El día despierta despejado y con una luz y temperatura que nos motivan desde que abrimos la ventana. Es cierto que al Negro y a mi se nos ha pegado un poco las sábanas, pero eso no afecta al horario de nuestra ruta porque el hotel está cerrado y no podemos salir aunque queramos. Al parecer el dueño se ha levantado y se ha ido a comprar viandas para el desayuno y no ha tenido otra idea que cerrar la puerta con llave. Bueno, todo sea por los pasteles y embutidos que nos ha traído, además hoy se supone que no vamos a hacer tantos kilómetros y no tenemos la urgencia de salir muy temprano.
La ruta prevista para hoy nos va
a llevar de nuevo a Suiza visitando lugares que cualquier aficionado a las
películas de James Bond o La Pantera Rosa de los años sesenta ha escuchado
alguna vez (Saint Moritz, Bernina…) y nos asegura una buena ración de curvas y
paisajes alpinos.
Aunque la mañana haya comenzado
bien, conforme nos vamos acercando a Suiza y sus puertos se empieza a nublar.
Nada grave, pero después de la de ayer, hemos aprendido a desconfiar del tiempo
en esta zona que en un rato te descarga un chaparrón importante. De todas
formas, no es ni mucho menos para ponerse el traje de agua, así que seguimos
disfrutando nuestro camino con tranquilidad y conscientes de que es el último
día en este entorno. Nos paramos en los puertos para hacernos las fotos de
rigor y nos damos un paseo por el lago de Saint Moritz, un sitio fabuloso para
pasear, hacer deporte y disfrutar de la vida con otra perspectiva. Tiene que
costar un ojo de la cara, pero tener aquí un apartamentito para pasar los
veranos no tiene que ser ninguna tontería.
Al rato de pasar Saint Moritz nos paramos a abastecernos de agua y decidimos que lo más sensato es ponerse los trajes de agua. No es que esté lloviendo mucho, tal vez alguna racha de agua que pronto escampa, pero viendo el color del cielo que tenemos en el horizonte pensamos que es lo mejor. Y así protegidos de la posible lluvia seguimos nuestro camino por este paraíso. Tanto nos gusta el rollito de subir y bajar puertos que decidimos apartarnos un poco de la ruta y subir el puerto de Spluga, frontera entre Suiza e Italia, más que nada porque sabemos que la carretera y ruta que llevamos ya nos va a ir sacando de las cumbres y esto huele a despedida. Lo subimos, nos hacemos la foto y lo bajamos por el mismo sitio ante la sorpresa de alguno que no había entendido bien el plan y que hubiera preferido ahorrarse esta subida con lluvia y esperar abajo fumándose un puro y leyendo el periódico. Este malentendido tendrá consecuencias para alguien en un futuro no muy lejano, y es que la venganza es un plato que se sirve frío.
Retomamos la ruta que llevábamos
y tras coronar el San Bernardino empezamos una lenta pero inexorable bajada
hacia el Lago Maggiore, ya en Italia, que marcará el final de nuestra epopeya
alpina. La carretera que seguimos es muy agradable, encajada entre montañas que
nos ofrecen unos paisajes fabulosos, pero con un trazado rectilíneo que nos
permite llevar un ritmo más alegre que en los puertos de montaña. Se nota que
estamos en una vía principal que se dirige a Italia y el tráfico empieza a ser
más denso sin llegar a suponer un problema. De eso se encarga la lluvia, que
cada vez es más persistente pero sin llegar a ser torrencial. La típica lluvia
que gusta a la gente de campo, que empapa el terreno pero no causa daños. Una
vez que te haces a ella y cambias la forma de conducir no supone ningún
problema rodar con lluvia.
La hora de la comida (al menos lo que esta gente entiende por la hora de la comida) nos pilla cerca de la parte suiza del lago y decidimos parar en un restaurante que vemos en una especie de área de servicio, suponiendo que cuando lleguemos todo será más turístico y caro. Menos mal que hemos parado. Poco después de bajarnos de la moto el cielo se abre en un aguacero formidable que coge ritmo y no tiene visos de parar. Sigue así mientras damos cuenta de nuestra comida, pizzas y algún entrante, y persiste cuando ya hemos terminado. Decidimos esperar un rato cobijados en un túnel abovedado que hay en la entrada del restaurante con sus banquitos, confiados en que pare. Al final, aunque no para de llover, sí que amaina lo suficiente como para permitirnos retomar nuestro viaje con un mínimo de seguridad y comodidad y en poco rato cogemos la carretera que bordea el Lago Maggiore.
La carretera hasta Verbania,
donde tenemos el hotel, discurre completamente pegada a la orilla del lago, lo
que nos permite disfrutar de un recorrido muy agradable y sinuoso contemplando
unas vistas del lago con una luz fantástica porque está dejando de llover y se
empiezan a abrir muchos claros. La mezcla entre las nubes y esos rayos de sol
que consiguen colarse entre ellas crea unos efectos en el paisaje increíbles, a
lo que ayuda, como no, el entorno por el que nos movemos porque esto es
precioso. Lo malo que tiene es que el tráfico es más denso y hay que estar más
atento a la conducción, pero de verdad que es una gozada este tramo.
Llegamos al hotel y tras aparcar
las motos nos dan nuestras habitaciones, con vistas al jardín y el claustro que
da nombre al establecimiento. Como es temprano, nos emplazamos una hora más
tarde en la cafetería del hotel para poder ducharnos tranquilamente y descansar
un rato. No hemos hecho muchos kilómetros hoy, ni hemos estado demasiadas horas
encima de la moto, pero cuando te toca conducir con lluvia el cansancio se
multiplica por la tensión añadida y viene bien relajarse un poco.
Cuando estamos todos nos damos un
agradable paseo por el pueblo y la orilla del lago que nos enseña una magnífica
estampa. La tarde está mucho más despejada y no va a llover más, pero la lluvia
ha dejado una temperatura fantástica para pasear y disfrutar de la zona. Qué
lástima no disponer de más tiempo para dedicarle un día entero al lago, poder
visitar las Islas Borromeas e incluso alguno de los monasterios que lo bordean,
pero lamentablemente ninguno somos ricos ni podemos destinar todo el tiempo a
las vacaciones, sobre todo porque también hay que reservar días para la
familia. Es la eterna cuestión. ¿Qué preferimos hacer con los días de los que
disponemos para viajar en moto? ¿Conocemos a fondo una zona cercana o nos vamos
más lejos pero nos dejamos cosas sin ver o hacer? Cada uno tendrá su respuesta,
pero hagamos lo que hagamos, siempre añoraremos la otra opción.
A la caída de la tarde nos sentamos en una agradable plaza con muchísimos locales de restauración. Como no tenemos referencias nos decidimos por la mesa que nos parece más adecuada y nos dejamos aconsejar por el camarero para tomar unas tapas que acompañen a nuestras cervezas y así, lo que iba a ser una cervecita, se convierte en dos o tres, cena y copa con puro.
Lo bueno de viajar con amigos es
que caigas donde caigas estás a gusto. Bastan unas cervezas para que afloren
las risas y las bromas y en ese estado te da igual si tienes que cenar un
bocadillo, lo importante es seguir en ese ambiente y disfrutar del momento.
Afortunadamente sabemos encontrar
el camino de vuelta al hotel sin mucha complicación y nos despedimos hasta el
día siguiente en que afrontaremos algunos cambios sobre el plan y ruta
establecido para visitar otro destino envuelto en su aura de lujo y glamour:
Mónaco.
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