De vinos por Francia 2018.- Ciudades monumentales y final anticipado

 

Tras una magnífica velada en la que nos reímos de todo y de todos, nos levantamos, aseamos y recogemos todo para seguir nuestro camino. Estamos en Albi, la ciudad medieval de la que tomó nombre la famosa cruzada albigense impulsada por el Papa Inocencio III y el rey de Francia, Felipe II, y que fue comandada por Simón de Monfort para luchar contra la herejía cátara.

Seguramente no se produjo tal herejía sino que más bien la Iglesia y la corona vieron peligrar su estatus dominante por una corriente de pensamiento más puro y contrario a las corruptelas de ambas instituciones y decidieron cortar por lo sano. De aquí aquella famosa frase atribuida a Simón de Monfort o a Arnaud Amaury, según la fuente, cuando le preguntaron cómo distinguir a los herejes de los buenos cristianos: “matadlos a todos que Dios cogerá a los suyos”. No era cuestión de fe sino de quitarse de en medio a los díscolos.

Este episodio de la historia europea ha servido para inspirar infinidad de libros, ensayos y novelas históricas basadas con más o menos rigor en lo ocurrido en esta zona, y lógicamente teníamos bastante interés en conocer la ciudad, declarada por cierto patrimonio de la Humanidad en 2010.


Aparcamos nuestras motos junto a la impresionante catedral de ladrillo, la más grande del mundo hecha en este material, consagrada a Santa Cecilia y la verdad es que se nos escapa un suspiro de admiración al ver ese mazacote. La catedral, lejos de la armonía y ligereza que transmiten otras construcciones góticas, parece más una fortaleza destinada a proteger a los fieles de los ataques militares a los que la ciudad estuvo sometida.

Damos un paseo por el entorno conociendo la ciudad episcopal donde destaca su palacio y la sensación que transmite es de sobriedad intemporal. Todo hecho con el mismo ladrillo rojo obtenido de la arcilla del río y que nos evoca tiempos duros en los que era mucho mejor muros anchos que ventanales decorados.

Buscando algo para desayunar nos internamos en un mercado en el que para nuestra sorpresa estaban preparando varios tipos de “paellas” para comer allí o llevar a casa y vimos la gran variedad de quesos que esta región tiene. A mí, que soy un enamorado del queso, se me hacía la boca agua viendo ese mostrador, lamentando por una vez viajar en moto y no poder transportar algunas de esas variedades para probarlas en casa.

Al final después de comernos un bocadillo nos forzamos a entrar en la catedral para hacer la visita, ya que el exterior no nos atraía mucho, pero tampoco nos parecía normal estar allí y pasar de largo. Menos mal que entramos y descubrimos la maravilla que es esta catedral.







Si desde fuera parece un edificio robusto y sin gracia, por dentro descubrimos que esa fuerza deja paso a la ostentación y la belleza sin paliativos. Nos encontramos con una iglesia cuyos altísimos muros están decorados hasta la extenuación sin que quede un espacio libre de pintura polícroma que se encuentra perfectamente conservada. Por las especiales condiciones de la construcción con saeteras en lugar de amplios ventanales y por la porosidad de los ladrillos empleados se ha creado un microclima en el interior que ha conservado espectacularmente las pinturas sin que hayan sido prácticamente restauradas desde hace siglos.

La amplia profusión de frescos (no en vano es la mayor catedral pintada de Europa con 18.500 m2 de frescos) no es lo único que llama la atención en su interior, ya que todo el conjunto es capaz de dejarte sin aliento integrando el púlpito, el órgano, el coro…

Paseamos sin prisa por todo el espacio visitable disfrutando de un espectáculo increíble. A la vista de esta maravilla entiendes que los cátaros, que predicaban la austeridad y el servicio al prójimo, se rebelaran contra esta Iglesia que esquilmaba al pueblo para enriquecer sus palacios e iglesias, todo ello supuestamente “para mayor gloria de Dios” pero que al fin y al cabo servía para demostrar el poder terrenal que los altos cargos de la Iglesia iban acumulando.

