Tras una magnífica velada en la
que nos reímos de todo y de todos, nos levantamos, aseamos y recogemos todo
para seguir nuestro camino. Estamos en Albi, la ciudad medieval de la que tomó
nombre la famosa cruzada albigense impulsada por el Papa Inocencio III y el rey
de Francia, Felipe II, y que fue comandada por Simón de Monfort para luchar
contra la herejía cátara.
Seguramente no se produjo tal
herejía sino que más bien la Iglesia y la corona vieron peligrar su estatus
dominante por una corriente de pensamiento más puro y contrario a las
corruptelas de ambas instituciones y decidieron cortar por lo sano. De aquí
aquella famosa frase atribuida a Simón de Monfort o a Arnaud Amaury, según la
fuente, cuando le preguntaron cómo distinguir a los herejes de los buenos
cristianos: “matadlos a todos que Dios cogerá a los suyos”. No era cuestión de
fe sino de quitarse de en medio a los díscolos.
Este episodio de la historia
europea ha servido para inspirar infinidad de libros, ensayos y novelas
históricas basadas con más o menos rigor en lo ocurrido en esta zona, y
lógicamente teníamos bastante interés en conocer la ciudad, declarada por
cierto patrimonio de la Humanidad en 2010.
Aparcamos nuestras motos junto a la impresionante catedral de ladrillo, la más grande del mundo hecha en este material, consagrada a Santa Cecilia y la verdad es que se nos escapa un suspiro de admiración al ver ese mazacote. La catedral, lejos de la armonía y ligereza que transmiten otras construcciones góticas, parece más una fortaleza destinada a proteger a los fieles de los ataques militares a los que la ciudad estuvo sometida.
Damos un paseo por el entorno
conociendo la ciudad episcopal donde destaca su palacio y la sensación que
transmite es de sobriedad intemporal. Todo hecho con el mismo ladrillo rojo
obtenido de la arcilla del río y que nos evoca tiempos duros en los que era
mucho mejor muros anchos que ventanales decorados.
Buscando algo para desayunar nos
internamos en un mercado en el que para nuestra sorpresa estaban preparando
varios tipos de “paellas” para comer allí o llevar a casa y vimos la gran
variedad de quesos que esta región tiene. A mí, que soy un enamorado del queso,
se me hacía la boca agua viendo ese mostrador, lamentando por una vez viajar en
moto y no poder transportar algunas de esas variedades para probarlas en casa.
Al final después de comernos un
bocadillo nos forzamos a entrar en la catedral para hacer la visita, ya que el
exterior no nos atraía mucho, pero tampoco nos parecía normal estar allí y
pasar de largo. Menos mal que entramos y descubrimos la maravilla que es esta
catedral.
Si desde fuera parece un edificio robusto y sin gracia, por dentro descubrimos que esa fuerza deja paso a la ostentación y la belleza sin paliativos. Nos encontramos con una iglesia cuyos altísimos muros están decorados hasta la extenuación sin que quede un espacio libre de pintura polícroma que se encuentra perfectamente conservada. Por las especiales condiciones de la construcción con saeteras en lugar de amplios ventanales y por la porosidad de los ladrillos empleados se ha creado un microclima en el interior que ha conservado espectacularmente las pinturas sin que hayan sido prácticamente restauradas desde hace siglos.
La amplia profusión de frescos
(no en vano es la mayor catedral pintada de Europa con 18.500 m2 de frescos) no
es lo único que llama la atención en su interior, ya que todo el conjunto es
capaz de dejarte sin aliento integrando el púlpito, el órgano, el coro…
Paseamos sin prisa por todo el
espacio visitable disfrutando de un espectáculo increíble. A la vista de esta
maravilla entiendes que los cátaros, que predicaban la austeridad y el servicio
al prójimo, se rebelaran contra esta Iglesia que esquilmaba al pueblo para
enriquecer sus palacios e iglesias, todo ello supuestamente “para mayor gloria
de Dios” pero que al fin y al cabo servía para demostrar el poder terrenal que
los altos cargos de la Iglesia iban acumulando.
