De vinos por Francia 2018.- Ruta de vinos

 

Esta noche ha habido tormenta. A media noche se ha puesto a llover y como las ventanas no tienen persiana, los relámpagos han iluminado la casa y me han despertado junto con el frescor que se ha metido por la ventana. Al menos he podido volver a dormirme y descansar.

Nos despertamos temprano ya que ayer no trasnochamos y casi todos hemos descansado. No es el caso de Fran que nos cuenta que no ha pegado ojo por lo incómodo del sofá en que le ha tocado dormir. Pensamos en dar un paseo por la ciudad y hacer algo del turismo que anoche no pudimos pero Fran nos dice que él no nos acompaña, que se pasa a la cama e intenta dormir algo.

Salimos a la calle en esa hora mágica en que ya ha amanecido pero todavía no han abierto las tiendas, si acaso alguna cafetería o panadería, todavía no hay gente por la calle y los coches siguen aparcados. Paseamos por lugares ayer abarrotados de gente y ahora vacíos permitiéndonos ver los detalles de la ciudad y sus edificios. Nos acercamos a la catedral y la vemos imponente por fuera ya que está cerrada todavía y, callejeando, nos vamos acercando al río Garona por cuyo margen paseamos y disfrutamos de una ciudad que se despierta. Conseguimos tomar café y un zumo de naranja en un bar recién abierto y continuamos nuestro paseo por la ciudad a paso lento, disfrutando cada paso que damos y grabando en la retina todos los detalles que se nos presentan. Vamos tan relajados y a gusto que casi se nos olvida hacer fotos.

Para volver, y como nos hemos retirado bastante del apartamento, cogemos un autobús de línea que nos deja muy cerca del apartamento donde entramos en esos establecimientos tan típicos de Francia que lo mismo te venden un café con croissant que una coca cola con bocadillo de jamón y lechuga, donde desayunamos tranquilos dando tiempo a Fran para que descanse, hasta que al final vamos para la casa para recoger y seguir ruta.










El cielo está gris, pero de este tono que lo mismo abre que se pone a llover, y decidimos que no va a llover, así que no nos ponemos el traje de agua. Cualquiera que haya viajado en moto con riesgo de lluvia sabrá que esa es la mejor manera de conseguir que llueva, lo mismo que si quieres evitar el agua debes ponerte el traje porque entonces seguro que acabará saliendo el sol. Empezamos nuestra ruta de hoy saliendo de la ciudad en la típica vía atestada de tráfico pero poco a poco el entorno se va diluyendo a la vez que se pierden los coches y nos descubrimos de repente circulando por carreteras entre viñedos hasta donde se pierde la vista y disfrutando mucho del paseo. Dura poco la tranquilidad porque se pone a llover bastante fuerte y nos tenemos que parar a ponernos el traje de agua. Evidentemente, en un rato dejará de llover.

Entre curvas y vides llegamos a nuestro primer destino del día, Saint Emilion, pequeña ciudad medieval con una gran tradición vinícola y que tiene un patrimonio histórico que la convierte en un enclave muy pintoresco en el que destaca la iglesia subterránea sobre la que se ha construido la actual capilla. Nada más aparcar las motos dejó de llover y empezó a asomar un tímido sol que nos convenció de quitarnos el traje de agua y disfrutar la ciudad tranquilamente. Recorrimos el pueblo y subimos al antiguo castillo para disfrutar de unas magníficas vistas del pueblo y sus viñedos.







Continuamos la marcha no sin pararnos en una de las fabulosas tiendas de vino que pueblan la comarca con la idea de aprovisionarnos para la noche o para llevar a casa algún caldo de la zona. La verdad es que la tienda imponía, todo muy ordenado e impoluto hasta que llegamos nosotros. Nunca lo hacemos a conciencia, pero por donde vamos la gente recuerda nuestro paso, generalmente para bien. No es el caso que nos ocupa ya que al ir a pagar unas botellas de vino a Javi se le escurrió una que fue a impactar directa sobre el blanco suelo con la consecuencia directa de su rotura. Fuimos buenos amigos y nos salimos rápidamente a la calle para no descojonarnos en su cara y mosquear más al dependiente, así que allí se quedó solo afrontando la situación en el centro de un charco de vino tinto. Buena ocasión para poner a prueba sus conocimientos de francés.





Retomamos la ruta una vez aplacadas las risas y cuando estamos en camino observo que algo me está manchando los pantalones y la bota derecha. Paramos a ver qué ocurre y comprobamos que estoy perdiendo refrigerante del radiador que está rebosando por lo que parece una subida de temperatura. Me sorprende porque no hace mucho que le cambié el radiador, así que paramos en una tienda de repuestos y compramos líquido refrigerante con el que llenamos y seguimos con la mosca detrás de la oreja y observando a cada rato el nivel.

La cosa va a peor y sigo perdiendo líquido, así que decidimos parar en una zona comercial en la carretera donde había restaurantes para dejar enfriar un poco el motor y rellenar. La comida no fue nada reseñable, comida local en self service con pinta de fast food, que no pude disfrutar mucho por la preocupación de la avería.

Continuamos marcha para comprobar que la fuga persiste y que la temperatura de la moto está cada vez más alta, parándonos a menudo para comprobar el estado y perdiendo un tiempo precioso sobre el plan que teníamos previsto. En cualquier caso, el paisaje sigue siendo maravilloso, discurriendo por carreteras secundarias en este mar de viñedos salpicado de bodegas, castillos y demás elementos de lo que parece un decorado de los Tres Mosqueteros.




