Otra vez es julio, y otra vez
tenemos por delante el viaje anual en moto que ya se ha convertido en una grata
tradición. Lo que comenzó como una ruta por los Alpes hecha de recortes se ha
consolidado en un grupo de amigos que cogemos como excusa el viaje en moto para
poder salir de nuestra rutina, darnos algún que otro homenaje culinario y sobre
todo, reírnos un montón.
Este año se ha caído del cartel
uno de los miembros del grupo por problemas mecánicos y a buen seguro que lo echaremos
de menos, pero no ha habido opción alternativa y los cuatro que quedamos nos
emplazamos tempranito, a las 7.30, en la gasolinera para repostar y comenzar la
aventura.
La verdad es que, pese a la hora,
hace mucho calor. Si el cambio climático se consolida y las olas de calor van a
ser cada vez más frecuentes e intensas, tendremos que replantearnos la
costumbre de viajar en julio, porque montarte en la moto con toda la
impedimenta a más de cuarenta grados es un suplicio, y eso aunque este año
nuestro destino sean los Pirineos, pero hasta que lleguemos hay un tirón.
Llegamos casi todos puntuales y
el que llega tarde es el de siempre, por lo que podemos interpretar que llega a
su hora. Tostada y refresco esperando (no está el día para café calentito),
organizamos el orden de marcha para que los tornillos que alguno suelta no nos
afecten a los demás y una vez que nos hacemos la foto que marca el inicio del
viaje, enfilamos ruta escondiendo bajo la visera la sonrisa dibujada en la cara
de cada uno.
A la primera oportunidad nos
salimos de la tediosa autovía a la altura de Montoro y damos las primeras
curvas en dirección a Sierra Madrona. Si unimos la euforia del comienzo de
viaje a que a esta hora en domingo no hay mucho tráfico, la ruta es una gozada.
Algo tiene esta luz de primera hora de la mañana que te incita a pasear en
moto.
Una vez que hemos pasado la
Sierra con sus paisajes y curvas, el resto del día transcurre en gran parte por
carreteras rectas y llanuras infinitas quemadas por el sol. Al atravesar alguna
localidad nos cruzamos con paisanos que nos miran con incredulidad sin llegar a
entender qué nos hace con esta temperatura montarnos en estos cachivaches y
forrarnos de ropa y protecciones. Hay veces que yo tampoco lo entiendo.
Las paradas a repostar se
convierten en una carrera hacia el agua fresca para refrescar la garganta y
empapar los chalecos refrigerantes que todos llevamos, y ni con esas
conseguimos una temperatura agradable encima de la moto. De todas formas, no
podemos quejarnos. Esto lo hacemos porque queremos, nadie nos obliga. Diferente
es el jornalero que tiene que cuidar el campo o el operario que tiene que
trabajar bajo este sol de justicia.
Aprovechando los eternos molinos de viento me imagino al entrañable hidalgo recorriendo estos campos bajo este sol de justicia y entiendo muchas cosas del temperamento castellano.
Entramos en la provincia de
Cuenca por la N420 que no soltaremos hasta la capital donde nos adentramos en
la Sierra de Cuenca. Aquí ya cambia la carretera, más sinuosa y divertida,
aunque la temperatura sigue igual. El calor no da tregua. De siempre me ha
gustado mucho esta Sierra y por mucho que la recorra no me canso de sus
paisajes y el trazado de la ruta. Así, y tras alguna fotillo por el camino
llegamos al nacimiento del Cuervo donde paramos para hacer un picnic y reponer
fuerzas. Qué pena de sequía que desluce esta maravilla de la naturaleza.
Tras la comida y un reparador descanso a la sombra volvemos sobre nuestros pasos para repostar en Tragacete pero para nuestra desgracia la gasolinera cierra a medio día y hasta las cinco de la tarde, falta más de hora y media, no abre. Hacemos cuentas, miramos los navegadores buscando alternativas y calculamos que con lo que me queda de depósito no llegamos a Albarracín, nuestro destino, así que tras mucho pensarlo decidimos acudir a los métodos tradicionales y sacamos algunos litros del depósito de una Adventure con lo que podré llegar a la meta sin problemas. Entre nosotros queda el proceso de obtención de macarrón para la operación y las incidencias del trasvase…
Seguimos por una carretera
sinuosa y muy divertida hasta que llegamos a Albarracín, repostamos todos y
buscamos el hotel. Vaya gozada darte una ducha fría después de este tórrido
día. Ya vestidos de turistas y en bermudas decidimos que habrá que refrescarse
también por dentro, así que nos vamos a tomar unas cervezas esperando que
refresque algo la tarde para visitar el pueblo y cenar.
El paseo por las calles de
Albarracín nunca defrauda, por algo está catalogado como uno de los pueblos más
bonitos de España. Lo malo es la horda de turistas que abarrotamos todo en
busca de la foto perfecta para lucirla en redes sociales. Yo también soy
turista, pero entiendo que los habitantes de los destinos turísticos estén más
que hartos de que invadan a diario su pueblo, sus calles y su vida. Claro que
muchos vivirán del turismo y no querrán que esto cambie, pero si a mí me agobia
tanta masificación, imagino que a los que viven allí todo el año no debe
gustarles mucho, sobre todo si no sacan rédito de esta invasión.
Terminamos la jornada cenando en una agradable terraza donde recordamos los momentos del día, los buenos con una sonrisa y los malos, por el calor, con un soplido esperando que mañana refresque algo. Volvemos al hotel y nos emplazamos para el día siguiente a las 7 en las motos ya preparados para salir a ver si podemos aprovechar la fresca.
Por cierto, todavía me sabe todo
a gasolina.












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