MARRUECOS 2023.- Comienza la aventura

 

Por fin amanece y comienza el viaje. Una ducha rápida y me visto repasando mentalmente que todo está en su sitio. Compruebo que llevo toda la documentación necesaria de viaje tanto mía como del grupo (billetes de ferry, seguros, reservas de hoteles…) y me despido de mis dos niñas que se van rumbo al cole. Hoy es lectivo y eso le fastidia bastante a mi hija que ve cómo su padre se va de viaje y ella tiene que aguantar tres días más hasta coger vacaciones.

Con algo de incertidumbre por si ayer alguno pisó el cable y se fue a despedir la feria vamos hacia el punto de reunión y afortunadamente en pocos minutos nos reunimos todos. Abrazos, caras de ilusión y preguntas y recordatorios de última hora. Organizamos más o menos el orden de marcha, programamos una parada para repostar viendo quién tiene menos autonomía y cogemos autovía dirección Tarifa. Hoy toca acercarse rápido al puerto para coger el ferry y no hacer ruta, así que elegimos el camino más directo. Ya disfrutaremos cuando lleguemos a Marruecos.



El día se presenta fresquito con el cielo bastante nublado y con una temperatura más que agradable para rodar en moto, cosa que todos agradecemos. Ya vendrán temperaturas más altas cuando lleguemos a África. Es el momento de hacernos al grupo y conocer la forma de conducir de cada uno, sobre todo las nuevas incorporaciones, pero vamos tranquilos e expectantes de lo que nos espera.

Al final y tras una tediosa marcha en autovía, llegamos a Tarifa con bastante margen para coger el ferry, así que paramos a repostar con la idea de llenar depósitos confiando más en la calidad de la gasolina española que la marroquí. Justo enfrente de la gasolinera vemos un Lidl y decidimos comprar algo para hacernos unos bocatas para el ferry y emplear en algo la hora de camino, así que hacia allá nos dirigimos. Al final salimos con unas barras de pan que rellenaremos con ese fantástico jamón loncheado que trae Pepe, un par de paquetes de patatas fritas, cacahuetes y dulces para el postre y unas sesenta latas de cerveza que hemos decidido echar para asegurarnos el suministro en los días siguientes. Metemos las cervezas que caben en la nevera y el resto las repartimos como podemos entre las maletas cruzando los dedos para que no nos las revisen en la frontera y nos quedemos sin ellas.

Vamos al puerto, pasamos los controles de salida y nos subimos al ferry. Conseguimos una mesa para los seis y comprobamos que en el barco venden cervezas, así que mientras unos hacen los bocatas, otros vamos a por unas cuantas latas frías y echamos la primera ronda en el trayecto con las primeras risas. Queda poco tiempo más y lo empleamos en comprar algunas cosas en el duty free y hacer la cola para la documentación de entrada en Marruecos y en menos de lo que pensamos estamos atracando en Tanger y bajando las motos.








Ya en la cola de entrada a Marruecos tengo la mala idea de sacar la cámara para hacer una foto del grupo entrando en el país y acuden prestos dos policías a decirme que no podía hacer fotos ni grabar video. Me exigen que les enseñe lo que he grabado y me piden que borre un archivo a lo que accedo sin problema. Supongo que por ese motivo nos controlan algo más las maletas buscando si llevamos drones, pero nos escapamos por los pelos de que nos vean las cervezas. Conseguimos salir y lo primero que hacemos es buscar divisa y tarjetas de móvil para todos. Lo que en condiciones normales tardaría quince o veinte minutos, en Marruecos se dilata enormemente, sobre todo por la picaresca local y el inevitable regateo. Ya nos acostumbraremos, pero este primer contacto nos pilla desprevenidos y no lo llevamos con la necesaria agilidad ni dignidad.

Por fin, y tras poner las nuevas tarjetas en el móvil para disponer de datos, podemos salir del puerto y empezamos a rodar por las calles de Tanger. Estos primeros metros son de pura alegría. Hemos llegado en moto a Marruecos y nos espera una semana por delante para disfrutar de paisajes y costumbres muy distintas a las que conocemos y eso se nota en la cara que llevamos todos.

En un primer momento nos sorprende Tanger como una ciudad muy cosmopolita con su buen paseo marítimo, edificios modernos y grandes hoteles, con buenas avenidas en las que circulan no pocos coches de alta gama para el estándar europeo y una aparente sensación de no ser muy diferente de Europa, salvando algunas mujeres con pañuelo en la cabeza, los rasgos de los transeúntes y las muchas banderas marroquíes que ondean por todos lados. De hecho, hasta el tráfico parece muy civilizado y no tenemos problema en avanzar por la ciudad buscando la salida que nos marca el navegador para dirigirnos a nuestro destino de hoy, Chefchaouen.

Justo cuando estamos enfilando hacia las afueras de la ciudad y se vislumbra otro perfil urbano mucho más modesto, comento en un cruce con Antonio que parece que el cielo se está oscureciendo mucho y muy deprisa. Seguimos adelante y en apenas cinco minutos el cielo, ya negro, se abre sobre nosotros y empieza a diluviar dejándonos completamente fuera de juego a todos. Estamos en una avenida sin edificios alrededor y decidimos meternos en un barrio para buscar algún refugio a esta tempestad. Al final no encontramos otra opción que guarecernos bajo una terraza a esperar que pare la lluvia asombrados de la virulencia del aguacero. Al rato empieza a bajar la intensidad pero no tiene pinta de parar, así que decidimos ponernos los trajes de agua y seguir ruta. Hemos venido a la aventura, ¿no?

