La mañana, todavía noche,
despierta con una temperatura muy agradable que te incita a viajar en moto.
Como tengo las maletas ya cargadas, lo único que me queda es ducharme y
vestirme de romano para recoger a Manolo en la esquina y tirar para la
gasolinera. Se nota el gusanillo en el estómago que te indica que no es una
ruta más lo que tenemos por delante, sino un viaje de los de verdad, de esos
que siempre has soñado con hacer.
Besos de despedida y
recomendaciones de gastar cuidado en la carretera me acompañan mientras termino
de montar cachivaches varios y arranco la moto para que vaya desperezándose y
preparándose para lo que nos espera.
La verdad es que esperaba que el
motor cogiera algo de temperatura, pero no esperaba que lo hiciera tanto ni tan
rápido. Cuando me giro veo que de debajo del asiento sale humo que al acercarme
a verlo se convierte en llama.
Supongo que debo dar gracias de
conservar los ojos en su sitio, porque a punto estuvieron de caerse de lo que
llegué a abrirlos a ver el desastre. En microsegundos pasaron un montón de
cosas por mi mente, la primera de ellas que se había acabado el viaje antes de
empezar, eso sin contar con el coste económico de la avería y la posibilidad de
joder el viaje a los demás.
Tras un primer momento de desconcierto
apago inmediatamente el contacto y desmonto a toda prisa el sillín para
intentar apagar las llamas. No hace falta. Cuando descubro las tripas de la
moto el fuego se ha extinguido por si mismo y descubro que han sido los cables
de la batería lo que ha salido ardiendo. Se ve que ayer al montar el equipaje y
levantar el asiento para pasar las cintas, al cerrarlo pillé uno de los cables
con la barra metálica del asiento y ha hecho contacto.
Llamo al resto del grupo para
informar de lo que ha pasado y decirles que se marchen ellos ya que yo,
instalado en el pesimismo, no creo que pueda acompañarlos. Al final decidimos
que van a esperar desayunando y yo voy a hacer balance de daños y ver cómo
soluciono la papeleta. La moto no hace contacto y la primera opción es la de
llevarla a un taller. Esta opción no es válida porque son las siete de la
mañana y es sábado. Si tengo que esperar al lunes para que esté abierto el
taller, el viaje se acaba para mi. La segunda opción es coger mi otra moto, la
Yamaha FZ6 y hacer la ruta con ella. No sería el primer viaje que haría con
ella, pero no tiene seguro ahora mismo y además necesitaría reestructurar el
equipaje porque en esa moto no tengo maletas. Además llevo sin cogerla bastante
tiempo y seguramente ni arrancará. Tampoco es una opción inmediata.
Al final, viendo que el fuego no
ha afectado mucho al cableado, decidimos desmontar y encintar los cables de la
batería a ver si con eso podemos salir, y la moto arranca a la primera.
Comprobamos que el cableado va bien, no se ve ningún fallo ni sale humo, así
que, con un poco de aprensión montamos todo de nuevo, esta vez con más cuidado
y evitando el contacto con la barra, y por fin salimos de viaje.
Mi mujer, y supongo que las de
todos los que nos vamos por ahí a dar vueltas en moto, siempre se queda
preocupada cuando salgo de viaje. Ella ve los riesgos que nosotros no vemos en
estar entre ocho y doce horas montados en un vehículo de dos ruedas, inestable,
sin carrocería y más pequeño que el resto de usuarios de unas vías que,
generalmente, son muy reviradas, no siempre con el mejor firme, y acompañadas de
unos paisajes extraordinarios que suelen tener precipicios cercanos al arcén.
Si a eso le unes que he estado a punto de parecer el Motorista Fantasma, no se
queda muy tranquila con mi partida, y se encarga de hacérmelo saber.
Por fin, y con bastante retraso,
nos reunimos en el punto de partida. Las inevitables preguntas y explicaciones
de lo sucedido continúan con bromas y puyitas de todo tipo que tengo que asumir
con filosofía. Al fin y al cabo no es lo más frecuente empezar un viaje con la
moto en llamas. Pasado el momento de cachondeo es hora de arrancar y empezar
nuestro viaje, eso sí, con la mosca detrás de la oreja por la duración del
apaño que hemos hecho.
A nadie le gusta viajar en moto
por la autovía, pero teniendo en cuenta que tenemos que pernoctar en Fondarella
(Lérida), a casi 900 Km., y que además salimos con más retraso de la cuenta, no
nos queda otro remedio. Además, esta primera etapa nos sirve para ir acoplando
el grupo ya que nunca hemos viajado juntos y para ir conociendo cada forma de
pilotaje y las necesidades de cada uno a la hora de parar, el ritmo y demás.
El día transcurre monótono. Entre
la autovía y las nacionales que cogemos hay pocos paisajes que disfrutar y casi
ningún tramo divertido de carretera. No obstante cogemos la opción más directa
que algo de autovía nos quita a costa de algunos minutos más de trayecto.
Cuando va avanzando el día empieza a notarse el calor de finales de julio y
cada vez se hace más necesario acortar las paradas para refrescarnos.
Finalmente comimos en Teruel y nos damos cuenta de que no podemos alargar tanto
las sobremesas durante el viaje si queremos llegar con hora a nuestro destino.
Ajustes necesarios.
Y hablando de ajustes, en un
momento de la ruta, Manolo tiene que echar mano de la caja de herramientas para
apretar unos tornillos que bailan de su flamante KTM, que es un pepino como él
dice, pero que tiene estas cosillas. Se inaugura así una tradición que nos
acompañará en los sucesivos viajes que hagamos y que lógicamente dará pie a los
necesarios piques entre usuarios de KTM (solamente él), los de BMW (el resto).
Tras un último tramo de autovía
que podríamos ya definir de desesperante, llegamos a destino. El hecho de
pernoctar aquí es porque el Negro ha conseguido que un amigo le preste una casa
en la que podemos dormir y meter las motos y que él ha estado rehabilitando
hace unos meses. La casa está genial, con un amplio patio para dejar las motos
a recaudo, nos refrescamos un poco y salimos a cenar que ya es la hora. Es aquí
donde escucharíamos por primera vez esa frase que no nos dejaría hasta volver a
casa:
-
“Pues a mi me ha sobrado una hora de viaje”
Acabamos la jornada en una
terraza bajo una gran, grandísima, “estelada” que ampara a toda la población, en
un bar al que nos lleva el Negro, donde cenamos y damos cuenta de unas
necesarias cervezas. Hora de recapitular los hechos del día, sacar conclusiones
y ajustar algunas cosillas del orden de marcha, y sobre todo comprobar que las
risas van a ser fluidas en este viaje. El día ha sido duro, estamos cansados y
mañana nos espera otra jornada intensa, así que nos recogemos temprano y caemos
en la cama derrotados y pensando que mañana empieza lo bueno.
Mañana cruzamos Pirineos.
.jpg)





Comentarios
Publicar un comentario