ALPES 2019.- FERRARIS Y POCO MAS

Mientras cenábamos ayer decidimos que ya estaba bien de carreteras y puertos de montaña, que era lo que nos esperaba en gran parte de la jornada para terminar de descubrir la zona de los Alpes franceses, y optamos por desviar la ruta y hacer una visita el Principado de Mónaco atraídos por el mito y la promesa de conocer algo diametralmente opuesto a lo que venimos recorriendo en nuestro viaje.

El cambio implica una variación sustancial en la ruta y un incremento notable en la carga de kilómetros, lo que se convertiría en muchas horas encima de la moto en el supuesto de optar por vías libres de peajes y más entretenidas, así que no nos queda otra que coger el camino directo y programar navegadores por la vía más rápida. Esto nos lleva sin posibilidad de otra alternativa a circular gran parte del día por autopistas de peaje cargadas de tráfico y con un trazado de lo más aburrido, así que intentamos disfrutar lo máximo posible del tramo que discurrimos por la ribera del lago.

Una cosa que no conseguimos el día anterior en Verbania fue comprar pegatinas con la bandera de Italia para las maletas, así que nos vamos parando cada vez que vemos una tienda de recuerdos, gasolineras, incluso tiendas de chino, pero sin éxito. Esa será una constante durante todo el día y descubriremos que es imposible encontrarlas decidiendo que ya las pediremos por internet cuando volvamos. No es lo más deseable, pero no nos va a quedar otra.

En cualquier caso, se agradecen estas primeras paradas que nos permiten recorrer de una forma más pausada el lago y su orilla a esta primera hora de la mañana, viendo cómo se van despertando las localidades y sus habitantes mientras nos asomamos a sus vidas. Se respira tranquilidad a esta hora, muy diferente del tráfico intenso e impersonal que nos espera más adelante, pero claro, eso todavía no lo sabemos.


Cuando por fin cogemos la autopista tenemos por delante casi 400 kilómetros de asfalto recto que poco a poco van haciendo mella en nuestro físico y psíquico. En el plano físico es mucho más cansado viajar en moto por autopistas o autovías porque el ritmo de marcha te obliga a mantener la misma posición durante mucho rato seguido lo que hace que se te duerman partes del cuerpo que desconocías tuvieran dicha facultad, acabando como un verdadero “cuatro”. Cuando recorres carreteras de montaña sin embargo, te vas cambiando de posición en cada curva, te mueves en el asiento e incluso te paras más para ver cosas y se hace más llevadero. En el plano anímico es demoledor tener la vista fija en el vehículo de enfrente durante kilómetros y kilómetros rodeados de otros vehículos cuando vienes de disfrutar de las cosas que hemos visto.

Todo eso se nos nota en las caras e incluso en el humor cada vez que paramos a repostar o refrescarnos, porque cada vez hace más calor, sin que las risas afloren con la misma facilidad que en otras etapas. Finalmente, cuando nos quedan algunos kilómetros para llegar a Mónaco decidimos dejar la autopista y así aprovechamos para buscar las dichosas pegatinas, pero tampoco esto nos arregla la jornada porque, en primer lugar no las encontramos, y en segundo, el tráfico urbano se hace insoportable entre rotondas y semáforos. Menos mal que en un rato vemos el indicativo de que hemos llegado a Mónaco. Ahora por fin disfrutaremos del destino.




Para el que no la conozca, Mónaco es una pequeña ciudad estado de unos cuarenta mil habitantes enclavada en territorio francés y cuyos atractivos más famosos son los casinos, la bahía plagada de yates de lujo y el campeonato del mundo de Fórmula Uno que recorre sus calles. Lo malo es que cuando la conoces, te das cuenta que aparte de eso no tiene nada más y que sus cuarenta mil habitantes tampoco tienen mucho interés en que tú formes parte de su vida y te enteres de sus cuitas.

Entramos en el centro del meollo, lo que se conoce como Montecarlo, a través de una sucesión de túneles en los que ya empiezas a notar que tu vehículo no está a la altura de lo que allí se espera de un visitante, y que sin otra posibilidad nos lleva a una rotonda en la que todas las salidas muestran una señal de tráfico que impide el paso a los no residentes y además está protegida por agentes de policía que parecen haber pasado un casting para un concurso de belleza, tanto ellos, altos, fornidos y guapos, como ellas, altas, esbeltas y guapas. Además, no se muestran muy comprensivos con el visitante y si pretendes preguntarles cualquier tontería como por ejemplo dónde puedes dejar la moto, te despachan sin contemplación y con cara de pocos amigos.

En esta situación no nos queda otra que salir por la única vía posible que es la que nos ha traído y retirarnos de lo que supuestamente tenemos que visitar. Nos paramos decidimos que hemos debido de pasar algún desvío o zona de parking y volvemos a la carga. Como no puede ser de otra forma, acabamos en la misma rotonda con los mismos e intransigentes agentes que nos vuelven a despachar, esta vez con un tono más insistente, lo que hace que nos despistemos y se separe el grupo.

