Hemos pasado calor esta noche, así que me imagino cómo estarán los alemanes. Al fin y al cabo nosotros estamos acostumbrados a estas temperaturas, pero esto no es normal por aquí.
Nos hemos levantado algo más
tarde de lo habitual, pero tampoco se nos han pegado las sábanas, así que
bajamos a desayunar y nos pegamos un homenaje de los buenos a costa del bufete.
El motivo de llegar hasta Munich es que Manolo tenía interés en visitar algún campo de concentración de la II Guerra Mundial, así que a la vista del itinerario que tenía preparado consideré que la mejor opción era desviarnos hasta aquí, visitar la ciudad y el campo de Dachau y, por qué no, hacernos la foto en la frontera alemana añadiendo un país más a nuestro pasaporte de moto.
Con esa idea, preguntamos en
recepción y para nuestra sorpresa ninguno de los recepcionistas sabe de qué le
estamos hablando pero nos recomiendan coger un bus en la misma puerta del hotel
hasta el centro y allí ya buscarnos la vida. La verdad es que eran chicas jóvenes,
pero hasta el punto de no saber de lo que le hablamos me parece raro. En la
parada mientras esperamos nadie nos puede orientar y al subir al bus le
preguntamos al conductor y obtenemos el mismo resultado. Nadie parece conocer
la existencia de un campo de concentración cercano a Munich. La verdad es que
la situación me empieza a mosquear porque no es normal esa falta de
conocimiento de la peña de los puntos turísticos de su ciudad. A ver si me he
confundido y no es aquí…
En el autobús coincidimos con una
señora española que al parecer lleva viviendo aquí media vida y entablamos
conversación con ella. Lógicamente le preguntamos y nada. No tiene ni idea de
lo que estamos buscando y no lo ha oído en su vida. Al rato nos pregunta si no
estaremos hablando de “Dajau”, el campo de concentración. ¡Pues claro!,
contestamos, y la muy… se empieza a descojonar de nosotros porque decimos
“Dachau”. Parece ser que esta gente le da mucha más importancia a la
pronunciación perfecta del nombre y les suda los huevos que detrás digas “concentration
camp”. En fin, una vez hemos aprendido fonética alemana ya sí encontramos la
vía a nuestro destino mediante un tren de cercanías y un bus y en poco rato
estamos a la entrada del complejo.
Tienen montado un buen chiringuito aquí, con una zona de recepción y venta de entradas y souvenirs desde la que te diriges a la entrada del campo propiamente dicho. Caminamos de muy buen rollo bromeando y riendo entre nosotros hasta que llegamos a la verja de entrada con la famosa frase “Arbeit Macht Frei”, algo así como “el trabajo os hará libres”, en la que nos hacemos unas fotos y entramos al recinto.
Desde ese momento todo cambió.
Este campo no es tan grande ni está tan bien conservado como el archifamoso
Auschwitz, ya que aquí solamente se mantienen las instalaciones comunes y un
par de barracones que han sido restaurados expresamente para mostrar cómo
vivían los reclusos, pero nada más cruzar sus puertas, el ambiente es mucho más
pesado que fuera. Se respira una atmósfera diferente, mucho más densa, que te
incita a hablar bajo y a no bromear ni tomarte la visita a coña. El ánimo se te
va enfriando cuando conoces que este fue uno de los primeros campos de
concentración de la Alemania Nazi y que fue aquí donde comenzaron a explorar el
camino que les llevaría al exterminio masivo de judíos que depurarían en
plantas de la muerte más grandes y retiradas de su centro de poder. Lees las
leyendas de los carteles, ves las fotografías que los ilustran y miras a tu
alrededor y un escalofrío te recorre la espalda, no porque temas que puedan
aparecer fantasmas del pasado, sino por el horror que te produce confirmar la
maldad a la que puede llegar el ser humano.
Recorremos a nuestro aire, y cada
uno a su ritmo sin formar grupo, las diferentes salas donde recibían a los
presos, donde los desnudaban y los clasificaban imponiéndoles lo que iba a ser
su rutina de vida o muerte durante el tiempo que estuvieran allí. Pasamos a
visitar los barracones y nos asombramos de ver las condiciones de vida que
tenían que soportar, y todo ello ilustrado por fotografías tomadas en la época
en las que compruebas el hacinamiento y penurias que tenían que pasar.
