La mayor parte de las personas
trabajan durante todo el año con el horizonte puesto en sus vacaciones de
verano. Buscan el destino, las fechas, alojamientos ideales para poder pasar
unos días con la familia o amigos, para descansar, ir a la playa o montaña,
divertirse en discotecas o lo que cada uno tenga en mente. En este sentido yo
soy un privilegiado, porque además de esas vacaciones “tradicionales” en que
busco mi destino para descansar con mi familia, también me reservo unos días
para viajar en moto. Alguno pensará que es trabajo doble elegir dos destinos,
alojamientos, visitas y demás, pero yo disfruto tanto la preparación como el
viaje.
Este año Fran ha vuelto al redil.
Tras un año en el dique seco después de nuestra aventura en tierras
portuguesas, esta vez no ha querido perder la oportunidad y se ha apuntado con
tiempo al viaje. Como suele ser habitual me ha tocado toda la intendencia de la
ruta, decidir destinos, etapas, carreteras, hoteles y demás y él se apunta a lo
que salga. Será que se lo pasó bien hace un par de años y no quiere cambiar
muchas cosas.
Cosas de la vida, a finales de
junio estábamos comiendo en el restaurante de nuestro amigo Javi y al hablar de
los planes de vacaciones le comentamos que nos íbamos de viaje en moto y sobre
la marcha se apuntó, así que este año somos tres que nunca hemos viajado juntos
pero que tenemos un temperamento si no similar, al menos complementario, y
seguro que vamos a tener ocasión de reírnos muchas veces en este viaje.
Una vez que tenemos a los
participantes hay que concretar el destino, y este año nos vamos a dar una
vuelta por la ruta del vino en Burdeos, Francia, visitando algunos de los
pueblos medievales más bonitos de la zona y culminando nuestra ruta en la
ciudad amurallada de Carcasona. Salvo el consabido tirón de ida y vuelta desde
Córdoba hasta el norte, el resto de etapas serán cortas y con poca carga de
kilómetros pero no de cosas que ver, así que estaremos casi todo el día montados
en moto pero eso sí, disfrutando como marranos en fangal.
El primer problema del viaje
viene cuando mis dos compañeros me comentan que ven excesiva la carga de
kilómetros de la ida y la vuelta ya que no tienen mucha experiencia en viajes
largos en moto y temen acabar muy cansados antes de cuenta. La alternativa es
hacer escala a mitad de la península tanto a la ida como a la vuelta, pero eso
nos descoloca las fechas de las que disponemos a la vez que dispara el presupuesto,
así que habrá que pensar en una solución.
La primera que propone Fran es
montar las motos en su remolque y tirar en coche hasta Pirineos, buscar allí un
parking seguro para dejarlos y hacer la ruta en moto. El problema es que su
remolque es el tradicional de tres carriles pero en el que solamente caben dos
motos medianas y lógicamente las tres no entran. No son especialmente grandes
las motos, mi FZ6, la F800 de Fran y la R1150R de Javi, pero esos remolques
están pensados para motos de campo más ligeras y es inviable. A través de
amigos y conocidos intentamos localizar un remolque más grande en el que quepan
las tres, pero después de ver varios confirmamos que es objetivo imposible.
Como a mí no me cuesta tanto hacer esa etapa en moto y, para qué engañarnos, no
me parece digno empezar un viaje en moto con ella a cuestas y yo en un coche,
les propongo que vayan ellos con el remolque y yo me voy en moto para
encontrarnos allí, a lo que se oponen frontalmente con la idea de que tenemos
que ir todos juntos.
Al final alquilamos una furgoneta
grande (muy grande) en la que caben las tres motos, subiremos hasta Sabiñánigo,
dejaremos allí el furgón, haremos la ruta y volveremos en el mismo vehículo
hasta Córdoba. Una pasta y además va en contra de mis conceptos de viaje en
moto, pero bueno, es un viaje de amigos y nos tenemos que adaptar a todos. Al
final sin duda que merecerá la pena.
Dicho y hecho, el día de la
partida quedamos temprano para montar las motos en el furgón en casa de Fran
donde nos tiramos un buen rato para subirlas, anclarlas y meter equipaje. Es la
primera vez que subimos motos tan pesadas en un vehículo que no está pensado
para ello. La inclinación de la rampa es alta y no le tienes cogido el punto de
gas en primera a la moto, lo que nos da algún sustillo, pero al final no hay problemas,
las subimos todas sin que ninguna caiga al suelo. Ya veremos por la tarde cómo
las bajamos marcha atrás, pero eso es otra cuestión.
Nunca he viajado en este tipo de vehículo y al principio se me hace raro compartir con otros dos mozos de buen año una única hilera de asientos en los que el confort no es el de un turismo, pero pronto empezamos con las bromas y las risas y lo tomamos más como una aventura olvidando la incomodidad. Parecemos tres chiquillos que se van de campamento y esa ilusión nos lleva en volandas por la autovía dirección al norte. La verdad es que el viaje es monótono con muy pocas paradas para compensar con tiempo de conducción la menor velocidad que el vehículo cargado con motos impone, y cuando paramos es para refrescarnos rápido y cambiar de conductor. Eso sí, tenemos suerte y encontramos un sitio para comer extraordinario en el que nos encajamos el mejor menú del día en relación calidad precio que he probado en mucho tiempo.
El día avanza y ya cuando empieza a atardecer conseguimos llegar a nuestro destino de hoy. Ahora toca encontrar el apartamento que tenemos reservado y un lugar suficientemente amplio como para aparcar el furgón y poder bajar las motos. Decidimos hacerlo todo cuando llegamos y dejar las motos aparcadas en el parking del apartamento y así mañana ya salimos directamente. La operación es más compleja que la carga de las motos ya que para subirlas cuentas con la ayuda del acelerador y el sentido normal de marcha del vehículo, pero bajarlas marcha atrás se complica, máximo en una calle abierta al tráfico y sin mucho espacio para maniobrar. Al final todo se hace con éxito y subimos para ducharnos, cambiarnos y sin mucha pausa salir a cenar algo.
Nos sorprende que en pleno agosto
el pueblo esté bastante vacío y que no veamos mucha oferta de restauración,
pero al final damos con un barecito en que nos ofrecen diversas opciones de
carne a la brasa y claro, conociéndonos, nos paramos allí a cenar con unas
cervezas. O tal vez nos paramos a tomar cervezas y picamos algo. Muchas veces
cuesta encontrar la diferencia. Para rematar la noche nos metemos en una
cafetería – pub para tomar una copa y echar unas partidas de dardos (creo que
es la primera vez en mi vida que juego a los dardos en una máquina de bar)
donde nos echamos unas buenas risas antes de retirarnos a una hora prudente a
la casa para descansar.
Por cierto, que agradable dormir en Pirineos cuando te has levantado en el agosto de Córdoba…
Lo tuyo ya es vicio. Jajaja y encima con vino.
ResponderEliminarCuidado con los examenes de alcohol, a ver si váis a aprobar. Jajaja
Jajaja, no te preocupes que no fue para tanto. Algún incidente con el vino sí tuvimos, pero no llegó a mayores...
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