En este viaje nos hemos propuesto madrugar para empezar la jornada temprano y aprovechar las horas de sol y a ser posible llegar con hora a destino para visitar la zona, tomar una cerveza y cenar tranquilos, que estos europeos no son como nosotros y los horarios nos tienen trastocados.
Dicho y hecho, a primera hora nos
vemos todos equipados en las motos con la sonrisa puesta en la cara esperando
lo que el día nos pueda ofrecer. Cargamos maletas, pasamos a desayunar al hotel
y en un pis pas estamos en las motos dirección al puerto del Gran San Bernardo.
Hoy no tenemos tramo de transición ni nada que se le parezca. Al poco de salir del hotel tomamos la carretera de montaña que nos sube hacia el puerto. La carretera es una pasada, de estas con las que todos los aficionados a viajar en moto soñamos dormidos o despiertos. El trazado es una maravilla, con curvas amplias y rápidas, la vía ancha con los dos carriles bien definidos y una subida continuada que te invita a explorar tus límites como piloto. Menos mal que el paisaje es tan impresionante que no te deja exprimir el gas porque lo quieres absorber todo. Aun así el grupo se estira en una carretera solitaria permitiendo que cada cual vaya a su ritmo y disfrute a su manera.
Al coronar el puerto nos bajamos
y hacemos fotos disfrutando largamente del emplazamiento aunque haga menos de
una hora que hemos arrancado. En la cima hay un lago y algunas tiendas de
recuerdos, y además hace frontera entre Italia y Suiza, por lo que son varios
los escenarios posibles para unos motoristas españoles emocionados.
Por fin y sin muchas ganas, empezamos a bajar el puerto por una carretera mucho más recta que la de subida hasta que empezamos a integrarnos en el tráfico de una carretera normal y las inmediaciones de núcleo urbano. Esto que de normal sería un fastidio, en ese momento nos parece hasta divertido por el único motivo de que estamos cruzando Suiza montados en nuestras motos. Pero esta diversión se va disipando poco a poco gracias a los continuos errores del GPS que no para de darnos vueltas y al sofocante calor que está haciendo. Ninguno esperábamos este calor en Suiza, pero después supimos que todo el centro de Europa estaba siendo azotado por una de las peores olas de calor de los últimos años.
Sobre el mapa solamente se ve una
carretera que va desde la frontera hasta Sion y continúa hasta los puertos del
9, lo que nos auguraba una transición rápida, pero la realidad es un tráfico
infernal con continuos intentos de que cojamos la autopista a la que ni
queremos ni podemos acceder por no haber comprado la viñeta. Cuando al final
conseguimos salir del laberinto y enfilar la carretera que nos llevaría hasta
nuestro destino de hoy, decidimos parar en un bar junto a la carretera para
tomar un refresco y disfrutar de unas vistas que vuelven a parecer alpinas.
Cuando tengo calor y sed, lo
único que me vale es agua fría, así que me pido un agua. En total pedimos dos
aguas, una cola y una cerveza. Al poco me sorprende que el camarero aparezca
con una bandeja con dos vasos grandes de agua, nada de botellas, un vaso con
refresco de cola, la marca no la podemos saber, y otro vaso con cerveza. Bueno,
pienso, aunque sea de grifo, el agua de aquí no debe ser mala. El susto viene
cuando nos traen la cuenta. 3,40 por cada agua, 4,40 la cola y 4,60 la cerveza.
Nos estábamos planteando comer en este sitio porque ya iba siendo la hora, pero
viendo el resultado del refresco decidimos seguir ruta, buscar un supermercado
y volver a comernos un buen bocata de jamón.
Dicho y hecho, a los pocos
kilómetros nos avituallamos y comemos en una tranquila placita de un pueblo
alpino para asombro de algunos habitantes locales. Como estamos ya subiendo el
calor va bajando, y aunque es mucho para esta zona, no es como el de aquí. Nos
buscamos una buena sombra y nos pegamos un homenaje estupendo para coger
fuerzas para lo que nos viene en unos cuantos kilómetros según el GPS.
Nos dirigimos a la “ruta del nueve”, conocida así por la forma de ese número que la carretera forma sobre el mapa. Aquí se encuentran en muy pocos kilómetros la mayor parte de los puertos famosos de los Alpes suizos en lo que a los aficionados a la moto respecta, Nufenenpass, Grimselpass, San Gotardo… Nombres míticos que nos hacen salivar dentro del casco imaginando lo que será recorrerlos en un rato.
La carretera que nos saca de la
vía principal en dirección al Nufenenpass es una carretera de montaña en toda
regla. Calzada más estrecha, revirada con una subida constante y rodeada de
unos paisajes que, al que lo tenga, le quitarían el hipo. Aquí todo es verde y
el agua brota a su capricho de todos sitios, formando cursos y saltos de agua o
acompañando la vía por la cuneta. Empiezan a verse más nubes que hace un rato
pero no amenazan lluvia y la temperatura lenta pero constantemente va bajando
de las cotas que hay en los valles. Ahora se puede conducir la moto a gusto y
disfrutar de la ruta.
