Amanece un día cálido en Munich y nos reunimos todos frente a otro copioso desayuno al estilo alemán. Se nos nota el nerviosismo en la mirada y las ganas de volver a montarnos en moto. Todos coincidimos en que aunque solamente hayamos estado un día sin cogerlas, tenemos unas ganas terribles de volver a la carretera y devorar kilómetros. Ha estado bien esta parada a mitad de viaje para reponer fuerzas y conocer la ciudad, pero aquí hemos venido a montar en moto y ya lo echamos de menos.
Hecha la foto, programamos el
navegador para que nos saque de la ciudad pero algo hacemos mal porque nos da
una ruta completa por todo el centro y tras una hora de tráfico urbano acabamos
de nuevo ante la puerta de nuestro hotel. Ahora sí conseguimos salir de la
ciudad y elegimos ruta por carreteras secundarias dirección a Austria. La
verdad que este primer tramo no tiene ningún aliciente, todo el rato pasando
por rotondas y poblaciones con mucho tráfico, hasta que poco a poco nos vamos
acercando al país vecino y empezamos a subir de nuevo.
Cuanto más nos acercamos a los
Alpes más se nubla el día, pero más disfrutamos de nuevo los paisajes y la
carretera. Para mí es un gran descubrimiento Austria, o al menos la zona del
Tirol que es la que estamos atravesando. Es una zona espectacular, todo verde y
montañoso en la que no destacan grandes puertos como los que hemos pasado días
antes, pero que discurre muy alta entre valles y montes. Además, y para mi
sorpresa descubro que es un país barato. La gasolina es más barata que en
España, igual que la bebida y la comida en cafeterías o áreas de servicio. La
pega es que las botellas de agua terminan costando el doble porque por mucho
que lo intentemos evitar, siempre cogemos agua con gas y tenemos que volver a
comprar agua normal. Y además nos damos cuenta al beber, con lo que pagas doble
sí o sí.
Tenemos un par de paradas en ruta
para abastecernos y buscar pegatinas para la moto (qué difícil, por cierto,
hacerle entender a esta gente lo que queremos, y mira que hablan inglés) y al
final nos acabamos despistando porque yo tiro para una gasolinera y el resto
sigue. Pero bueno, una aventurilla de este tipo viene bien en este tipo de
viajes.
El día cada vez está más nublado
y al final, justo cuando estamos pasando junto a un lago encajado entre
montañas empieza a llover. Al principio confiamos en que sea solamente unas gotillas,
pero con paciencia se va convirtiendo el chaparrón que da paso a un aguacero en
condiciones, así que no nos queda otra que ponernos los trajes de agua.
Llegamos a la frontera con Italia y hacemos coincidir la hora con el hambre y
aprovechamos una pizzería estratégicamente situada en tierra de nadie y nos
paramos a comer. Solamente nos ofrecen pizza porque la cocina ya ha cerrado, y
como no queremos cargarnos mucho para seguir camino pedimos dos familiares para
compartir.
Manolo va al baño y a la vuelta
nos dice que nos hemos equivocado, que ha visto pizzas en otra mesa y son
pequeñas y tal vez nos quedemos con hambre. Decidimos no pedir más y así ir más
ligeros. Y menos mal, porque cuando llegan la dos pizzas nos enfrentamos a dos
ruedas de molino con relleno por encima que además estaban espectaculares. Las
mejores pizzas que hemos comido en el viaje y nos las han puesto en Austria.
Aun a riesgo de colapso, terminamos las dos pizzas y pedimos cafés y cuenta
para seguir camino. Definitivamente me encanta Austria. Hemos pagado un precio
ridículo por estas dos maravillas culinarias (unos 50 € incluyendo bebidas y
cafés) y nos ponemos de nuevo el traje de agua para entrar en Italia.
La tarde está totalmente cubierta y aunque ahora mismo no llueve, es evidente que en breve volverá a jarrear, pero eso no nos hace desistir de nuestro destino y entre curvas y montañas nos vamos acercando a nuestra gran meta de hoy. El Stelvio.
Justo cuando nos estamos
acercando al inicio del puerto empieza a llover de nuevo. No es una lluvia muy
intensa pero no es la situación más agradable para subir este puerto. En
cualquier caso nos ponemos de acuerdo en que cada cual vaya a su ritmo y nos
vemos arriba. No se trata de que nadie tenga que forzar la máquina y pasar un
mal rato, sobre todo pensando en los compañeros que tienen menos experiencia en
moto.
El Stelvio ha trascendido de ser
un puerto de montaña a ser un mito, sobre todo entre ciclistas y motoristas. Es
el segundo puerto más alto de los Alpes (ya estuvimos en el primero), pero su
fama le convierte en el más reconocido, hasta el punto que da nombre hasta a
modelos e coche. Sus 48 tornanti (curvas de herradura) de subida nos desplazan
por un paisaje alpino espectacular en una continua subida que pone a prueba la
pericia del más pintado. Parece que no es para tanto, pero negociar estas
curvas de 180 grados con una inclinación brutal es complicado, sobre todo con
el suelo mojado y la persistente lluvia, máxime si te cruzas en esa curva con
algún vehículo o incluso alguna caravana o autobús como nos ocurrió.