Nos llamamos y reagrupamos en una gasolinera en la que, aparte de no tener pegatinas con la bandera de Mónaco (serán moñas estos españolitos), vemos un chorreo de coches deportivos o berlinas de alta gama que nos dicen que estamos fuera de sitio. Tras mucho repasar los mapas decidimos seguir una vía que en principio nos llevará a ver algo, lo que sea, y cuando nos queremos dar cuenta nos hemos salido de la ciudad y quién sabe si incluso del país. Totalmente sorprendidos decidimos parar para dar la vuelta y buscamos un sitio adecuado ya que el tráfico es bastante denso. Un poco más adelante vemos un sitio junto al arcén en que un avispado comerciante ha instalado una food truck (supongo que tras haber abonado una sustanciosa tasa al Príncipe Alberto) y decidimos parar allí para comer algo y recomponernos después del fracaso.

Estamos más cabreados que una mona cuando nos bajamos de la moto y el primer impulso es salir de allí corriendo, por lo menos el mío, pero con un refresco de cola y unas muy aceptables hamburguesas recapacitamos y decidimos darle una última oportunidad a la ciudad, eso sí, después de haber comido y descansado un rato.





No se cómo pero a la vuelta conseguimos acceder por otra vía a las inmediaciones del puerto y nuestros ojos se iluminan al ver un parking para motos. Aparcamos el Negro y yo en la zona reservada y junto a ella, en una plaza de aparcamiento normal que está libre lo intentan hacer Manolo y Pepe cuando aparece un guardia/modelo/caballero del zodiaco y les dice que ni se les ocurra dejar ahí esos trastos, que eso no es aparcamiento para motos y que ahí solamente pueden aparcar sus coches los residentes, y a ser posible, de Ferrari para arriba. Intentamos convencerle de que nuestra parada va a ser corta pero más rápido aún nos convence él de que nos va a clavar una multa de narices, así que deciden seguir más arriba para buscar otro sitio y nosotros los esperamos abajo.

Nos quedamos esperando y como no bajan ni podemos hablar con ellos, nos damos una vuelta corta por allí, nos hacemos unas fotos rápidas y cogemos las motos para buscarlos más arriba en la vía que lleva al casino o al gran hotel o a cualquiera de esas cosas para hiper ricos que hay arriba en el cerro. Los encontramos encima de las motos intentando localizar un sitio para dejarlas sin éxito y abrumados por la cantidad de Ferraris, Lamborghinis y similares que entran y salen de esa zona. Nos paramos con ellos el tiempo justo de que otro acólito de He Man se dirija hacia nosotros para echarnos de allí y decidimos que ya hemos tenido bastante lujo y glamour por hoy, e incluso por todo el año, y decidimos irnos de esta ciudad sin haber podido siquiera bajarnos de la motos y tomar un café. Mejor. A saber cuánto te hubieran querido clavar por uno y la cara de asco con que nos hubieran atendido.






Con tanta vuelta infructuosa hemos perdido un tiempo precioso para terminar nuestra ruta de hoy. Nuestro destino está en Aix en Provence, una localidad francesa que prometía un destino agradable para pasear y tomar un refresco por la tarde, pero al que no llegaremos con hora siquiera de cenar como no tomemos otra vez la autopista. Otros doscientos kilómetros de carreteras rectas y atestadas de tráfico que nos martirizan las posaderas y de la que acabamos francamente hartos.

Cuando llegamos a la ciudad buscamos el hotel que está bastante lejos del centro en lo que parece un barrio residencial. Nos encontramos con el mejor hotel del viaje, con unas habitaciones muy cómodas y espaciosas en las que nos relajamos y aseamos para bajar de nuevo al bar ya que es tarde y con los horarios franceses como nos despistemos no cenamos.

Conforme vamos bajando nos vamos pidiendo unas cervezas que nos sientan de maravilla y nos hacen cambiar la cara que traemos de decepción. Estamos muy cansados tanto por la paliza de autopista como por el desánimo de no haber visto nada y decidimos que mejor nos quedamos hoy en el hotel, convencidos tal vez por el entrecotte que hemos visto servir a otros clientes.



Una vez que sabemos que ya no vamos a tener que coger las motos de nuevo y que podemos dar rienda suelta a nuestra sed, nos relajamos todos, nos tomamos un par de cervezas más y terminamos pidiendo el entrecotte con una botella de vino. Tras la cena nos tomamos una copa tranquila en la terraza del hotel y hacemos balance del día. Estamos de acuerdo en que ha sido un día perdido. Hemos recorrido unos seiscientos kilómetros de autopistas desagradables y caras para no poder ver nada del destino que buscábamos salvo algún deportivo de lujo y comprobar que si no llevas uno, en Mónaco no eres bienvenido, y eso a cambio de no haber seguido recorriendo los Alpes por carreteras sinuosas con paisajes increíbles.

Da igual. Hemos venido a viajar en moto y a pasarlo bien entre nosotros y un día gris como este no va a empañar el magnífico viaje que nos estamos pegando y los buenos momentos que estamos viviendo. Eso no los lo podrá quitar nadie.


 

Comentarios