Ya vestidos de agua volvemos por nuestros pasos y al llegar a la avenida que dejamos para buscar cobijo vemos con asombro que ha desaparecido y en su lugar baja un río de agua embravecida que nos hace dudar. Los coches circulan despacio al límite y desplazando olas de agua marrón mientras un par de ciclomotores avanzan por la acera, lo que me hace intentar subir al bordillo. Es una misión imposible para una moto tan pesada y con tanta agua. La rueda patina al intentar subir y lo mejor que podemos hacer es abandonar esa idea y lanzarnos a la aventura por el torrente.

Avanzamos lo mejor que podemos con casi media rueda en el agua y lloviendo fuerte hasta que meto la rueda en un hueco enorme que casi me lleva al suelo, salvando la caída de milagro. Espero que los que vienen detrás se hayan dado cuenta y lo eviten. Al final pasamos esta primera prueba y por fin podemos rodar por asfalto solamente mojado. Poco a poco empieza a dejar de llover pero decidimos dejarnos de filigranas y tomar la vía principal porque el día amenaza agua.

Discurrimos por una carretera nacional o su equivalente en Marruecos que sin ser muy revirada sí que nos lleva por un trazado sinuoso muy agradable. El día parece que abre y la luz que se filtra entre las nubes junto con el frescor que ha dejado el chaparrón nos dibuja un paisaje muy bonito con unos cerros verdes y la compañía de un río y sucesivos embalses a la derecha de la carretera que nos hacen disfrutar mucho de la ruta. Lástima las continuas obras en la zona que no permiten una marcha más continua.

Aunque en el ferry nos hayamos comido un bocata, eso fue a las una de la tarde, y entre que apretaba el hambre, que había que parar a descansar y que teníamos que reposar las emociones que llevamos acumuladas, nos paramos a comer en un restaurante de carretera que nos sorprende por sus instalaciones y variedad de platos en la carta, la mayoría carne a la parrilla.

Nos acomodan en una mesa a los seis sin importar que fuera una hora un poco rara para comer, y nos pedimos unos pinchos, chuletas de cordero, patatas y ensalada para tomar un bocado rápido y continuar la marcha. Aunque hayamos pedido poco nos damos cuenta de que las raciones son abundantes, igual que la guarnición, y al final nos damos un homenaje de los buenos regado con cocacolas, ya que lo de la cerveza no deja de ser una entelequia. Tiempo al tiempo, alguno recordará esta como la mejor comida del viaje…

La sorpresa viene a la hora de pagar ya que todo nos sale por menos de cincuenta euros, incluido el té, y es que todavía tenemos el chip español y no nos hacemos al coste de la vida por aquí.

Aunque nos habíamos quitado el traje de agua para comer, decidimos volver a ponérnoslo y tomamos rumbo a nuestro destino. Menos mal porque casi llegando a Chaouen nos vuelve a llover un rato, pero nada en comparación con el aguacero de primera hora.

Llegamos al apartamento que hemos alquilado para esta noche y nos encontramos con una casita digna con un patio interior para todas las motos y un complaciente anfitrión que se presta a traernos hielo y refrescos por si nos da por tomar un refrigerio antes de dormir. Ahora sí que nos lanzamos sobre la nevera y sacamos unas cervezas bien frías de nuestra reserva que trasegamos con ansia mientras esperamos reagruparnos junto a las motos.

Nos vamos a dar una vuelta por el pueblo a conocer sus famosas calles y rincones pintadas de azul, pero lo primero que nos sorprende es la vida que hay en la calle y la evidencia de que estamos inmersos en otra cultura. Todo alrededor son letreros en árabe, las mujeres con velo y los hombres con su chilaba. Todo tiene aspecto de decadente abandono, pero los ciudadanos parecen felices. Definitivamente, no estamos en Europa. Aquí los valores son otros y no tienen que ser necesariamente peores que los nuestros.

Nos perdemos por el laberinto de callejuelas y cuestas azules aprovechando cada rincón para hacer una foto alucinando con el entorno, sobre todo al saber que no está claro de dónde viene esta tradición. Unos dicen que es porque los judíos que se asentaron aquí simbolizaban con ello el color del cielo para estar más cerca de Dios, otros dicen que es para evocar al mar, otros que es en homenaje a las cascadas de Ras el Maa de donde se abastece de agua la población… La verdad es que no saber con certeza el origen de esta curiosa costumbre ayuda a alimentar el exotismo y misterio que le rodea.

Tras cenar en una especie de restaurante italiano con el acompañamiento de un infame vino sin alcohol, volvemos al apartamento donde algunos nos tomamos un esprirituoso para rematar el día y recordar los mejores momentos de la jornada, pero pronto nos acostamos porque el día ha sido duro y lleno de emociones. Hemos hecho casi 500 kilómetros, hemos cruzado el estrecho en ferry, nos hemos empapado y secado, hemos conocido una nueva cultura y nos hemos inflado de andar entre calles azules. Por hoy ya está bien.












 

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