Cuando dejamos la catedral
decidimos dar un paseo hasta el Puente Viejo desde el que se contempla una
magnífica vista de la ciudad y al que se llega por agradables callejuelas que
incitan a un paseo relajado. Merece la pena una visita más sosegada a esta
ciudad, pero tenemos que seguir nuestro camino hacia la otra perla del viaje,
así que dejamos a unos peces intentando cazar palomas en la orilla del Tarn y
volvimos a las motos para empezar la ruta de hoy.
La ruta que nos espera es corta, poco más de 100 Km., y es que en el plan de hoy hemos priorizado el turismo sobre la conducción. Teníamos previsto visitar Albi y disfrutar pausadamente de nuestro destino, la ciudad amurallada de Carcasona. No obstante, tomamos la vía menos transitada y dentro de lo posible la más curveada que nos lleva en gran parte por el Parque Regional de Haut Languedoc atravesando sus bosques y disfrutando de un paseo relajado y cadencioso en el que cada uno sigue su propio ritmo sin pretender mantener el orden ni la unión del grupo que lo mismo se estira cuando uno quiere apretar más que el resto, que se recompone cuando atravesamos paisajes evocadores.
Cumplimos con el plan y llegamos
a Carcasona justo a la hora de comer, perfecto para cumplir con el primero de
los propósitos que nos hemos marcado en esta ciudad, que no es otro que
disfrutar de un buen plato de la especialidad local, las cassouletes. Este es
el plato típico no sólo de Carcasona sino de toda la región de Languedoc y
Mediodía, adaptando en cada localidad los ingredientes y cocción a su receta
particular. En cualquier caso, es un guiso potente, en el que su ingrediente
principal son las alubias blancas y que se cuecen a fuego lento con diferentes
tipos de carne (costilla de cerdo, salchichas, tocino, pato…) y verduras en el
típico recipiente de barro del que toma nombre la receta.
Pensábamos que al ser el plato
típico no íbamos a tardar mucho en encontrar un lugar para degustarlo, pero
para nuestra sorpresa tuvimos que buscar un poco más de lo esperado ya que no
en todos los restaurantes lo sirven. Al final la persistencia tuvo su fruto y
por fin pudimos comer tranquilos en el horario francés y darnos un homenaje de
los buenos con una botella de vino. A mí me gustan mucho los platos de cuchara
y donde voy intento probar el guiso típico del lugar y dentro de que estaban
muy buenas, he de decir que no desmerecen en nada a otros guisos típicos de
nuestro país. Es lo bueno de ser de buen comer, que no tienes que elegir uno
otro y simplemente disfrutar de lo que tienes a tu disposición en cada momento.
Tras el copioso almuerzo llamamos al dueño de la casa en que nos íbamos a hospedar y siguiendo sus instrucciones salimos (bastante) del núcleo urbano para llegar a una casa en una urbanización a las afueras que contaba con una amplia parcela donde dejar las motos, un magnífico porche con vistas a la ciudad y una profusión de camas y sofás comodísimos que nos convencieron de que lo mejor era pegarnos una siesta mientras durara el calor de medio día y más tarde visitar la citè.
Una vez descansados y duchados nos pusimos cómodos y nos fuimos a descubrir una de las ciudades amuralladas mejor conservadas del mundo y que todos teníamos ganas de visitar. Su citè o ciudadela ha sido declarada patrimonio de la humanidad y es uno de los centros turísticos más visitados de Francia, lo que se nota en la visita ya que las hordas de turistas abarrotan los accesos, las calles, plazas y locales.
No voy a decir que sea fea la
ciudadela ni que no merezca la pena la visita. Es algo que hay que visitar,
pasear por sus calles y recorrer el paseo de ronda por las murallas, entrar en
la basílica y el castillo y entrar y salir por sus puertas y torres (52 en
total distribuidas en su doble muralla), pero al menos a mi me dio una
sensación absoluta de estar visitando un decorado. Es como cuando paseas por
Isla Mágica o cualquier otro parque temático, que lo disfrutas porque está muy
bien hecho pero sabes que es de cartón piedra.
