De vinos por Francia 2018.- Entre montes y valles

 

Nos levantamos algo más tarde de lo que suele ser habitual y desayunamos sin prisa ya que somos conscientes de que el plan ha saltado por los aires. Definitivamente no podremos hacer el recorrido previsto para hoy porque en el estado en que se encuentra mi moto no nos fiamos ninguno de hacer una ruta normal. Se nos pasan por la cabeza muchas opciones, entre las cuales claramente está el abandono.

Salimos al parking del hotel y Javi se mete debajo de la moto para intentar averiguar qué le ocurre (es una joyita este hombre). Al final determina que el problema viene de una grieta que tiene el vaso de expansión por la que fuga el refrigerante y, claro, produce el recalentamiento de la moto. Nos dice que con las herramientas adecuadas se ve capaz de arreglarlo, así que sin pensarlo dos veces, nos ponemos el traje de batalla, cargamos bártulos y salimos dirección a Cahors para ver si encontramos alguna gran superficie de bricolaje para surtirnos e intentar la reparación.



Poco antes de llegar a la ciudad damos con nuestro objetivo y Javi se pertrecha de un juego de llaves y una masilla para reparar el vaso y se pone manos a la obra en el mismo aparcamiento del centro comercial. Me da cosa verlo ahí tirado en el suelo intentando arreglar mi moto, pero la verdad es que no sé cómo ayudar y al final acabamos Fran y yo gastándole bromas y tirándole piedrecitas para amenizarle la labor. Esos son los amigos de verdad, los que en los malos momentos te hacen saber que están ahí.

Al cabo de un buen rato se levante y dice tan tranquilo “ya está, arranca la moto a ver si aguanta”. Lo hago, la moto funciona, Javi comprueba que no hay fuga y decidimos seguir ruta a ver cómo se comporta y si el apaño da resultado. Nos ponemos los cascos y nos vamos a hacer una brevísima visita a Cahors ya que la tenemos al lado antes de coger carretera.





Cahors destaca por ser una bella ciudad medieval a orillas del Lot con un centro urbano muy agradable y su catedral de doble cúpula, pero sobre todo por el Pont Valentre, el puente sobre el río que es patrimonio de la UNESCO y que cuenta con tres torres defensivas que lo hacen único, así que viendo la falta de tiempo nos dirigimos directamente a visitarlo, dejando para una futura visita el paseo por el centro.

Vaya si merece la pena la visita al puente. Está muy bien conservado y se puede pasear por él tranquilamente ya que está cerrado al tráfico, hasta llegar a la orilla opuesta donde hay una terraza para tomar un refrigerio muy agradable. Paseamos y disfrutamos el puente y sus vistas, y aprovechamos la terraza para descansar y reprogramar la etapa conforme al horario que nos queda. Con unas cosas y otras son ya más de las doce y desde luego no tenemos tiempo de conocer los pueblos medievales que teníamos apuntados ya que tenemos que llegar a Albi para hacer noche.







Decidimos tirar rectos para Albi pero huyendo de la ruta principal e intentando aprovechar las visitas que podamos encontrar por el camino, así que empezamos a rodar por una sinuosa carretera que nos lleva por la orilla del Lot en dirección a Najac, uno de los puntos de paso que teníamos marcado. La carretera es deliciosa. Una vía con muy poco tráfico, buen asfalto y trazado espectacular que nos lleva entre el muro de piedra a la izquierda y el río a la derecha en ese ritmo ideal para viajar en moto en que vas relajado pero disfrutando de cada curva. La carretera nos mece en su recorrido impregnándonos de la serenidad que marca el cauce fluvial que nos regala ubicaciones extraordinarias y alguna que otra playa natural que hace las delicias de locales y turistas. Lástima no poder pararnos y disfrutar de un día de baño en esas aguas tan limpias y fresquitas.

En una de esas curvas descubrimos al fondo una iglesia asomada a un cortado sobre el río, alrededor de la que ha crecido un pequeño pueblo. Es tan bella la estampa que sin dudarlo un momento nos paramos en el arcén para contemplarla y hacer una foto aunque solamente hayamos hecho treinta kilómetros desde que salimos de Cahors. Al final, y siendo previsores, decidimos parar a visitar el pueblo y tal vez comer allí para evitar los problemas que hemos tenido por horario los días de atrás, así que nos montamos en la moto y cruzamos el río para la visita.

El pueblo se llama Saint Cirq Lapopie y resulta ser una maravilla medieval ubicada en cuesta alrededor de su iglesia y en el que se suceden casas de piedra, algunas con sus típicos entramados de vigas de madera vistos, en muchas de las cuales han ubicado restaurantes y tiendas de productos locales para turistas. Es un pueblo muy bonito y eso llama al turismo, así que nos encontramos con mucha gente y casi no podemos comer porque todo está o lleno o ya cerrando el turno de comida aunque todavía no sean las dos. Al final tenemos suerte y podemos picar algo en una terracita, pero nos veíamos otra vez buscando un sándwich de gasolinera.

Damos un relajado paseo por el pueblo descubriendo sus rincones, nos compramos varios tarros de foie que mi mujer agradecerá al regreso y continuamos nuestra ruta no sin antes acercarnos a un pequeño mirador que nos han recomendado para poder ver una panorámica del pueblo desde la distancia.