Recorremos el solar que hoy conforma la ubicación de los restantes barracones
de los que solamente queda su perfil en el suelo, y por último nos damos de
bruces con las cámaras de gas y hornos crematorios. Junto a cada espacio puedes
ver fotos del uso que se les daba a estas instalaciones, incluso de un cerro de
cadáveres amontonados desnudos justo en el sitio en que te encuentras ahora
mismo y en ese momento el escalofrío se convierte en un latigazo que te sacude
el alma y te impide articular palabra. Siempre se le echará la culpa de todo
aquello a Hitler, pero en este lugar no puedes entender como un pueblo entero
aguantó esto. Cómo los soldados que tenían que trabajar allí fueron capaces de
integrarse en la rueda y formar parte del engranaje de esa máquina de odio.
Acabamos saliendo todos juntos de
allí pero sin hablarnos. Nadie sabe qué decir. Ninguno puede expresar con
palabras la profunda tristeza con las que salimos de esa visita. Tristeza por
los que allí sufrieron y dejaron su vida, pero también tristeza por el ser
humano. Es duro visitar esto, pero es necesario para conocer de primera mano lo
que el hombre puede llegar a hacer en su locura contra los demás.
Cabizbajos llegamos a la estación de tren y alguno rompe el silencio diciendo que o se toma una jarra de cerveza o se suicida. Los demás lo secundamos y decidimos que en cuanto lleguemos a Munich nos vamos directos a la cervecería más mítica de la ciudad, la Hofbrauhaus para hartarnos de cerveza y codillo, que algo bueno tienen estos alemanes.
La verdad es que la cervecería es
una pasada. Es la más antigua de la ciudad y data de 1589, habiendo sido
testigo de gran parte de la historia de Alemania como la proclamación de las
bases del partido nazi. El espacio que ahora recorremos es una reconstrucción
ya que fue totalmente destruida durante la Guerra, pero han reproducido su
arquitectura y decoración y es una maravilla. Sus salones son inmensos,
abarrotados de mesas corridas en las que sus visitantes disfrutan de los
diferentes tipos de cerveza y comida que ofrecen, y en una de esas nos
acoplamos para descansar, reflexionar sobre la visita y hacer un poco de
turistas pidiendo los productos típicos. La cerveza espectacular en todas sus
variedades (a mí siempre me gusta más la tostada), y la comida muy buena.
Una vez repuestos de la jornada nos vamos a dar un paseo por el centro de la ciudad, visitamos la Marienplatz, centro neurálgico de la ciudad con su espectacular Ayuntamiento neogótico y torre en la que no pudimos ver el carillón. Paseamos por el entorno del centro viendo sus edificios señoriales y la Iglesia de San Pedro y bajamos hasta la Odeonplatz aunque no la pudimos disfrutar del todo porque estaban montando una instalación para algún evento. A este respecto, entiendo que la gente que vive en su ciudad quiera organizar eventos y disfrutar de su patrimonio como mejor le apetezca, pero es una triste guasa que te plantes en alguna ciudad desde el culo del mundo para ver su patrimonio y te lo encuentres tapado porque hay un teatro de guiñol. Ahí lo dejo.
No visitamos la catedral ni el
Palacio Real porque no teníamos tiempo y además nuestro grupo no es del perfil
de devoradores de monumentos, y tampoco bajamos al Jardín Inglés porque estaba
retirado y preferimos sentarnos en una terraza a tomar una copa tranquilamente.
Una copa solamente porque la terraza cerraba y te tenías que levantar. Insisto,
estos horarios nos matan.
Al final paseamos por un
mercadillo que encontramos en el que pudimos comprar las pegatinas para las
maletas y nos metimos en una tienda en la que nos abastecimos de camisetas para
nosotros y nuestros familiares dejándonos una pasta en un momento. Ejemplo del
esquema mental del alemán medio: entramos en una tienda los cuatro a comprar
camisetas y el dependiente nos dijo que no nos podía atender porque iba a cerrar
en cinco minutos. Dejó de hacer una venta importante (nos dejamos entre todos
cerca de doscientos euros) por no alargar diez minutos la jornada, cosa que sí
hizo el de la tienda de al lado y se la llevó.
Ya cargados, decidimos volver al hotel, cenamos algo ligero por las inmediaciones y nos acostamos temprano tras tomarnos un par de cervezas en el hotel. La verdad es que estamos cansados después de todo el día caminando y mañana nos toca otra vez coger la moto.
Apunte cultureta; me encantó un
libro en el que se narra en primera persona la transformación de persona normal
a monstruo de Maria Mandel, de ser una mujer normal a acabar siendo la
guardiana de mayor responsabilidad en Auschwitz – Birkenau. “Memorias
improbables de una bestia”, de Miguel Angel Buenestado, por si alguien tiene
curiosidad sobre lo que hablaba antes de cómo personas normales pudieron
consentir que esas cosas pasasen.
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