Cuando dejamos la catedral decidimos dar un paseo hasta el Puente Viejo desde el que se contempla una magnífica vista de la ciudad y al que se llega por agradables callejuelas que incitan a un paseo relajado. Merece la pena una visita más sosegada a esta ciudad, pero tenemos que seguir nuestro camino hacia la otra perla del viaje, así que dejamos a unos peces intentando cazar palomas en la orilla del Tarn y volvimos a las motos para empezar la ruta de hoy.















La ruta que nos espera es corta, poco más de 100 Km., y es que en el plan de hoy hemos priorizado el turismo sobre la conducción. Teníamos previsto visitar Albi y disfrutar pausadamente de nuestro destino, la ciudad amurallada de Carcasona. No obstante, tomamos la vía menos transitada y dentro de lo posible la más curveada que nos lleva en gran parte por el Parque Regional de Haut Languedoc atravesando sus bosques y disfrutando de un paseo relajado y cadencioso en el que cada uno sigue su propio ritmo sin pretender mantener el orden ni la unión del grupo que lo mismo se estira cuando uno quiere apretar más que el resto, que se recompone cuando atravesamos paisajes evocadores.

Cumplimos con el plan y llegamos a Carcasona justo a la hora de comer, perfecto para cumplir con el primero de los propósitos que nos hemos marcado en esta ciudad, que no es otro que disfrutar de un buen plato de la especialidad local, las cassouletes. Este es el plato típico no sólo de Carcasona sino de toda la región de Languedoc y Mediodía, adaptando en cada localidad los ingredientes y cocción a su receta particular. En cualquier caso, es un guiso potente, en el que su ingrediente principal son las alubias blancas y que se cuecen a fuego lento con diferentes tipos de carne (costilla de cerdo, salchichas, tocino, pato…) y verduras en el típico recipiente de barro del que toma nombre la receta.

Pensábamos que al ser el plato típico no íbamos a tardar mucho en encontrar un lugar para degustarlo, pero para nuestra sorpresa tuvimos que buscar un poco más de lo esperado ya que no en todos los restaurantes lo sirven. Al final la persistencia tuvo su fruto y por fin pudimos comer tranquilos en el horario francés y darnos un homenaje de los buenos con una botella de vino. A mí me gustan mucho los platos de cuchara y donde voy intento probar el guiso típico del lugar y dentro de que estaban muy buenas, he de decir que no desmerecen en nada a otros guisos típicos de nuestro país. Es lo bueno de ser de buen comer, que no tienes que elegir uno otro y simplemente disfrutar de lo que tienes a tu disposición en cada momento.

Tras el copioso almuerzo llamamos al dueño de la casa en que nos íbamos a hospedar y siguiendo sus instrucciones salimos (bastante) del núcleo urbano para llegar a una casa en una urbanización a las afueras que contaba con una amplia parcela donde dejar las motos, un magnífico porche con vistas a la ciudad y una profusión de camas y sofás comodísimos que nos convencieron de que lo mejor era pegarnos una siesta mientras durara el calor de medio día y más tarde visitar la citè.





Una vez descansados y duchados nos pusimos cómodos y nos fuimos a descubrir una de las ciudades amuralladas mejor conservadas del mundo y que todos teníamos ganas de visitar. Su citè o ciudadela ha sido declarada patrimonio de la humanidad y es uno de los centros turísticos más visitados de Francia, lo que se nota en la visita ya que las hordas de turistas abarrotan los accesos, las calles, plazas y locales.

No voy a decir que sea fea la ciudadela ni que no merezca la pena la visita. Es algo que hay que visitar, pasear por sus calles y recorrer el paseo de ronda por las murallas, entrar en la basílica y el castillo y entrar y salir por sus puertas y torres (52 en total distribuidas en su doble muralla), pero al menos a mi me dio una sensación absoluta de estar visitando un decorado. Es como cuando paseas por Isla Mágica o cualquier otro parque temático, que lo disfrutas porque está muy bien hecho pero sabes que es de cartón piedra.