La carretera sigue siendo una maravilla, atravesando el parque natural que tantos rincones nos ofrece. Definitivamente esta zona merece una visita más pausada con la familia para disfrutar cada rincón sin tener que cumplir con el calendario y las reservas de hotel que tenemos hechas.

Cuando yo viajo solo me permito el lujo de no reservar alojamientos. Me limito a diseñar una ruta aproximada y me llevo la tienda de campaña para poder parar dónde y cuánto quiera, pero un viaje en grupo en el mes de agosto hace necesario contar con la seguridad de un lugar para descansar a costa de perder la libertad de parar cuando te apetezca.

Enfilamos carretera dirección a Najac, otro de los denominados “pueblos más bonitos de Francia” situado ya fuera del parque natural pero en un paisaje también extraordinario con una carretera muy entretenida para disfrutarla despacito pero sin pausa. No resulta tan sinuosa como la que acompañaba el río pero te sigue permitiendo una conducción relajada con la visera del casco abierta y llenándote de los aromas del campo y por qué no decirlo, de algún mosquito despistado que acaba chafado en la visera solar.

El pueblo en si es curioso, ya que es muy alargado alrededor de una única calle y desemboca en el antiguo castillo situado sobre una colina. Esta disposición viene motivada porque está ubicado sobre la cornisa de la colina y no hay mucho margen para ensanchar el pueblo por la pendiente a ambos lados. Aparte del castillo y su iglesia, destaca su plaza principal que es el único ensanchamiento de la localidad con sus soportales y casas antiguas con vigas de madera. Descansamos un rato y nos refrescamos en una cafetería donde estuvimos muy fresquitos pese a la hora gracias a la brisa que corría. Después llegamos hasta el castillo al que no llegamos a entrar porque la hora se nos echaba encima. La verdad es que fue una parada muy agradable ya que el pueblo no tenía mucho movimiento de gente.








Seguimos nuestra ruta y muy poco después entramos en el recinto amurallado de Cordes sur Ciel con la idea de hacer una visita a este pueblo del que tan buenas referencias tenía. Entramos por una pequeña puerta abierta al tráfico en la muralla y la calle medieval, estrecha y empinada, nos fue subiendo por el pueblo enseñándonos rincones increíbles y una arquitectura medieval espectacular. Estábamos como locos deseando poder aparcar las motos y hacer una visita al pueblo pero no pudimos localizar ninguna zona de aparcamiento para motos (para coches ni hablamos), así que tuvimos que seguir el trazado de la calle con el riesgo de tener una lesión en el cuello de tanto girar la cabeza observando todo lo que estábamos viendo. Supongo que estarían en fiestas en el pueblo porque varias calles estaban cortadas y por las que pasábamos no había el más mínimo hueco para aparcar.

Para nuestra sorpresa la calle que seguíamos y de la que no vimos ninguna salida, nos sacó miserablemente del centro amurallado sin haber podido parar a visitar la ciudad, con la impagable cara de sorpresa que nos dejó. Decidimos que algo habíamos hecho mal, porque seguro que nos hemos saltado un desvío o alguna zona para poder parar, así que, decididos a estar más pendientes al tráfico esta vez, decidimos volver a intentarlo porque no queríamos irnos de allí sin pasear por esas calles.

Nada. El resultado fue el mismo. Volvimos a salir del pueblo y por desgracia y sobre todo por la hora que ya era, tuvimos que seguir nuestra ruta sin visitarlo. Siempre se nos quedará como ese pueblecito en el que estuvimos pero nunca visitamos.





Seguimos nuestra ruta dirección a Albi ya bien entrada la tarde y con el sol cayendo tras las colinas que bordeaban la carretera dejándonos una paleta de colores que harían la envidia de cualquier aficionado a la pintura. Eso y la sensible bajada de temperatura nos permitieron disfrutar muy relajadamente el último tramo de carretera que nos llevaba a nuestro destino. No era una vía revirada ni entretenida como otras, pero sabiendo que estábamos cerca del final de jornada nos sirvió para relajarnos y disfrutar los últimos momentos de moto del día.

Llegamos a nuestro destino en un barrio apartado del centro donde encontramos una casita muy acogedora con su suelo de madera que crujía a cada paso y que tenía una buena cocina y como extensión una terraza interior muy agradable y fresquita. Viendo la hora decidimos que era inútil buscar algún restaurante y decidimos directamente irnos al supermercado que casi pillamos cerrado.

Volvimos a la casa bien pertrechados de productos locales y deseando darnos una ducha y descansar de la jornada delante de unas cervezas, cuando nos dimos cuenta de que no había parking. Decidimos hacer un amasijo de hierros con las tres motos y los candados que llevábamos y confiamos en que no nos hubiéramos metido en un barrio “chungo”. La verdad es que viendo el resultado cuesta trabajo imaginar cómo pudimos colocar así las motos y maniobrar con ellas.

Ya con la tranquilidad de tener resuelta la cena nos relajamos, duchamos y pusimos cómodos para pasar una velada increíble en la que volvimos a revivir la jornada, reírnos de nuevo de las anécdotas y confirmar que una de las mejores cosas que se pueden hacer con la ropa puesta es viajar en moto con amigos.

No pedimos que el día siguiente sea mejor. Con que nos lo igualen nos conformamos…
















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