PUERTOS DEL TOUR 2022.- CRUZAMOS PIRINEOS

 Se levanta una mañana magnífica para viajar en moto. La temperatura es increíble. Ese punto en el que sabes que con la chaqueta de verano vas a estar de lujo. El día está totalmente despejado y el aire huele limpio y fresco incitándote a montar en moto.

Hoy no hay problema con el hotel y podemos liquidar la cuenta en recepción y tras sacar las motos del garaje nos damos cuenta del primer contratiempo. Pepe ha perdido la visera del casco y solamente tiene la pantalla solar. Bueno, con este tiempo va a ser suficiente, pero desde luego, parece que el viaje está gafado. Son pequeños inconvenientes que te mosquean sin llegar a cabrear.

Su primera intención es parar de nuevo en la megastore y comprar visera o en su defecto un casco, pero viendo que faltan un par de horas para que abran y que probablemente no necesite la visera, decidimos comenzar la ruta.



Paramos a repostar confiados en los menores precios de combustible en Andorra, pero no contábamos con el descuento aplicado en España, así que pagamos algo por encima de lo que nos hubiera costado llenar antes de entrar en Andorra. Nada en comparación con lo que nos espera en Francia.

Enlazamos tramos espectaculares con un día increíble. Carreteras en buen estado con un trazado impecable y unos paisajes de infarto. No hay nada que iguale a esta sensación de empezar un día de moto con estas carreteras.  Llegamos a un punto elevado en que el paisaje parece una postal con los picos aflorando sobre un mar de nubes y que en ocasiones nos recuerdan postales de los Alpes. Es curioso cómo tenemos de mitificados destinos como los Alpes y no valoramos otros más cercanos y más nuestros que nos ofrecen paisajes similares. Supongo que el ser humano en general es así, siempre valorará más lo que tienen los otros que su propio patrimonio. 


Con ese mar de nubes en el horizonte y enlazando curvas y más curvas en bajada, descubrimos que nuestra ruta nos lleva hacia las nubes. Qué bonito, pensamos, entrar en la nube por el contraste entre el sol y la bruma. Hasta que entras. Una vez metido en la nube te das cuenta que el tráfico se ralentiza, los coches no avanzan porque no se ve un carajo, y lo que antes eran paisajes increíbles ahora es un manto blanco que comienza un par de metros más allá de tu retrovisor. El piso está húmedo, no puedes anticipar las trazadas porque no sabes dónde ni cómo acaba la siguiente curva, y encima el de delante va frenando todo el rato. Esperemos que esto pase pronto y subamos de nuevo a algún puerto por encima de este paisaje de algodón.





Pues no. El resto de recorrido por Andorra lo hacemos inmersos en la nube y sigue igual cuando entramos en Francia. Un poco más adelante parece que abre y aprovechamos para hacer una pausa y desayunar. Un espejismo. El resto del día lo pasaremos en nublado e incluso lloviendo, pero eso forma parte de la aventura y para ello llevamos los trajes de agua.

A todos nos gusta un croissant, suena hasta elegante cuando lo pides, pero cuando eres un “motorista aguerrido” te gusta desayunar una buena tostada con aceite, tomate y jamón o en su defecto un bocadillo de lomo con queso, y de eso en Francia no entienden. Nos tenemos que conformar con bollería y café para calmar el hambre y seguir camino.

