ALPES 2019.- LA SUBIDA

 

La mañana, todavía noche, despierta con una temperatura muy agradable que te incita a viajar en moto. Como tengo las maletas ya cargadas, lo único que me queda es ducharme y vestirme de romano para recoger a Manolo en la esquina y tirar para la gasolinera. Se nota el gusanillo en el estómago que te indica que no es una ruta más lo que tenemos por delante, sino un viaje de los de verdad, de esos que siempre has soñado con hacer.

Besos de despedida y recomendaciones de gastar cuidado en la carretera me acompañan mientras termino de montar cachivaches varios y arranco la moto para que vaya desperezándose y preparándose para lo que nos espera.

La verdad es que esperaba que el motor cogiera algo de temperatura, pero no esperaba que lo hiciera tanto ni tan rápido. Cuando me giro veo que de debajo del asiento sale humo que al acercarme a verlo se convierte en llama.

Supongo que debo dar gracias de conservar los ojos en su sitio, porque a punto estuvieron de caerse de lo que llegué a abrirlos a ver el desastre. En microsegundos pasaron un montón de cosas por mi mente, la primera de ellas que se había acabado el viaje antes de empezar, eso sin contar con el coste económico de la avería y la posibilidad de joder el viaje a los demás.

Tras un primer momento de desconcierto apago inmediatamente el contacto y desmonto a toda prisa el sillín para intentar apagar las llamas. No hace falta. Cuando descubro las tripas de la moto el fuego se ha extinguido por si mismo y descubro que han sido los cables de la batería lo que ha salido ardiendo. Se ve que ayer al montar el equipaje y levantar el asiento para pasar las cintas, al cerrarlo pillé uno de los cables con la barra metálica del asiento y ha hecho contacto.

Llamo al resto del grupo para informar de lo que ha pasado y decirles que se marchen ellos ya que yo, instalado en el pesimismo, no creo que pueda acompañarlos. Al final decidimos que van a esperar desayunando y yo voy a hacer balance de daños y ver cómo soluciono la papeleta. La moto no hace contacto y la primera opción es la de llevarla a un taller. Esta opción no es válida porque son las siete de la mañana y es sábado. Si tengo que esperar al lunes para que esté abierto el taller, el viaje se acaba para mi. La segunda opción es coger mi otra moto, la Yamaha FZ6 y hacer la ruta con ella. No sería el primer viaje que haría con ella, pero no tiene seguro ahora mismo y además necesitaría reestructurar el equipaje porque en esa moto no tengo maletas. Además llevo sin cogerla bastante tiempo y seguramente ni arrancará. Tampoco es una opción inmediata.

Al final, viendo que el fuego no ha afectado mucho al cableado, decidimos desmontar y encintar los cables de la batería a ver si con eso podemos salir, y la moto arranca a la primera. Comprobamos que el cableado va bien, no se ve ningún fallo ni sale humo, así que, con un poco de aprensión montamos todo de nuevo, esta vez con más cuidado y evitando el contacto con la barra, y por fin salimos de viaje.

Mi mujer, y supongo que las de todos los que nos vamos por ahí a dar vueltas en moto, siempre se queda preocupada cuando salgo de viaje. Ella ve los riesgos que nosotros no vemos en estar entre ocho y doce horas montados en un vehículo de dos ruedas, inestable, sin carrocería y más pequeño que el resto de usuarios de unas vías que, generalmente, son muy reviradas, no siempre con el mejor firme, y acompañadas de unos paisajes extraordinarios que suelen tener precipicios cercanos al arcén. Si a eso le unes que he estado a punto de parecer el Motorista Fantasma, no se queda muy tranquila con mi partida, y se encarga de hacérmelo saber.

Por fin, y con bastante retraso, nos reunimos en el punto de partida. Las inevitables preguntas y explicaciones de lo sucedido continúan con bromas y puyitas de todo tipo que tengo que asumir con filosofía. Al fin y al cabo no es lo más frecuente empezar un viaje con la moto en llamas. Pasado el momento de cachondeo es hora de arrancar y empezar nuestro viaje, eso sí, con la mosca detrás de la oreja por la duración del apaño que hemos hecho.



A nadie le gusta viajar en moto por la autovía, pero teniendo en cuenta que tenemos que pernoctar en Fondarella (Lérida), a casi 900 Km., y que además salimos con más retraso de la cuenta, no nos queda otro remedio. Además, esta primera etapa nos sirve para ir acoplando el grupo ya que nunca hemos viajado juntos y para ir conociendo cada forma de pilotaje y las necesidades de cada uno a la hora de parar, el ritmo y demás.

El día transcurre monótono. Entre la autovía y las nacionales que cogemos hay pocos paisajes que disfrutar y casi ningún tramo divertido de carretera. No obstante cogemos la opción más directa que algo de autovía nos quita a costa de algunos minutos más de trayecto. Cuando va avanzando el día empieza a notarse el calor de finales de julio y cada vez se hace más necesario acortar las paradas para refrescarnos. Finalmente comimos en Teruel y nos damos cuenta de que no podemos alargar tanto las sobremesas durante el viaje si queremos llegar con hora a nuestro destino. Ajustes necesarios.




Y hablando de ajustes, en un momento de la ruta, Manolo tiene que echar mano de la caja de herramientas para apretar unos tornillos que bailan de su flamante KTM, que es un pepino como él dice, pero que tiene estas cosillas. Se inaugura así una tradición que nos acompañará en los sucesivos viajes que hagamos y que lógicamente dará pie a los necesarios piques entre usuarios de KTM (solamente él), los de BMW (el resto).



Tras un último tramo de autovía que podríamos ya definir de desesperante, llegamos a destino. El hecho de pernoctar aquí es porque el Negro ha conseguido que un amigo le preste una casa en la que podemos dormir y meter las motos y que él ha estado rehabilitando hace unos meses. La casa está genial, con un amplio patio para dejar las motos a recaudo, nos refrescamos un poco y salimos a cenar que ya es la hora. Es aquí donde escucharíamos por primera vez esa frase que no nos dejaría hasta volver a casa:

-          “Pues a mi me ha sobrado una hora de viaje”




Acabamos la jornada en una terraza bajo una gran, grandísima, “estelada” que ampara a toda la población, en un bar al que nos lleva el Negro, donde cenamos y damos cuenta de unas necesarias cervezas. Hora de recapitular los hechos del día, sacar conclusiones y ajustar algunas cosillas del orden de marcha, y sobre todo comprobar que las risas van a ser fluidas en este viaje. El día ha sido duro, estamos cansados y mañana nos espera otra jornada intensa, así que nos recogemos temprano y caemos en la cama derrotados y pensando que mañana empieza lo bueno.


Mañana cruzamos Pirineos.


 

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