Tras un periodo de total abandono, la ciudad fue reconstruida durante la segunda mitad del siglo XIX con fines monumentales, por lo que se cuidó al detalle lo que es previsible que llame la atención del viajero y hoy es una ciudad plenamente funcional con todo perfectamente conservado y que parece sacada de un decorado de cine. Eso es lo bueno y lo malo que tiene. Puedes ver cómo era una ciudad medieval pero te queda esa sensación de decorado y la absoluta certeza de que todo en este espacio está hecho por y para el turismo. Las tiendas solamente te venden los souvenir típicos, los bares tienen camareros vestidos de época y todo te lleva al convencimiento de que eres un producto más al que hay que exprimir para que el espectáculo sea rentable.

Dicho esto, recomiendo encarecidamente visitar la ciudad de Carcasona. Es una experiencia magnífica y te sumerge en plena edad media, pero desde luego no es la mejor visita del viaje.

Una vez que nos convertimos en turistas nos perdemos por sus calles, vemos las murallas (dejamos para otro día el paseo perimetral), entramos en la basílica y el castillo y entramos y salimos por sus puertas y torres, compramos regalos para la familia y nos fuimos a buscar una ubicación más lejana para contemplar la vista de las murallas en perspectiva. Aquí nos dimos cuenta de que los políticos no respetan el patrimonio y solo buscan su beneficio. Si hay que promocionar una exposición y para eso alguien decide que hay que pintar la muralla de la ciudad de amarillo, pues se pinta que algo de dinero quedará. El hecho de que algún turista haya venido desde Japón (por poner un sitio lejano) y no pueda ver la muralla limpia sin mamarrachadas no les importa siempre que lo puedan camuflar con algún proyecto o programa cultural.  Me parece muy bien que hagas una exposición monográfica de un autor, pero no me toques las murallas, hombre.











Agotada la visita, y ante la distancia que nos separa de la casa, decidimos de nuevo buscar un supermercado y prepararnos una cena de lujo en ese porche que tenemos en la casa con vistas a la ciudad. Después de no pocos problemas para poder comprar víveres y sobre todo hielo (el horario, siempre el maldito horario), y para tapar la desesperación que empezaba a anidar en nuestro espíritu, decidimos tomar una cerveza en una agradable terraza y volver a nuestro domicilio por hoy para lamernos heridas y disfrutar de otra magnífica velada de camaradería.

 








Según diferentes estudios, la risa ayuda a mejorar los patrones de sueño, combate la depresión y crea un estado de ánimo positivo ya que fomenta la secreción de las denominadas hormonas de la felicidad: serotonina, dopamina, adrenalina y endorfinas.

Será por eso que hemos dormido como lirones y nos despertamos descansados y con ganas de seguir nuestro viaje,  pero unos negros nubarrones se ciernen en el horizonte de “weather” que la a postre se convertirá en nuestro horizonte. Aunque el día esté despejado por aquí, la previsión del tiempo anuncia lluvias torrenciales por la zona del Pirineo con diversos tipos y colores de alertas, lo que nos hace replantearnos la situación.

Nuestra etapa del día consistía en una ruta no necesariamente recta a través de los Pirineos, tal vez visitando algún castillo cátaro, con final ya en España en la ciudad de Lérida. Al día siguiente teníamos pensado recorrer la parte española del Pirineo para acabar de nuevo en Sabiñánigo, meter las motos en la furgoneta y partir dirección a casa dando por finalizado el viaje. Pero todo esto choca con la más que negras perspectivas que vemos cada vez que pasan los minutos en las pantallas de los móviles, así que decidimos ahorrarnos la mojada y tirar directos para recoger las motos.

Esto nos hace replantearnos la ruta y decidimos coger el camino más recto ya que por la parte corta son 360 kilómetros hasta las motos sin olvidar que después nos quedan otros 800 en furgón hasta casa. Así y sin mucho margen de maniobra, tomamos la autopista que va en dirección a Toulouse para adelantar tiempo hasta que por fin dejamos la vía rápida para cruzar los Pirineos y llegar a nuestro primer destino. Tiene poco que reseñar esta etapa porque por un lado la empezamos en autopista parando solo para repostar y segundo porque cuando empezamos a disfrutar de mejores carreteras y vistas al acercarnos a Pirineos vemos que las nubes van creciendo y que el tiempo se nos echa encima. Además, pillamos un atasco terrible en el túnel de Bielsa para cruzar a España que nos hizo perder un tiempo precioso para poder ir más relajados y disfrutando de alguna vista.