Tras un periodo de total
abandono, la ciudad fue reconstruida durante la segunda mitad del siglo XIX con
fines monumentales, por lo que se cuidó al detalle lo que es previsible que
llame la atención del viajero y hoy es una ciudad plenamente funcional con todo
perfectamente conservado y que parece sacada de un decorado de cine. Eso es lo
bueno y lo malo que tiene. Puedes ver cómo era una ciudad medieval pero te
queda esa sensación de decorado y la absoluta certeza de que todo en este
espacio está hecho por y para el turismo. Las tiendas solamente te venden los
souvenir típicos, los bares tienen camareros vestidos de época y todo te lleva
al convencimiento de que eres un producto más al que hay que exprimir para que
el espectáculo sea rentable.
Dicho esto, recomiendo
encarecidamente visitar la ciudad de Carcasona. Es una experiencia magnífica y
te sumerge en plena edad media, pero desde luego no es la mejor visita del
viaje.
Una vez que nos convertimos en
turistas nos perdemos por sus calles, vemos las murallas (dejamos para otro día
el paseo perimetral), entramos en la basílica y el castillo y entramos y
salimos por sus puertas y torres, compramos regalos para la familia y nos
fuimos a buscar una ubicación más lejana para contemplar la vista de las
murallas en perspectiva. Aquí nos dimos cuenta de que los políticos no respetan
el patrimonio y solo buscan su beneficio. Si hay que promocionar una exposición
y para eso alguien decide que hay que pintar la muralla de la ciudad de
amarillo, pues se pinta que algo de dinero quedará. El hecho de que algún
turista haya venido desde Japón (por poner un sitio lejano) y no pueda ver la
muralla limpia sin mamarrachadas no les importa siempre que lo puedan camuflar
con algún proyecto o programa cultural.
Me parece muy bien que hagas una exposición monográfica de un autor,
pero no me toques las murallas, hombre.
Agotada la visita, y ante la distancia que nos separa de la casa, decidimos de nuevo buscar un supermercado y prepararnos una cena de lujo en ese porche que tenemos en la casa con vistas a la ciudad. Después de no pocos problemas para poder comprar víveres y sobre todo hielo (el horario, siempre el maldito horario), y para tapar la desesperación que empezaba a anidar en nuestro espíritu, decidimos tomar una cerveza en una agradable terraza y volver a nuestro domicilio por hoy para lamernos heridas y disfrutar de otra magnífica velada de camaradería.
Según diferentes estudios, la
risa ayuda a mejorar los patrones de sueño, combate la depresión y crea un
estado de ánimo positivo ya que fomenta la secreción de las denominadas hormonas
de la felicidad: serotonina, dopamina, adrenalina y endorfinas.
Será por eso que hemos dormido
como lirones y nos despertamos descansados y con ganas de seguir nuestro
viaje, pero unos negros nubarrones se
ciernen en el horizonte de “weather” que la a postre se convertirá en nuestro
horizonte. Aunque el día esté despejado por aquí, la previsión del tiempo
anuncia lluvias torrenciales por la zona del Pirineo con diversos tipos y
colores de alertas, lo que nos hace replantearnos la situación.
Nuestra etapa del día consistía
en una ruta no necesariamente recta a través de los Pirineos, tal vez visitando
algún castillo cátaro, con final ya en España en la ciudad de Lérida. Al día
siguiente teníamos pensado recorrer la parte española del Pirineo para acabar
de nuevo en Sabiñánigo, meter las motos en la furgoneta y partir dirección a
casa dando por finalizado el viaje. Pero todo esto choca con la más que negras
perspectivas que vemos cada vez que pasan los minutos en las pantallas de los
móviles, así que decidimos ahorrarnos la mojada y tirar directos para recoger
las motos.
Esto nos hace replantearnos la ruta
y decidimos coger el camino más recto ya que por la parte corta son 360
kilómetros hasta las motos sin olvidar que después nos quedan otros 800 en furgón
hasta casa. Así y sin mucho margen de maniobra, tomamos la autopista que va en
dirección a Toulouse para adelantar tiempo hasta que por fin dejamos la vía
rápida para cruzar los Pirineos y llegar a nuestro primer destino. Tiene poco
que reseñar esta etapa porque por un lado la empezamos en autopista parando
solo para repostar y segundo porque cuando empezamos a disfrutar de mejores
carreteras y vistas al acercarnos a Pirineos vemos que las nubes van creciendo
y que el tiempo se nos echa encima. Además, pillamos un atasco terrible en el túnel
de Bielsa para cruzar a España que nos hizo perder un tiempo precioso para
poder ir más relajados y disfrutando de alguna vista.
