Venimos de Croacia por una carretera
secundaria casi sin tráfico y con un firme regularcillo hasta que sin previo aviso
nos encontramos con nuestra primera frontera física del viaje. La costumbre de
viajar por la Unión Europea nos ha hecho desconocer el protocolo del cruce de
países y claro, hay que parar la moto para sacar de la maleta la documentación
necesaria (pasaporte y documentación de la moto). Todo comprobado, todo
perfecto, continuamos camino no sin antes pararnos para guardar debidamente los
papeles, vaya a ser que se pierdan.
Medio kilómetro y otro puesto
fronterizo. Fallo de novatos. Hemos pasado el puesto de salida de Croacia pero
nos falta entrar en Bosnia. Otra vez a bajarnos y sacar los papeles de la moto,
todo esto delante de unos funcionarios de frontera más ocupados de apartarse
moscas y buscar la sombra que de conocer nuestro origen y destino. De hecho,
Javi tenía que buscar la documentación de la moto bajo el asiento y ante esa
maniobra el policía se limitó a apuntar la matrícula y mandarnos seguir. “Me
vas tú a complicar ahora la vida”, debió pensar.
Otra parada, esta vez para la preceptiva foto fronteriza y para guardar, esta vez sí, los documentos a buen recaudo.
Seguimos la ruta prevista en
busca de las cataratas Kocusa, pero un par de kilómetros antes, y gracias al
encargado del rancho paramos a comer en un magnífico restaurante – merendero a
pie del río que baja de la cascada con una ubicación espectacular y donde
comimos estupendamente por menos de 25 € los dos. El sitio invitaba a pegarte
la sobremesa larga con café, copa y puro disfrutando del entorno, pero como el
hotel del establecimiento estaba cerrado, optamos por café y seguir marcha.
Llegamos a las cataratas, accesibles desde la misma carretera y junto a las que había otro merendero si cabe más increíble que donde habíamos comido, pero estaba cerrado. El entorno era maravilloso, con unos bancos de madera y mesas ubicadas alrededor para que la gente pueda hacer sus picnics en esa maravilla natural. En lo que nosotros tardamos en disfrutar del paisaje y hacernos unas fotos, había cuatro muchachas haciéndose el típico reportaje para el Insta o para el Badoo, cualquiera sabe, que se iban a romper de tanto estirarse para marcar curvas. Si esta es la juventud que tiene que pagar nuestras pensiones… Estas chicas estaban allí cuando llegamos y siguieron cuando nos fuimos. Espero que consigan sus objetivos.
Seguimos ruta hacia el objetivo
principal de la jornada y tras unas pocas de vueltas en redondo gracias a
nuestro amigo Tomtom, llegamos a las cataratas Kravice. Esto es diferente, hay
un gran aparcamiento con tiendas de recuerdos y una barrera en la que hay que
pagar entrada para bajar andando a ver las cascadas que ya se escuchan desde
lejos. Es un paseo desde la barrera, unos 600 metros, que a la subida se puede
hacer más duro, pero que sin ningún tipo de duda merece la pena.
Como ya sabía que estaba
permitido el baño en la cascada cogimos bañador y toalla y así vestido y con
las botas de moto puestas, nos fuimos camino abajo. Y después pretendo que no
me den cama de matrimonio…
Las cascadas son una maravilla. No hay otra forma de definirlas. Evidentemente, tenemos que valorarlas como lo que son y no admiten comparación con las grandes cataratas de Niágara o Iguazú, pero bañarte en esas aguas frías rodeados de peces y frente a esa caída de agua, es algo que todo el mundo debería hacer alguna vez en su vida. Como no puede ser de otra manera, lo tienen bien montado con bares y restaurantes donde tomamos un helado y compramos agua para con todo el dolor de nuestro corazón volver a la moto, un poco más frescos y felices, eso sí.
Seguimos camino y a través de una
magnífica carretera que discurre junto al cauce del río Neretva, llegamos a
Mostar. Encontramos el hotel al fondo de un callejón que no auguraba buenas
sensaciones, pero que nos descubrió el mejor alojamiento que tuvimos en todo el
viaje. Un hotel nuevo y acogedor a tres minutos andando del “old town”.
Preguntamos por los horarios de restaurantes y como nos dijeron que hasta las
10 servían cena, esta vez sí, nos duchamos, acicalamos y salimos a conocer el
famoso Stari Most y su entorno.
La verdad es que la zona “turística”
de Mostar es muy chiquita, concentrada en el famoso puente, la víctima más
famosa de la guerra de los Balcanes, las zonas aledañas y las mezquitas que lo
circundan, pero tiene un encanto y belleza que lo hacen especial. Tal vez
porque todos tenemos en la retina las imágenes de esa cruel contienda y la
voladura del puente. Dimos un paseo, curioseamos en las tiendas y cenamos en
una terraza donde nos dimos un buen homenaje por menos de 50 €.
Terminamos la noche en unos bancos en la puerta del hotel donde dimos fin a unas latas de Jack Daniel’s con cola que habíamos comprado en Ancona. El merecido descanso del guerrero.
Al día siguiente tras dar un
paseo de nuevo por el puente, ahora de día y sin turistas, y desayunar en el
hotel, cogimos las motos y nos fuimos a visitar la Spanjolski Trg (Plaza de
España) y rendir homenaje a nuestros compatriotas caídos en el conflicto. Tras
la guerra, las autoridades bosnias decidieron dedicar a nuestro país la plaza
más grande que hay en Mostar en recuerdo y agradecimiento por la labor que
realizaron nuestros militares y que, yendo más allá de la misión que como
cascos azules tenían encomendada, colaboraron para salvar la vida de numerosos
civiles de las masacres que se estaban desarrollando. Es una lástima que estas
cosas no se sepan en nuestro país y que nuestro ejército tenga más
reconocimiento fuera que dentro. Gracias a Miquel Silvestre por hacerme buscar
estas cosas en las rutas que recorro.
La plaza en si se encuentra frente a la torre de los francotiradores que como otras muchas edificaciones de la ciudad se ha quedado tal cual, con los agujeros de bala y metralla recibidos para recuerdo de lo que aquí ocurrió. Sobrecoge ver estos edificios y pensar lo que tuvo que pasar esta gente. Lamentablemente nadie escarmienta con el mal ajeno como tenemos ocasión de ver ahora mismo en nuestro propio continente. El ser humano, que es capaz de lo mejor y de lo peor.
Salimos de Mostar dirección a Croacia pero haciendo un desvío para visitar la localidad de Blagaj, famosa porque en sus inmediaciones surge de una pared rocosa de 200 metros de altura el río Buna. Es tan sobrecogedor el paisaje que aquí se construyó en siglo XV un monasterio derviche que actualmente se puede visitar. Es increíble lo que puede llegar a hacer la naturaleza. Cómo puede salir de la pared este torrente de agua y crear este entorno tan bonito. Ni que decir tiene que en las márgenes del río han aprovechado la ocasión para instalar restaurantes con terraza y vistas magníficas. Era temprano y no nos paramos.
De camino a Dubrovnik teníamos
pensado para en Pocitelj, un pueblo medieval al parecer muy bonito, pero unos
kilómetros antes, y por culpa de un desprendimiento, nos tuvieron parados en la
carretera una hora. Al final decidimos montarnos en la moto y dar un rodeo por
unas carreteras de montaña muy disfrutables y seguimos junto al Neretva hacia
Croacia.
Me ha encantado lo que he
conocido de Bosnia. Tiene una naturaleza espectacular y los precios son los más
bajos que hemos visto en el viaje, así que hay que apuntarlo como posible
destino para conocerlo más en profundidad.
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