BALCANES 2022.- EL GERMEN

 

Mis primeros viajes en moto los hice en solitario. No fue una decisión meditada sino la consecuencia de un cambio de planes de los que iban a ser mis compañeros de viaje. Fue la opción más razonable entre quedarme en casa o emprender el camino sin otra compañía que mis conflictos personales. Y así, con todos los temores posibles (¿seré capaz de aguantarme?, ¿sabré reaccionar ante un imprevisto?, ¿qué hare cuando me baje de la moto?...) me lancé a la aventura. Y fue un acierto. Durante varios años no contemplé otra opción de viaje en moto que esa y lo disfruté mucho.

Con el paso del tiempo, amigos y familiares veían que no desistía. Que cada año lo planeaba con mayor ilusión y a mayor distancia y que no contaba con nadie. Y empezaron a rondarme como quien no quiere la cosa, preguntando por el próximo destino, fechas, presupuesto…, hasta que en 2016 sucumbí al acoso y me lancé a un viaje en compañía y desde entonces no he vuelto a viajar solo.





Son dos formas diferentes de viajar. Cada una tiene sus ventajas e inconvenientes. No puedo decir que una sea mejor que la otra porque cada estilo aporta cosas diferentes.

En solitario dependes de ti mismo, tú decides en todo momento lo que quieres hacer y dónde quieres ir. Te relacionas más con la gente y conoces mejor los sitios porque no hay nadie que te distraiga del entorno. Cuando viajaba solo, salía con una idea aproximada de ruta y con la tienda de campaña para poder parar cuando y donde encartara. Nunca volví de un viaje en solitario habiendo cumplido el plan previsto, pero lo que visité lo disfruté.


En grupo todo se encorseta. Hay un programa que cumplir, unas reservas de hotel a las que hay que llegar, unos intereses comunes que hay que respetar. En verano una tienda de campaña cabe en cualquier sitio, pero hotel para cuatro o cinco personas con sus motos no se encuentra tan fácil. Evidentemente te ríes más, durante el viaje y después cuando te reúnes con los compañeros, y siempre puedes contar con la ayuda de un amigo cuando surge un problema. Siempre he cumplido el programa previsto cuando he viajado en grupo, pero me he dejado muchas cosas que ver o hacer en el camino.


Este año, con la excusa de haber cumplido los cincuenta (sí, medio siglo), me prometí a mi mismo que volvería a hacer un viaje en solitario, aunque no le negué a nadie venir conmigo. La idea era salir con un destino y muchas cosas que ver sin cerrarme a opciones. Levantarme, montar en moto, discurrir por las carreteras, ver cosas, cambiar planes y llegar por la noche al hotel para descansar.

Y decidí irme a los Balcanes.

¿Sólo? No necesariamente, pero yo hice mis planes. El que los compartiera y comulgara con ellos sería bienvenido. Era mi viaje y no lo iba a alterar. Quería reencontrarme con la carretera y el vértigo de la aventura.

Al final, cuando ya lo tenía todo preparado, rutas, destinos, ferries…, y quedaba menos de una semana para salir, un viejo amigo apareció en el whatsapp:

-          Si me admites como compañero me gustaría ir contigo de viaje. Lo tengo muy complicado por el trabajo, pero no puedo perder esta oportunidad.

-          Por mi no hay problema, pero tienes que saber que yo ya lo tengo todo preparado y no voy a cambiar nada del viaje, ni etapas, ni destinos ni carga de kilómetros. Es un viaje de estar todo el día montado en la moto viendo cosas y llegar a cenar destrozado. Si aceptas esas condiciones estaré encantado de que vengas.

-          Precisamente por eso, porque se cómo preparas los viajes y la ilusión que le has puesto a este, es por lo que me apunto con los ojos cerrados.

-         Perfecto, salimos el 20 de mayo. Intenta averiguarte un cojín de gel para el asiento, que lo vas a necesitar…

 

Comentarios

  1. Totalmente de acuerdo contigo, esto q dices solo lo entendemos unos pocos, un abrazo grande ( Rafa-amigo Manolo)

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