Nos resulta inevitable pararnos
cada poco rato para contemplar el paisaje y hacer fotos hasta que llegamos al
puerto en si, también acompañado de su pequeña laguna y una vistas sobre los
picos vecinos impresionantes. También hay alguna tienda de recuerdos en la que
entro por curiosear y sin haberlo planeado ni comentado con el grupo, me compro
una pegatina con la bandera de Suiza para la moto, para recordar siempre que la
vea la maravilla natural que es esto. Lógicamente, cuando salgo con mi pegatina
y me presto a ponerla en la maleta mis compañeros me insultan por no haber
comprado cuatro, y entran en tropel en la tienda para conseguir las suyas. Aquí
comenzó la tradición que nos hará perder no pocos ratos buscando banderas de
cada país que atravesemos en este y en posteriores viajes.
Desde este momento la ruta va a ser siempre igual. Carreteras espectaculares con vistas impresionantes. Pocos serán los tramos en los que podamos mantener la moto recta y muchos los rincones en los que nos pararemos a hacer fotos. Sobre el papel no son muchos kilómetros, poco más de cien, los que hay que recorrer hasta el hotel, pero tardaremos muchísimo en hacerlo por el ritmo lento que nos imponemos. Las continuas obras en la carretera con semáforos automáticos tampoco ayudan, pero entendemos que aquí no podrán hacer obras en un par de meses y tienen que aprovechar.
Nuestro siguiente destino es el
San Gotardo, un magnífico puerto al que se puede subir por dos vías, el antiguo
trazado de la carretera conocido como la Vía Tremola que conserva todas las
curvas y el piso de adoquín y sube por la única vía que la montaña permitía, y
la nueva carretera mucho más rápida y que usan los coches y resto de vehículos.
Nuestra elección está clara y enfilamos la Via Trémola, pero justo al principio
nos la encontramos cortada por ambulancias porque parece que ha habido un
accidente. Un ciclista y una moto han chocado y la cosa no tiene buena pinta,
así que tenemos que dejar este plan para una próxima visita y coger la
carretera nueva.
A esta vía solamente le faltan
los peraltes bicolores en las cunetas para ser un circuito. Calzada muy ancha
con un firme impecable unas curvas muy amplias y rápidas que en alguna ocasión
cuelgan literalmente sobre el valle ofreciendo unas vistas dignas de la mejor
película de James Bond. Lo malo es el tráfico, mucho más denso de lo que seguro
era la otra opción y los nulos espacios para poder parar cuatro motos grandes y
hacer fotos. Hasta la cima no podemos parar junto al inevitable lago y allí
alguno propone volver a bajar para ver si ya está despejada la Trémola. Lo malo
no es que alguien lo proponga, sino que los demás miramos el reloj para ver
cómo vamos de tiempo. Imposible, ya vamos tarde y todavía nos quedan muchos
puertos y paisajes que descubrir.
Poco después del Gotardo tomamos
el desvío a la izquierda para, dando una vuelta completa, recorrer una
carretera muy sinuosa que enlaza numerosos puertos de montaña y nos enseña un
muestrario de postales alpinas en cada curva regadas con torrentes de agua que
proceden del deshielo y placas de nieve junto a la carretera que nos hacen
imaginar lo que tiene que ser esto en invierno. Tiene que ser duro vivir aquí,
pero visitarlo en verano es una gozada.
Así, vamos recorriendo escenarios que a fuerza de verlos en blogs, videos de youtube y documentales ya nos van sonando. Cruzamos el Furkapass y a la bajada nos hacemos la inevitable foto ante el hotel Belvedere y visitamos el Glaciar del Ródano (espectacular), el Grimselpass con su famoso motorista vigilando el Totensee y ese color del agua tan especial, y seguimos hasta el Sustenpass, último puerto antes de nuestro destino de hoy, Wassen.
Llegamos al pueblo y repostamos
todos para salir mañana directos. Es tarde, no como otros días, pero al estar
el pueblo encajonado entre montañas, la luz del sol ya no nos llega como en las
cimas. Encontramos el hotel sin mucha dificultad en un pueblo en el que no
vemos a casi nadie por la calle. Típica construcción alpina, el hotel se nos
presenta como un refugio acogedor en el que vamos a descansar magníficamente
tapados con un nórdico y en el que se agradece la ducha con agua caliente.
Cenamos en la terraza del hotel las delicias locales, rosti y fondue, y nos
retiramos a nuestro merecido descanso habiendo dado cuenta de unas cervezas
mientras comentábamos la fantástica jornada.




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