Poco después de desayunar, y todavía con algo de sol en el cielo, empezamos a ver las primeras señales indicativas de la “route des cols” que tendremos que seguir durante los próximos dos días. Esta ruta cruza los Pirineos por el lado francés desde el Cantábrico al Mediterráneo siguiendo un sinfín de puertos de montaña, la mayor parte de los cuales han sido escenarios míticos del Tour de Francia en sus más de cien años de historia. Con el fin de crear un destino turístico entorno al mundo de la bicicleta, se ha señalizado esta ruta que trascurre por paisajes espectaculares y por carreteras increíbles, unas mejor que otras en cuanto a firme, pero todas con un trazado soberbio. Esta ruta es reclamo para ciclistas de toda Europa que organizan sus vacaciones deportivas para intentar emular a sus ídolos y subir estos puertos, y también, como no puede ser de otra forma, para los aficionados al mototurismo que disfrutamos igualmente estos paisajes pero con menos esfuerzo. Para mayor información dejo el enlace a la web oficial que ofrece muchísima información de etapas, distancias, hoteles, restaurantes y demás servicios que pueden ayudar a programar la ruta.  Que nadie se engañe. Aunque la distancia total son “solamente” 911 km., para hacer el recorrido completo es necesario emplear por lo menos una semana completa ya que la carretera no permite altas velocidades y a cada curva te querrás parar a disfrutar el paisaje y hacer mil fotos.

https://www.lespyrenees.net/route_des_cols

En esta vida todo tiene su explicación. Si llegas a los Pirineos y disfrutas con sus bosques y cauces de ríos es porque llueve mucho y durante todo el año. Si tienes suerte, en tu ruta por esta zona te respetará el clima y disfrutarás de las mejores vistas, pero lo más probable es que algún día lo pilles nublado e incluso lloviendo, y eso es lo que nos ocurre a nosotros. Además, la temperatura cambia. Nosotros que llegamos del horno andaluz con temperaturas ampliamente por encima de los 40 agradecemos una sustancial rebaja, pero cuando el termómetro baja de los 20, es la hora de bajarse y cambiar el atuendo. Menos mal que llevamos ropa de abrigo y podemos ponernos camisetas térmicas, sudaderas o incluso en mi caso un cortavientos grueso debajo de la chaqueta de verano.

Bien abrigados y con una temperatura corporal confortable nos dedicamos a recorrer estos picos y valles saltando de puerto en puerto y disfrutando de las pocas vistas que nos permiten las nubes. En cualquier caso, la ruta es espectacular y cuando no tenemos vistas, las imaginamos, disfrutando cada curva y cada tramo recto acompañados por el curso de algún río o cruzando gargantas escarpadas, teniendo mucho cuidado, eso sí, con los ciclistas y los animales que pacen tranquilamente en su entorno.





Así, y con nuestros cuerpos y mentes hechos a los horarios españoles, nos damos cuenta de que son las dos y que no vamos a poder comer en ningún sitio. Al final conseguimos alimentarnos en un establecimiento en el que con algo de pena nos ofrecen como única alternativa albóndigas con pasta. Bueno, para calmar el hambre no está mal, así que comemos y seguimos con la esperanza de que abra algo la tarde para disfrutar mejor la ruta.


Nada más lejos de la realidad. La tarde empeora y empieza a llover, lo que nos obliga a sacar los trajes de agua. Este año da la casualidad que todos llevamos el mismo traje. Por separado nos hemos comprado el mismo modelo de una pieza que es lo mejor para la lluvia pero lo más incómodo de poner. Decidimos parar en una curva con algo de espacio y allí vestirnos, pero no contábamos con que era la primera vez para todos y la complejidad de meterte en ese traje infernal tú solo vestido con toda la ropa de moto. Cuando estás ya terminado de vestir el traje es cómodo, pero hasta ese momento la cosa se complica hasta el punto de que sería muy difícil ponérselo sin ayuda o acabar revolcado por el suelo. Por si acaso, Sergio decide no ponerse el traje entero sino solamente una chaqueta y mantener los vaqueros.



Tampoco ha sido tanta la lluvia que ha caído y al cabo de un rato deja de llover pero no abre. Decidimos seguir con los trajes hasta el final de la jornada ante el miedo que nos da la operación de quitarlos. Ya digo que una vez puesto es cómodo y no estorba, así que seguimos nuestro camino.

