BALCANES 2022.- BOSNIA Y HERZEGOVINA

 

Venimos de Croacia por una carretera secundaria casi sin tráfico y con un firme regularcillo hasta que sin previo aviso nos encontramos con nuestra primera frontera física del viaje. La costumbre de viajar por la Unión Europea nos ha hecho desconocer el protocolo del cruce de países y claro, hay que parar la moto para sacar de la maleta la documentación necesaria (pasaporte y documentación de la moto). Todo comprobado, todo perfecto, continuamos camino no sin antes pararnos para guardar debidamente los papeles, vaya a ser que se pierdan.

Medio kilómetro y otro puesto fronterizo. Fallo de novatos. Hemos pasado el puesto de salida de Croacia pero nos falta entrar en Bosnia. Otra vez a bajarnos y sacar los papeles de la moto, todo esto delante de unos funcionarios de frontera más ocupados de apartarse moscas y buscar la sombra que de conocer nuestro origen y destino. De hecho, Javi tenía que buscar la documentación de la moto bajo el asiento y ante esa maniobra el policía se limitó a apuntar la matrícula y mandarnos seguir. “Me vas tú a complicar ahora la vida”, debió pensar.

Otra parada, esta vez para la preceptiva foto fronteriza y para guardar, esta vez sí, los documentos a buen recaudo.


Seguimos la ruta prevista en busca de las cataratas Kocusa, pero un par de kilómetros antes, y gracias al encargado del rancho paramos a comer en un magnífico restaurante – merendero a pie del río que baja de la cascada con una ubicación espectacular y donde comimos estupendamente por menos de 25 € los dos. El sitio invitaba a pegarte la sobremesa larga con café, copa y puro disfrutando del entorno, pero como el hotel del establecimiento estaba cerrado, optamos por café y seguir marcha.

Llegamos a las cataratas, accesibles desde la misma carretera y junto a las que había otro merendero si cabe más increíble que donde habíamos comido, pero estaba cerrado. El entorno era maravilloso, con unos bancos de madera y mesas ubicadas alrededor para que la gente pueda hacer sus picnics en esa maravilla natural. En lo que nosotros tardamos en disfrutar del paisaje y hacernos unas fotos, había cuatro muchachas haciéndose el típico reportaje para el Insta o para el Badoo, cualquiera sabe, que se iban a romper de tanto estirarse para marcar curvas. Si esta es la juventud que tiene que pagar nuestras pensiones… Estas chicas estaban allí cuando llegamos y siguieron cuando nos fuimos. Espero que consigan sus objetivos.






Seguimos ruta hacia el objetivo principal de la jornada y tras unas pocas de vueltas en redondo gracias a nuestro amigo Tomtom, llegamos a las cataratas Kravice. Esto es diferente, hay un gran aparcamiento con tiendas de recuerdos y una barrera en la que hay que pagar entrada para bajar andando a ver las cascadas que ya se escuchan desde lejos. Es un paseo desde la barrera, unos 600 metros, que a la subida se puede hacer más duro, pero que sin ningún tipo de duda merece la pena.

Como ya sabía que estaba permitido el baño en la cascada cogimos bañador y toalla y así vestido y con las botas de moto puestas, nos fuimos camino abajo. Y después pretendo que no me den cama de matrimonio…

Las cascadas son una maravilla. No hay otra forma de definirlas. Evidentemente, tenemos que valorarlas como lo que son y no admiten comparación con las grandes cataratas de Niágara o Iguazú, pero bañarte en esas aguas frías rodeados de peces y frente a esa caída de agua, es algo que todo el mundo debería hacer alguna vez en su vida. Como no puede ser de otra manera, lo tienen bien montado con bares y restaurantes donde tomamos un helado y compramos agua para con todo el dolor de nuestro corazón volver a la moto, un poco más frescos y felices, eso sí.






Seguimos camino y a través de una magnífica carretera que discurre junto al cauce del río Neretva, llegamos a Mostar. Encontramos el hotel al fondo de un callejón que no auguraba buenas sensaciones, pero que nos descubrió el mejor alojamiento que tuvimos en todo el viaje. Un hotel nuevo y acogedor a tres minutos andando del “old town”. Preguntamos por los horarios de restaurantes y como nos dijeron que hasta las 10 servían cena, esta vez sí, nos duchamos, acicalamos y salimos a conocer el famoso Stari Most y su entorno.

La verdad es que la zona “turística” de Mostar es muy chiquita, concentrada en el famoso puente, la víctima más famosa de la guerra de los Balcanes, las zonas aledañas y las mezquitas que lo circundan, pero tiene un encanto y belleza que lo hacen especial. Tal vez porque todos tenemos en la retina las imágenes de esa cruel contienda y la voladura del puente. Dimos un paseo, curioseamos en las tiendas y cenamos en una terraza donde nos dimos un buen homenaje por menos de 50 €.

Terminamos la noche en unos bancos en la puerta del hotel donde dimos fin a unas latas de Jack Daniel’s con cola que habíamos comprado en Ancona. El merecido descanso del guerrero.








Al día siguiente tras dar un paseo de nuevo por el puente, ahora de día y sin turistas, y desayunar en el hotel, cogimos las motos y nos fuimos a visitar la Spanjolski Trg (Plaza de España) y rendir homenaje a nuestros compatriotas caídos en el conflicto. Tras la guerra, las autoridades bosnias decidieron dedicar a nuestro país la plaza más grande que hay en Mostar en recuerdo y agradecimiento por la labor que realizaron nuestros militares y que, yendo más allá de la misión que como cascos azules tenían encomendada, colaboraron para salvar la vida de numerosos civiles de las masacres que se estaban desarrollando. Es una lástima que estas cosas no se sepan en nuestro país y que nuestro ejército tenga más reconocimiento fuera que dentro. Gracias a Miquel Silvestre por hacerme buscar estas cosas en las rutas que recorro.

La plaza en si se encuentra frente a la torre de los francotiradores que como otras muchas edificaciones de la ciudad se ha quedado tal cual, con los agujeros de bala y metralla recibidos para recuerdo de lo que aquí ocurrió. Sobrecoge ver estos edificios y pensar lo que tuvo que pasar esta gente. Lamentablemente nadie escarmienta con el mal ajeno como tenemos ocasión de ver ahora mismo en nuestro propio continente. El ser humano, que es capaz de lo mejor y de lo peor.













Salimos de Mostar dirección a Croacia pero haciendo un desvío para visitar la localidad de Blagaj, famosa porque en sus inmediaciones surge de una pared rocosa de 200 metros de altura el río Buna. Es tan sobrecogedor el paisaje que aquí se construyó en siglo XV un monasterio derviche que actualmente se puede visitar. Es increíble lo que puede llegar a hacer la naturaleza. Cómo puede salir de la pared este torrente de agua y crear este entorno tan bonito. Ni que decir tiene que en las márgenes del río han aprovechado la ocasión para instalar restaurantes con terraza y vistas magníficas. Era temprano y no nos paramos.






De camino a Dubrovnik teníamos pensado para en Pocitelj, un pueblo medieval al parecer muy bonito, pero unos kilómetros antes, y por culpa de un desprendimiento, nos tuvieron parados en la carretera una hora. Al final decidimos montarnos en la moto y dar un rodeo por unas carreteras de montaña muy disfrutables y seguimos junto al Neretva hacia Croacia.

Me ha encantado lo que he conocido de Bosnia. Tiene una naturaleza espectacular y los precios son los más bajos que hemos visto en el viaje, así que hay que apuntarlo como posible destino para conocerlo más en profundidad.


 

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