ALPES 2019.- ALPES FRANCESES

 No ha sido la noche más plácida. A media noche me han despertado una voces en el pasillo del hotel, unos que vuelven de fiesta he sospechado, además me ha molestado bastante la pierna que al despertarme está incluso un poco más hinchada que el día anterior. No obstante, me levanto y empiezo la intendencia de ducha, vestirme de romano y cargar las maletas y parece que algo menos que ayer duele y me manejo mejor. Seguiré como ayer durante toda la ruta intentando estirar el músculo a ver si arreglo algo.

Cuando nos reunimos todos en las motos me entero que las voces que oí por la noche eran de mis compañeros de viaje. Mientras estaban durmiendo se les ha metido un moro en la habitación con intenciones desconocidas y por suerte se han despertado a tiempo para enseñarle la suela de las botas y echarlo con cajas destempladas. El pobre parece que se había perdido buscando a unos amigos… Desde luego en este viaje aprendemos que muchas veces merece la pena pagar algo más por un hotel de calidad que no estos inventos europeos.

Como el hotel en que estamos es lo menos que se despacha en hostelería y además estamos en un polígono industrial, decidimos empezar la ruta y parar a desayunar por el camino. Buena decisión porque al poco rato nos paramos en una boulangerie en la que damos cuenta de unos sabrosos bocadillos ya que en estos lares lo de la tostada con jamón no se estila.



La primera etapa de la ruta hasta Gap nos deja una mezcla de sensaciones, ya que por un lado empezamos a ver paisajes cada vez más bonitos, pero como hemos marcado la ruta más rápida, el trazado es muy rectilíneo y además hay mucho tráfico. Llega un momento en que nos paramos en un área de servicio a repostar y refrescarnos y nos lamentamos de la ruta que llevamos, temiendo que todo sea así. Nada más lejos de la realidad. En unos pocos kilómetros la ruta nos saca de la vía rápida y empezamos a subir por una carretera revirada que nos hace sacar una gran sonrisa dentro del casco. Para esto es para lo que hemos venido hasta aquí. El colofón es cuando coronamos un pequeño alto y nos topamos de frente con una imagen espectacular.

La carretera que venimos subiendo estaba encajonada entre lomas, pero al llegar arriba se abre ante nosotros una especie de mirador natural hacia el Lago de Serre Ponçon. De repente hemos entrado en paisaje alpino y no nos habíamos dado cuenta. Sin tener que avisar todos nos paramos boquiabiertos para bajarnos de las motos y disfrutar de este paisaje pese a que hace menos de quince minutos que nos paramos. El sitio y las fotos bien merecen esta parada.



Desde aquí el resto del día va a discurrir por carreteras secundarias que enlazan puerto tras puerto. Las subidas son espectaculares tanto por la carretera como por el paisaje que la rodea. Nuestra ruta nos llevará por los puertos más famosos de esta parte de los Alpes descubriéndonos rincones increíbles. La frondosidad de los valles contrasta con la escasa y rala vegetación que es capaz de crecer cuando superas los dos mil metros de altura. Curvas y más curvas ponen a prueba nuestra destreza al manillar  y la capacidad de mantener la vista en dos puntos a la vez, el paisaje y la curva.

Se ve que el Tour ha pasado por aquí hace un par de días, porque todavía se ven en la carretera las pintadas animando a los participantes y además no son pocas las caravanas que siguen aparcadas en los arcenes estratégicamente situadas para dar ánimos a los corredores. No tiene que ser mal sitio para pasar un par de días en naturaleza, ahora sí, bien abrigados, que aquí por la noche tiene que pegar fuerte.




Como descubriremos más adelante en nuestro viaje, esta parte de los Alpes, la francesa, está mucho menos transitada que su homónima más famosa de Suiza e Italia. Hay poco tráfico en general y nos cruzamos con pocas motos en nuestro recorrido, ahora sí, las que vemos van en el mismo plan que nosotros, disfrutar de la moto y el paisaje, sin que por ahora nos hayamos topado con quemados de las dos ruedas. El hecho de ser menos turístico no quiere decir que merezca menos la pena, ya que como digo esto es una preciosidad, además el día acompaña con un cielo despejado y una temperatura ideal para viajar en moto.

El primero de los “grandes” que acometemos es el Col d’Izoard, a 2.360 metros. La carretera que nos lleva a él nos sorprende mucho ya que el paisaje cambia completamente del que nos ha acompañado desde que entramos en esta zona de los Alpes, viendo a nuestro alrededor unas paredes de arenisca y piedra suelta que más recuerdan a un paisaje desértico que lo que esperamos ver en esta zona. En cualquier caso, es tan diferente que nos paramos a hacernos unas fotos y tocar de cerca esta arena. Siempre imaginas estos puertos de roca maciza y no de arena o grava suelta. Es curioso. Con este paisaje llegamos a la cumbre y nos hacemos la foto de rigor para el álbum y, como no, mandar a los que se han quedado atrás para tranquilizarles o darles envidia, dependiendo del destinatario del mensaje.