La ruta sigue por una sucesión de puertos de montaña como la que llevamos todo el día. Carreteras reviradas y muy divertidas con paisajes espectaculares hasta donde respetan las nubes, que recorremos con más precaución por la humedad del ambiente y que el asfalto está mojado. Alguno propone buscar un atajo para llegar al hotel y acortar la ruta y ante esa propuesta no tengo más remedio que sonreír ya que no hay alternativas. Estamos en carreteras de montaña enlazando puertos para llegar a nuestro destino y no hay forma de saltarse ni uno de los puertos.



Al final llegamos a nuestro destino por una carretera maravillosa de esas que enlazan curva tras curva de trazado abierto y que te permiten ir más ligero que en carretera de montaña hasta que empezamos la subida a nuestro último puerto ya que nuestro hotel está en una estación de esquí. Desde arriba debe haber unas vistas magníficas, pero no somos capaces de ver nada porque estamos literalmente dentro de una nube y así seguiremos hasta mañana.

Con algo de suerte en el único restaurante que hay abierto en la estación nos dicen que nos esperan para cenar como mucho a las 9, lo justo para quitarnos los trajes de agua y ponernos algo más cómodo. Cenamos pizza regada con cerveza al módico precio de 7,50 € la unidad y nos vamos pronto a dormir ya que el día ha sido largo. Las botellas que traemos de Andorra tendrán que esperar otra ocasión para formar parte de la ruta.





 

Amanece un día que parece ser mejor que el anterior. Se ven rayos de sol entre los huecos que dejan algunas nubes, pero no termina de abrir. Sí vemos desde el hotel la infraestructura de la estación de esquí y los cables que suben hacia la cima para los telesillas, pero no mucho más. Hemos descansado estupendamente, hasta tapados con edredón, por lo que seremos la envidia de nuestra familia cuando hablamos con ellos. En Córdoba siguen superando día tras día los 45 grados.


Cogemos la misma carretera que nos llevó al puerto ya que hay que desandar parte del camino, y ahora se disfruta mejor ya que el piso está seco y hay mucha más visibilidad. Empezar el día con esta temperatura y esta carretera es de lo mejor que le puede ocurrir a un aficionado a viajar en moto. Si después vuelve a llover nos dará igual, porque esta primera hora ha valido por diez días de ruta.

Hoy es el día fuerte del viaje, ya que tenemos que subir todos esos puertos que a todo el mundo le suenan aunque no haya visto nunca una bicicleta: Aspin, Aubisque, Tourmalet… No es mi primera vez en esta zona y se lo que me voy a encontrar. Carreteras espectaculares y vistas impresionantes, una delicia para el mototurista, aunque el día no sé si nos permitirá ver todos los paisajes que recorreremos. Está mejor que ayer, pero no sabemos si abrirá del todo.

Enfilamos hacia el primer puerto del día, Col D’Aspin, viendo con alegría que cada vez parece estar más limpio el día. En el proceso de aproximación cada vez se ve más distancia y paisaje, pero conforme vamos acercándonos a la cumbre más nos adentramos en las nubes y se resienten las vistas. Parece que el sol quiere salir, pero las nubes son más tenaces. Nos hacemos las fotos de rigor y bajamos por la otra vertiente del puerto, sin tener todavía claro si nos gusta más una u otra.






Cuando comenzamos la aproximación al Tourmalet nos sorprende la tremenda cantidad de bicicletas que suben el puerto. No es el chorreito de aficionados que ves por toda esta zona, sino una avalancha de gente en bici, desde deportistas perfectamente equipados a familias enteras con ropa del Decathlon. Esto hace que el ascenso se complique ya que al adelantar a estos ciclistas hay que dejar suficiente margen, en nuestro caso más de los 1.5 metros recomendados. Esto no sería problema si no fuera por los coches que suben y que llevan menor ritmo que nosotros y que no lo tienen tan fácil a la hora de adelantar. En cualquier caso, cuando no hay coches, la subida es rápida. Qué gozada el motor que tienen estas motos que hace que el adelantamiento en estos casos sea tan fácil.