Al final llegamos a Sabiñánigo a medio día y decidimos meter las motos en el remolque bajo un cielo cada vez más encapotado para comer algo rápido antes de salir ya con ropa más cómoda. Decidimos no alejarnos mucho de las motos y nos sentamos en un local de estos que lo mismo te venden un kebab que una hamburguesa y los tres optamos por un plato combinado de pollo asado con patatas y refresco por seis euros. Algo ligerito, pensamos. La sorpresa es mayúscula cuando comprobamos que cada plato combinado consiste en un pollo asado, una fuente de patatas fritas y una coca cola de litro. A grandes males, grandes remedios, así que nos damos un homenaje de los buenos y nos guardamos el resto del pollo para el viaje que ahora sí, empezamos con la certeza de que vamos a llegar de madrugada a casa. Así lo hacemos saber a nuestras familias y empezamos la ruta bajo un cielo ya sí, negro como ala de cuervo.







Pocos kilómetros después de arrancar empieza a llover, primero suavemente para ir poco a poco apretando hasta que nos encontramos bajo un aguacero monumental amenizado con su aparato eléctrico que nos impide casi ver la carretera. Menos mal que pronto cogemos la autovía y la conducción se hace algo más segura, pero la que está cayendo no es normal. No solo es que llueva muy fuerte, sino que se mantiene igual durante mucho tiempo seguido. Creo que es la peor tormenta con diferencia que he vivido dentro de un vehículo y nos miramos aliviados al ver de la que nos hemos librado. De haber pillado esto montados en las motos hubiera sido una tragedia.

Aunque sean solamente las cinco de la tarde el cielo está muy oscuro y son imprescindibles las luces de la furgoneta para avanzar entre trombas de agua cuando vemos que en el carril contrario nos cruzamos con un motorista solitario encima de su GS avanzando contra la tempestad. Ante nuestra sorpresa surge la necesaria discusión sobre si debería parar o no y concluimos que le va a dar lo mismo ya que no hay ningún sitio cubierto donde guarecerse ni salida de la autovía por lo que sería más peligroso parar en el arcén que seguir camino con mucho cuidado. Mojarse se iba a mojar lo mismo.

Pasada Zaragoza empieza a bajar la intensidad de la lluvia y cuando vamos acercándonos a Madrid, casi anocheciendo, nada hace sospechar la tormenta que dejamos atrás con el cielo completamente abierto y el evidente cambio de temperatura. Las paradas son cortas, las mínimas imprescindibles para cambiar de conductor, ir al baño y estirar las piernas porque queremos llegar a casa cuanto antes. En una de esas paradas compramos unas barras de pan y Javi nos hace unos bocadillos de pollo espectaculares que devoramos mientras nos acercamos a casa.

Por fin, sobre las dos de la mañana llegamos a Córdoba. Nos bajamos de la furgoneta y nos recibe la cálida noche de una ola de calor y empezamos a echar de menos lo que hemos dejado atrás. Bajamos las motos, nos fundimos en un abrazo y nos despedimos no sin algo de nostalgia al saber que esta experiencia se ha acabado.

En la memoria nos llevamos un saco lleno de buenos momentos, de anécdotas y risas. De paisajes y curvas, castillos e iglesias, vinos y cervezas. Pero sobre todo de esa sensación de felicidad que te llena el corazón cuando has disfrutado cada momento del viaje en compañía de amigos, confiando que pronto el destino nos pondrá de nuevo en carretera.


Llego a casa cerca de las tres y me dejo la moto con las maletas montadas, mañana tendré tiempo de recoger todo. Voy a mi cuarto y me encuentro mi parte de la cama ocupada por una niña de ocho años que abarca todo espacio libre de la cama, así que les doy un beso a mis niñas para no despertarlas y me voy a su camita a dormir. Ya estoy en casa…

 

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