Llegar arriba es un subidón de
adrenalina, la sensación de haber cumplido una misión complicada a la par que
un puntito de nostalgia al saber que ya lo has concluido y tienes que seguir
viaje. Pensamos bajarlo y volverlo a subir, pero el día no acompaña y además a
alguno del grupo le ha costado trabajo llegar y no está para repetir. Nos
hacemos mil fotos en diferentes ubicaciones de la cima y al final no nos queda
más remedio que seguir la ruta ya que allí arriba no hay más que un tenderete
de recuerdos y con este día no hay mucho más que hacer. Una pena que el día
esté nublado y nos impida disfrutar de los paisajes que a buen seguro tiene que
ofrecer esta localización, pero bueno, así tendremos la excusa para volver en
el futuro.
La ruta de bajada, aunque sea muy bonita, no es ni mucho menos como la de subida. El trazado es más rectilíneo y rápido lo que ofrece otro tipo de conducción que también nos gusta, pero lo que buscas en este puerto es la subida por la vertiente este. Además sigue lloviendo y tampoco se trata de correr demasiado y perder tracción en alguna de estas curvas porque la caída puede ser jodida.
Después de un recorrido muy
entretenido llegamos a la localidad de Bormio con un tiempo un tanto
indefinido. Está lloviendo poco y según por dónde y con qué intención mires,
parece que quiere abrir. No tendría mucho sentido esta reflexión si no fuera
porque ante nosotros se abre una alternativa, continuar con el plan bajando por
Santa Caterina y subir el Mortirolo, puerto mítico del Giro de Italia, o tomar
el camino recto hacia Sernio que es donde tenemos reservado hotel para pasar la
noche.
Tras mucho dialogar (nunca
discutir) sobre la mejor opción decidimos dividirnos en dos grupos. Por un lado
Manolo y Pepe alegan que ya han tenido puertos y lluvia suficiente por hoy y se
van directos al hotel por la carretera principal y cruzando infinidad de
túneles. Por el otro, el Negro y yo decidimos que tampoco llueve tanto, que
parece que va a abrir y que no sabemos si vamos a volver por este lado del
mundo y que en consecuencia, queremos ir a por el puerto que estaba previsto.
Dicho y hecho, dividimos nuestros
caminos con la mejor de las sonrisas y nos emplazamos para un rato después en
el hotel.
Al principio parece que el tiempo
nos respeta, pero no es más que un espejismo. No hemos recorrido más de diez o
doce kilómetros cuando el cielo decide cambiar su color por un negro cerrado y
descargar sobre nosotros uno de los mayores aguaceros que yo haya soportado
encima de una moto. Con tanta agua casi ni se ve la carretera, así que nos
paramos en el arcén. Revisamos el GPS y nos dice que en un par de kilómetros
hay un pueblo, así que decidimos ir hacia allí y cobijarnos en algún sitio.
Logramos llegar a un pueblo
desierto y paramos en un soportal junto a un supermercado abierto en el que
compramos unos refrescos para esperar que pase el chaparrón, cuando entablamos
conversación con una señora que al conocer nuestra intención de subir el
Mortirolo reprime su intención de llamar a los Carabinieri para que nos
detengan y nos dice que eso es imposible. Dice que con esta lluvia el acceso es
muy peligroso y que lo más probable es que el puerto esté cerrado por la
lluvia, así que nos recomienda volver grupas y regresar con el rabo entre las piernas.
Con esas noticias y pensando
fríamente decidimos que lo mejor es seguir su consejo y ya más relajados nos
tomamos nuestro refresco y en una ventana de agua empezamos el camino inverso
al que hemos traído un poco decepcionados pero seguros de nuestra decisión.
Enfilamos para el hotel y cada vez llueve menos hasta que ya casi llegando al
hotel para de llover y no volverá a hacerlo en toda la noche. No habremos
subido el Mortirolo, pero por lo menos teníamos razón y el tiempo mejora.
Nos reencontramos con el resto del grupo que nos reciben con las inevitables risas, bromas y asignaciones de motes para el resto del viaje. Ellos ya están duchados y tomando una cerveza en la terraza del hotel y a nosotros el dueño del mismo nos lleva hasta una especie de garaje privado lleno de trastos donde caben las cuatro motos y tendemos toda la ropa empapada. Nos indica nuestra habitación y comprobamos que somos los únicos huéspedes del hotel para esa noche, lo que nos hace temer que no haya suficiente reserva de cervezas para todos.
Ya secos y vestidos de corto nos
reunimos todos alrededor de varias cervezas que nos acompañan en las batallitas
del día y ante la ausencia de restaurante en el hotel decidimos acudir de nuevo
a nuestras reservas de jamón y nos damos otro homenaje español lejos de nuestra
patria. El dueño del hotel lo llama prosciutto cuando viene a traernos otra
ronda de cervezas y la indignación que sufrimos nos hace darle un poco de jamón
para que lo pruebe y reniegue de lo que ha dicho. Los ojos que pone al probarlo
lo dicen todo y sabemos que ha captado la diferencia entre ambos productos.
Y así, como casi todas las
noches, terminamos la jornada entre risas y camaradería hasta que nos retiramos
a descansar. Hoy nos lo hemos merecido.
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