Como no puede ser de otra manera, cuando estamos a cinco kilómetros de la cumbre y el día está totalmente despejado al haber superado las nubes, nos encontramos que la carretera está cerrada porque hay una prueba ciclista. No era normal tanta bicicleta en la carretera. La carretera va a estar cortada hasta las 12, lo que tras pensarlo mucho, nos decide a dar la vuelta y un rodeo para evitar la cumbre y seguir nuestra ruta. Esperar casi dos horas parados en la carretera para después seguir con tal cantidad de ciclistas no es una opción a tener en cuenta, así que damos la vuelta. Para otra vez será la foto en la cima del Tourmalet, quizá cuando subamos al Mortirolo…



En la bajada no nos encontramos tanta bicicleta en nuestro carril, pero el tráfico denso de subida hace que no sea especialmente rápida la operación. Enfilamos la vía alternativa programando la más rápida en el navegador por una ruta sin mucha gracia que nos lleva hasta Lourdes y desde ahí volvemos a coger carreteras de montaña para subir Soulor y a continuación Aubisque. Me encanta la subida a Aubisque, aunque hemos vuelto a meternos en la nube y el paisaje no se puede disfrutar igual. Casi en la cima un perro en la carretera se encela con Manolo y después se viene hacia mi moto cruzando por delante. Le doy con el cilindro derecho lo justo para revolcarlo por el suelo pero que no me afecte demasiado a la conducción. Por lo menos el mamón sale corriendo y gimiendo, ileso pero espero que lo suficientemente acojonado como para no repetirlo con otra moto.

Arriba, junto con los caballos salvajes que casi siempre hay en el puerto, nos hacemos la foto con las bicicletas y seguimos camino. El viento arrecia en el puerto y no es del todo agradable seguir allí dentro de la nube. Ya de bajada, y conociendo los horarios que se gastan por aquí, paramos a comer unas pizzas y seguimos ruta por carreteras de trazado sinuoso y que nos requieren muchas horas de conducción.









En este punto, y al alcanzar el puerto de Labays, decidimos hacer un descanso. Justo en la carretera que desemboca el puerto hay una señal de tráfico que nos indica a la derecha la ruta planificada y a la izquierda España. Vuelve a surgir el eterno debate. Son casi las 5 de la tarde. Según el navegador, si seguimos la ruta prevista llegaríamos a Pamplona, lugar de pernocta, cerca de las 9. Si tiramos directos para España llegaríamos según el aparatito, sobre las 7.30.






Hacemos balance de todo, de lo cansados que podamos estar, que ya llevamos una buena mano de puertos, la posibilidad de conocer Pamplona y darnos un homenaje… Al final decidimos acortar la ruta y tirar directos a Pamplona, no sin que antes Sergio me tiente con la opción de irnos los dos por la ruta prevista. Mira que a mi no me gusta acortar las rutas, pero en esta ocasión reconozco que fue una buena idea. La carretera de entrada en España fue una pasada, muy revirada pero con curvas rápidas y carriles anchos asomándote a un paisaje formidable que ahora sí se puede ver porque ha sido acercarnos a la frontera y salir el sol. Disfrutamos mucho esta bajada y llegamos al hotel con una hora estupenda de ducharnos, ir al centro, dar una vuelta y comprar algunos regalos para la familia y pegarnos un magnífico homenaje en uno de los mejores restaurantes de Pamplona por cortesía de Pepe.




A la vuelta ya en el apartamento sí le damos su merecido uso a esas botellas que traemos de Andorra, nos tomamos una copita y nos fumamos un buen puro. Somos conscientes de que el viaje se acaba y queremos saborear cada momento.

Aunque se nota el cambio de temperatura con respecto a Francia, hoy dormiremos bien. El viaje de mañana directos a Arévalo será otra cosa.




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