Al final llegamos a Sabiñánigo a
medio día y decidimos meter las motos en el remolque bajo un cielo cada vez más
encapotado para comer algo rápido antes de salir ya con ropa más cómoda.
Decidimos no alejarnos mucho de las motos y nos sentamos en un local de estos
que lo mismo te venden un kebab que una hamburguesa y los tres optamos por un
plato combinado de pollo asado con patatas y refresco por seis euros. Algo ligerito,
pensamos. La sorpresa es mayúscula cuando comprobamos que cada plato combinado
consiste en un pollo asado, una fuente de patatas fritas y una coca cola de
litro. A grandes males, grandes remedios, así que nos damos un homenaje de los buenos
y nos guardamos el resto del pollo para el viaje que ahora sí, empezamos con la
certeza de que vamos a llegar de madrugada a casa. Así lo hacemos saber a
nuestras familias y empezamos la ruta bajo un cielo ya sí, negro como ala de
cuervo.
Pocos kilómetros después de arrancar empieza a llover, primero suavemente para ir poco a poco apretando hasta que nos encontramos bajo un aguacero monumental amenizado con su aparato eléctrico que nos impide casi ver la carretera. Menos mal que pronto cogemos la autovía y la conducción se hace algo más segura, pero la que está cayendo no es normal. No solo es que llueva muy fuerte, sino que se mantiene igual durante mucho tiempo seguido. Creo que es la peor tormenta con diferencia que he vivido dentro de un vehículo y nos miramos aliviados al ver de la que nos hemos librado. De haber pillado esto montados en las motos hubiera sido una tragedia.
Aunque sean solamente las cinco
de la tarde el cielo está muy oscuro y son imprescindibles las luces de la
furgoneta para avanzar entre trombas de agua cuando vemos que en el carril
contrario nos cruzamos con un motorista solitario encima de su GS avanzando
contra la tempestad. Ante nuestra sorpresa surge la necesaria discusión sobre
si debería parar o no y concluimos que le va a dar lo mismo ya que no hay
ningún sitio cubierto donde guarecerse ni salida de la autovía por lo que sería
más peligroso parar en el arcén que seguir camino con mucho cuidado. Mojarse se
iba a mojar lo mismo.
Pasada Zaragoza empieza a bajar
la intensidad de la lluvia y cuando vamos acercándonos a Madrid, casi
anocheciendo, nada hace sospechar la tormenta que dejamos atrás con el cielo
completamente abierto y el evidente cambio de temperatura. Las paradas son
cortas, las mínimas imprescindibles para cambiar de conductor, ir al baño y estirar
las piernas porque queremos llegar a casa cuanto antes. En una de esas paradas
compramos unas barras de pan y Javi nos hace unos bocadillos de pollo espectaculares
que devoramos mientras nos acercamos a casa.
Por fin, sobre las dos de la
mañana llegamos a Córdoba. Nos bajamos de la furgoneta y nos recibe la cálida
noche de una ola de calor y empezamos a echar de menos lo que hemos dejado
atrás. Bajamos las motos, nos fundimos en un abrazo y nos despedimos no sin
algo de nostalgia al saber que esta experiencia se ha acabado.
En la memoria nos llevamos un
saco lleno de buenos momentos, de anécdotas y risas. De paisajes y curvas,
castillos e iglesias, vinos y cervezas. Pero sobre todo de esa sensación de
felicidad que te llena el corazón cuando has disfrutado cada momento del viaje
en compañía de amigos, confiando que pronto el destino nos pondrá de nuevo en
carretera.
Llego a casa cerca de las tres y
me dejo la moto con las maletas montadas, mañana tendré tiempo de recoger todo.
Voy a mi cuarto y me encuentro mi parte de la cama ocupada por una niña de ocho
años que abarca todo espacio libre de la cama, así que les doy un beso a mis
niñas para no despertarlas y me voy a su camita a dormir. Ya estoy en casa…
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