Tras un rato de descanso y disfrute del paisaje seguimos nuestra ruta muy cerca de la hora de comer. Como he dicho, esta zona no es muy turística y no abundan los establecimientos de restauración donde pararnos a comer. Menos mal que Pepe se trajo unos loncheados de jamón ibérico y decidimos pararnos en ruta y hacer un picnic.

Realmente no creo que hubiéramos comido mejor en ningún restaurante de la zona. Comer con este paisaje de fondo a la sombra de los árboles un bocadillo de jamón es un placer que todo el mundo debería disfrutar alguna vez en la vida. La parada nos da para comer, descansar (alguno se da una cabezada), reírnos y hasta fumar un puro en este entorno. Con algo de pena abandonamos nuestro refugio temporal y seguimos ruta. Nos espera más, mucho más.



Enlazando curvas y más curvas con paisajes que no cansan por muy parecidos que parezcan y que nos obligan a pararnos una y otra vez para disfrutar y hacer fotos, llegamos al siguiente puerto, el Col du Galibier, que ya asciende a 2.642 metros. Es un puerto raro, situado en una curva en medio de la carretera y sin toda la parafernalia que en otros sitios se reserva a estas atracciones. El cartel que lo identifica está situado sobre otros indicativos de tráfico, como si no tuviera más importancia, y si no sabes que está ahí, fácil sería pasarlo de largo. En cualquier caso el paisaje es magnífico y nos permite ver lo que ya hemos ascendido antes.



Seguimos nuestra ruta buscando el puerto más alto de la jornada, el Col de L’Iseran a 2.770 metros. La mezcla entre la hora, bastante avanzada la tarde, y la altura a la que nos encontramos, hace que empecemos a notar una significativa bajada de temperatura. Empezamos además a ver muy cerca las nieves perpetuas que coronan las cumbres pero también otras bolsas pegadas al arcén que nos indican que aquí hace rasca.

La subida es espectacular, igual que el paisaje que nos encontramos arriba, con un gran espacio para aparcar el vehículo y pasear por la zona, incluso visitar la capilla de Notre Dame situada en sus inmediaciones. Estamos en el puerto más alto de todos los Alpes, superando por escasos metros al mítico Stelvio, y la mezcla de la belleza que nos rodea, el silencio sobrecogedor entre los picos y la sensación de triunfo por haber alcanzado nuestra meta te hace recorrer un escalofrío por la espalda. Bueno, tal vez sea el frío que hace aquí, pero es más poético imputarlo a los sentimientos.

Nada más bajar de la moto todos nos dirigimos a las maletas para buscar abrigo y después sí que nos hacemos las fotos de rigor y damos un corto paseo ya que el sol se está escondiendo y prevemos que el frío puede subir mucho y además nos queda todavía bastante para nuestro destino en Aosta.






Empezamos la bajada y nos encontramos con la primera pared de nieve en el arcén y no me puedo resistir a hacerme la foto. La última parada es en la frontera de Italia donde inevitablemente nos tenemos que hacer la foto con las motos para demostrar a todo el mundo que hemos llegado aquí montados en ellas. Qué cosas tenemos los motoristas…




Está ya atardeciendo y decidimos no parar más para adelantar la llegada al hotel. Así, cuando bajamos de las carreteras de montaña que siguen siendo espectaculares, enfilamos la vía más rápida que nos lleva hasta Aosta por una autopista que cruza innumerables túneles hasta nuestro destino.

Aosta es una ciudad muy extensa con muchas salidas desde la autopista, lo que hace que te pongas nervioso al ver que el navegador todavía no te saca porque la verdad, a estas horas, ya completamente de noche, estamos hasta los huevos de moto. Al final localizamos el hotel, un establecimiento muy básico y humilde pero suficiente para el tiempo que vamos a estar en él. El problema vendrá cuando queramos cargar todos los aparatos que llevamos en el único enchufe que tiene la habitación, en el baño y que sólo funciona cuando está encendida la luz.

Repasamos la magnífica jornada delante de una cervezas y acompañados por unas pizzas que nos cobran a precio de solomillo y Pepe nos vuelve a reconocer que hoy le ha sobrado una hora de viaje. Afortunado él. A mi me ha sobrado todo el trayecto nocturno que ha sido más de una hora.

Al final nos vamos a la cama y nos emplazamos para el día siguiente temprano en las motos. Me acuesto cansado pero con una gran sonrisa en la cara recordando los paisajes que hemos disfrutado hoy. No espero que el día de mañana sea mejor. Con que me lo iguale me conformo.

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