Se ve que la Sra. Loren no reside
en esta localidad, pero los vecinos definitivamente son de su quinta.
Bajamos a desayunar y comienza mi
relación de amor/odio con el café durante todo el viaje. No me gusta el sabor
del café pero lo tomo cuando viajo en moto para mitigar los efectos del
cansancio y evitar bajones. El maridaje del capuchino es el que nos va a
acompañar todo el viaje. Pan de rebanadas, algo de embutido y mantequilla o
mermelada. Suficiente para empezar el día.
Nos adentramos en Umbría, una
región que vive un poco a la sombra de su hermana famosa, Toscana. El paisaje
que encontramos una vez salimos de las vías de comunicación principales es muy
parecido al toscano, pero por el contrario se ve más tranquilo y menos
habitado. Las carreteras no destacan en general ni por el trazado ni por el
firme. Tenemos de todo, desde buen piso a tramos muy bacheados. Algún tramo de
curvas sinuosas con un recorrido bastante plano y rectilíneo. Cómodo para
circular en moto ya que no hay mucho tráfico, pero no muy sugerente. Destaca
más el paisaje que la carretera.
Tras una excursión por el monte cortesía de Tomtom llegamos a Civita di Bagnoregio. Hay dos localidades con el mismo nombre, la ciudad actual y la antigua, ubicada sobre un monte y a la que se llega solamente por un puente peatonal previo pago de una entrada. El hecho de estar situada en una de las provincias menos conocidas y visitadas de Italia no le ha privado de un espectacular auge turístico, tal vez potenciado por la innegable verdad de que es una localidad destinada a desaparecer ya que la erosión está mermando el montículo sobre el que se asienta y tarde o temprano terminará por caer. La verdad es que había muchísimo turismo para ser un lunes de mayo. Eso, junto con el necesario y empinado paseo y el innegable hecho de que íbamos tarde, nos hizo desistir de su visita y nos conformamos con ver el pueblo desde el mirador y continuar camino. No descarto en un futuro visitar esta zona en familia y entonces sí que me dedicaré un día a esta ubicación.
Se acercaba la hora de comer, pero decidimos seguir camino para hacerlo en Orvieto. Otra localidad encaramada a un cerro que ofrece una bella estampa como casi todas las de esta región italiana. Al pueblo se llega por una carretera muy sinuosa con buen firme y curvas de esas que nos gusta coger en moto, muy amplias y de 180 grados. Una gozada. Desde la carretera hay infinidad de curvas desde las que la moto quiere pararse a hacerse la foto con el pueblo al fondo. También ella es protagonista del viaje, qué remedio.
Buscamos aparcamiento para
nuestras motos y caminamos por las agradables calles del centro de la localidad
buscando un sitio para almorzar. Para eso es fundamental que tu compañero de
viaje sea hostelero y se sepa todas las aplicaciones y trucos para buscar
buenos sitios para comer. Aquí decidí que ese apartado del viaje iba a ser
responsabilidad suya. Al fin y al cabo del resto me había encargado yo, ¿no?.
Comimos en un restaurante muy
agradable donde hice uno de los descubrimientos gastronómicos del viaje: el
pesto de pistachos. En este caso spaghettone con pesto de pistacho y guanciale
que pidió Javi. Mis tagliatelle con ragú de pato tampoco estaban nada mal.
Tras la visita al Duomo (mucho
más espectacular por fuera que por dentro) volvimos a las motos para descubrir
una muy sospechosa mancha de aceite bajo la moto de Javi. En una comprobación
visual vimos lo que parecía ser el tornillo del cárter casi suelto y su
correspondiente fuga de fluido. Al tocarlo casi se cae solo, así que a apretar
tocan. Menos mal que Javi es un manitas y siempre viaja acompañado de su caja
de herramientas (él fue el que arregló mi Yamaha en Francia en 2018) y pudimos
resolver la papeleta. De no habernos dado cuenta hubiera sido un problema muy
grave que incluso podría haber acabado en accidente.
Como dice Javi, las cosas ocurren donde y cuando tienen que ocurrir. Si nos tuvimos que parar en ese pueblo a comer fue porque allí nos tendríamos que dar cuenta de la avería. El destino, ese caprichoso compañero de viaje…
Llegamos de noche a nuestro alojamiento, nos cambiamos corriendo y sin ducharnos nos fuimos a comer porque era tarde. De hecho, cuando llegamos al restaurante nos dijeron que solamente nos podían ofrecer pizza porque la cocina ya había cerrado pero el horno todavía estaba caliente. Con suerte también nos dan un antipasto frío. Eran solamente las nueve de la noche. Menos mal que no pedimos otra cosa porque las pizzas estaban deliciosas. Eso sí, con la cerveza y el vino no nos pusieron pegas.
De vuelta al hotel de nuevo
destrozados pero felices como perdices y a dormir como lirones.
-
Oye, ¿tú tienes mis pantalones cortos?
