamos inmersos en otra cultura. Todo alrededor son letreros en árabe, las
mujeres con velo y los hombres con su chilaba. Todo tiene aspecto de decadente abandono,
pero los ciudadanos parecen felices. Definitivamente, no estamos en Europa.
Aquí los valores son otros y no tienen que ser necesariamente peores que los
nuestros.
Nos perdemos por el laberinto de
callejuelas y cuestas azules aprovechando cada rincón para hacer una foto
alucinando con el entorno, sobre todo al saber que no está claro de dónde viene
esta tradición. Unos dicen que es porque los judíos que se asentaron aquí
simbolizaban con ello el color del cielo para estar más cerca de Dios, otros
dicen que es para evocar al mar, otros que es en homenaje a las cascadas de Ras
el Maa de donde se abastece de agua la población… La verdad es que no saber con
certeza el origen de esta curiosa costumbre ayuda a alimentar el exotismo y
misterio que le rodea.
Tras cenar en una especie de
restaurante italiano con el acompañamiento de un infame vino sin alcohol,
volvemos al apartamento donde algunos nos tomamos un espirituoso para rematar
el día y recordar los mejores momentos de la jornada, pero pronto nos acostamos
porque el día ha sido duro y lleno de emociones. Hemos hecho casi 500
kilómetros, hemos cruzado el estrecho en ferry, nos hemos empapado y secado,
hemos conocido una nueva cultura y nos hemos inflado de andar entre calles
azules. Por hoy ya está bien.
Comentarios
Publicar un comentario