En una de estas, nos paramos en el Chateau de Monbazillac donde disfrutamos de las vistas y visita a su bodega y tienda en la que probamos unos vinos extraordinarios. Javi se volvió a comprar un par de botellas aunque esta vez las agarró con fuerza para no dejar su marca en el pavimento.

Seguimos por la carretera que bordea el río Dordoña y que acompaña cada uno de los meandros y curvas de la corriente en una deliciosa ruta disfrutada a un ritmo suave pero fluido. Desde la carretera es frecuente atisbar ubicaciones increíbles, pueblos medievales perfectamente conservados y miradores que te incitan a parar, pero tenemos que ser fuertes y seguir nuestra ruta ya que en caso contrario no llegaremos a nuestro destino. Aun así, no nos podemos resistir a visitar aunque sea por encima la localidad de Beynac-et-Cazenac que se ha abierto ante nosotros tras un recodo del camino, confirmando que esta zona se merece una visita mucho más pausada ya que cada rincón da para un rato de contemplación.









Seguimos camino hacia Sarlat, nuestra próxima parada prevista y que es famosa por su patrimonio, pero aunque llegamos a ella, nunca llegamos a conocerla. Estamos preocupados porque el problema de mi moto parece que va a más. Cada vez está más caliente y pierde más líquido aunque lo rellenemos constantemente y esta situación no augura nada bueno.

Con la idea de parar y encontrar una solución a este problema buscamos una zona de aparcamiento para motos y al entrar en ella no veo que hay una fina capa de barro en el suelo y se me va la rueda de delante dando conmigo y con la moto en el suelo. Me quedo atrapado debajo de la moto y me tienen que sacar de allí levantándola entre los dos. Lo primero que hago es comprobar que la rodilla está bien y que no hay lesión, y una vez tranquilos nos buscamos unas botellas de agua fresca y recapacitamos sobre la situación.

Intentamos buscar alguna tienda de repuestos por internet y no encontramos nada. La tarde se está echando y todavía tenemos que llegar a Cahors, a unos 70 km., que es donde tenemos reservado hotel, además en Sarlat hay fiestas y no quedan habitaciones libres en ningún sitio. Una vez pasada la tensión de la caída y ver que no hay nada más que el orgullo herido, volvemos a las risas y decidimos que el día ya ha dado bastante de si. Renunciamos a la visita a Sarlat y la extensión prevista a Rocamadour y decidimos ir directos al hotel despacito para evitar que la moto se me recaliente en exceso.

Con esa idea nos relajamos un poco en el parque y finalmente cogemos camino hacia el hotel por una carretera muy entretenida y curveada pero que no puedo disfrutar porque voy muy despacio en marchas largas para refrigerar la moto y evitar más problemas. La estrategia funciona ayudada por el hecho de que al atardecer la temperatura ambiente baja y vamos muy tranquilos. Al final llegamos al hotel completamente de noche tras perdernos varias veces ya que está a las afueras de la ciudad y el navegador no termina de encontrarlo.

Tenemos reservada una habitación triple pero Fran nos dice que está hecho polvo por no haber dormido bien y la tensión del día y decide coger una individual para él. Subimos a la habitación, dejamos las cosas y bajamos rápido para cenar algo y relajarnos con una cerveza. La verdad es que el día ha sido intenso de emociones y estamos todos cansados, lo que unido a la frugal comida que hemos tenido, hace que no pensemos ni en ducharnos antes de cenar.

Pero la jornada no ha terminado y todavía teníamos alguna sorpresa reservada. Pedimos tres cervezas que nos sirve el camarero – recepcionista con presteza y que nos saben a gloria tras el primer sorbo. Lo bueno viene cuando le preguntamos qué nos ofrece para cenar y nos dice que NADA.

No puede ser, decimos. No nos puede pasar esto otra vez. Estamos en mitad de la nada y no hemos visto al venir ningún restaurante, bar ni gasolinera en la que comprar algo de comida, y si decimos ir al pueblo, seguro que no encontramos nada abierto. Le lloramos al camarero, le explicamos el día de mierda que llevamos, que me acabo de caer con la moto, y mil lamentos más para que se apiade de nosotros y nos dice que no, que si queremos cervezas, él estará allí toda la noche, pero la cocina está cerrada.

Al final parece que se ablanda un poco y nos dice que va a ver si hay algo en la cocina aunque sea frío, con lo que pedimos otra cerveza y nos relajamos pensando en el festín que nos espera. Lo bueno viene cuando llega con el plato y nos suelta un huevo duro por cabeza, una loncha de jamon york enrollada y otra de otro fiambre con un trozo de pan. Nuestra cara debió ser un poema y cuando se marcha nos empezamos a mirar entre nosotros estupefactos hasta que uno empezó a reírse y ya no se pudo contener. En el ataque de risa que tenemos decidimos que eso no nos va a arruinar el viaje y que si tenemos que cenar a base de cerveza pues no pasa nada, que al fin y al cabo son cereales, y así discurrió nuestra noche, entre risas y bromas hasta que nos fuimos a dormir.

Mañana ya tendremos ocasión de preocuparnos por la moto y todo lo que implique, pero hoy lo hemos pasado en grande, y para eso hemos venido.  




Comentarios