-
No. ¿Tú has escondido mi almohada?
-
Pues yo con calzoncillos no puedo dormir…
Despertamos en Asís. Qué maravilla de sitio hemos cogido para dormir. Es un complejo residencial compuesto de varios edificios y especializado en turismo religioso y de meditación. Muy austero pero en el centro mismo de la ciudad, a mano de todo y muy, muy, muy tranquilo. El frescor de la mañana y el canto de los pájaros es lo único que se cuela por la ventana abierta.
Tras un frugal y casi monástico
desayuno dejamos la habitación y nos vamos a visitar la ciudad dejando la
impedimenta a buen recaudo en el alojamiento. A través de unas calles
medievales muy pintorescas y casi vacías por la hora llegamos a la basílica de
San Francisco. Resulta que éste es el cuarto lugar de peregrinación en el mundo
por número de visitantes después de La Meca, Roma y Santiago. Nos encontramos
con un complejo conventual con dos basílicas, la inferior que contiene la
cripta con los restos del santo, y la superior mucho más luminosa, ambas
comunicadas por unas escaleras sin necesidad de salir al exterior.
No se permiten fotografías en su
interior, pero es de una belleza superior que le ha llevado a ser declarada
patrimonio de la humanidad. En internet supongo que abundarán fotos y videos de
los frescos que la decoran, pero si podéis, os recomiendo una visita personal
al templo e incluso seguir la audioguía que te ofrecen en la entrada. No
decepciona.
Nos tiramos bastante rato en la basílica disfrutando de las explicaciones que la grabación nos ofrecía e intentando grabar en la retina la magnificencia de sus frescos. La visión de estas maravillas del arte religioso siempre me produce un conflicto de sensaciones. Agradezco el poder verlas y que la humanidad pueda disfrutarlas como verdaderas obras de arte, pero pienso en lo mal que lo tuvo que pasar el pueblo para sufragar su construcción “para mayor gloria de Dios” y me surgen dudas sobre muchas cosas.
Sin duda que la basílica es el centro cultural y artístico de Asís. El resto de iglesias del pueblo no puede aspirar a hacerle sombra a este soberbio edificio y conscientes de ello sus constructores no lo intentaron. No obstante tiene un paseo y unos rincones muy agradables que bien merecen pasar un día en él para disfrutarlo con calma.
Pero calma precisamente es lo que
no nos podemos permitir. Ya hemos echado medio día en el recorrido por Asís y aunque
nos haya merecido la pena, tenemos que replantearnos la jornada. Teníamos
pensado una visita fugaz a Perugia y Gubbio pero optamos por dirigirnos
directamente a Ancona donde tenemos que coger el ferry dirección Croacia. Ya
que hemos decidido ser prácticos lo llevamos al extremo y cogemos la vía más
rápida. Una autovía que podemos encuadrar en la categoría de “agradable” por
los paisajes que recorre y el trazado de la vía con bastantes curvas abiertas
que hacen más llevadera la travesía.
Llegamos a Ancona justo para poder comer en una trattoria por obra de Javi en la que empapamos un surtido de quesos, una pasta con mejillones y unos ñoqui con dos buenas cervezas que nos saben a gloria ya que el puerto está cerca. Encontramos un Lidl en el que casualmente tienen de promoción unas mochilas nevera que adquirimos (el destino de nuevo), con embutido para la cena, pan y un buen surtido de cervezas propias de la firma. Lo del hielo iba a ser otra cosa.
Recorremos media Ancona buscando
hielo sin éxito hasta que un amable gasolinero nos informa que en Italia no es
frecuente la venta de hielo. Fruto de la desesperación por la inutilidad de la
compra y la frustración de nuestros planes veo en la acera de enfrente una
tienda de alimentación que aquí sería de chinos y allí era de pakistaní en la
que consigo dos bolsas de hielo por 11 €. Oferta y demanda. Por lo menos
conseguimos enfriar las cervezas para el barco.
Con la hora apretando, dirigimos
las motos al puerto donde obtenemos los billetes y nos vamos para el embarque. Este
ferry es mucho más pequeño que el que nos trajo de España pero para mi gusto
mucho más agradable. En popa tienen dos terracitas atendidas por una barra en
que venden latas de cervezas por 3 € que sí están frías. Disfrutamos de una de
estas cervezas mientras esperamos a zarpar y a que las nuestras se enfríen
sentados mirando el puerto y disfrutando de una brisa maravillosa. Ultimas
llamadas a casa dando el parte de la jornada y en poco rato abandonamos puerto
para cruzar el Adriático.
Apoyado en la borda viendo
alejarse la costa y saboreando una de nuestras cervezas hago memoria del día y
me relajo pensando en lo que vendrá. Mañana por fin llegamos a los Balcanes.
Mañana empieza el verdadero viaje.





















































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